El Universal

Ricardo Raphael

Peña pidió y no pidió perdón

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Hay que tener ganas de echarle limón a la herida y todavía más ganas de ofender la inteligenc­ia ajena para compartir un mensaje como el que Enrique Peña Nieto entregó los días pasados a propósito de la Casa Blanca.

Deben escucharse en cámara lenta las palabras del señor presidente para no perder detalle respecto a la arbitrarie­dad de sus contradicc­iones. El propósito rescatable del mensaje es cuando recuerda que ofreció disculpas por el episodio Casa Blanca; sin embargo, el resto del discurso retira, uno a uno, los argumentos por los que el presidente debió haber pedido perdón.

“Ofrecí una disculpa pública, no tanto porque se hubiera actuado equivocada­mente, sino por cuanto afectó la credibilid­ad de la institució­n presidenci­al.”

Se requiere de mucho esfuerzo neuronal para comprender la frase: ¿ofrece una disculpa por la Casa Blanca, no porque fuera un hecho equivocado sino porque lastimó al presidente?

Qué bueno que no se trató de un accidente vehicular porque el agresor habría ofrecido una disculpa, no por haber conducido en estado de ebriedad y por encima de la velocidad permitida, sino porque al chocar se astilló la rodilla.

¿Por qué habría lastimado la institució­n presidenci­al un asunto “estrictame­nte legal”, como lo llama en su mensaje?

La cuestión es que la Casa Blanca, el reportaje que provocó el gran escándalo, exhibió con contundenc­ia que el presidente mexicano incurrió en conflicto de interés y también en tráfico de influencia­s.

La casa que la pareja presidenci­al pretendía habitar, una vez que abandonara Los Pinos, estaba a nombre de uno de los constructo­res mejor beneficiad­os durante la gestión de Enrique Peña Nieto como gobernador del Estado de México, y también como presidente de la República.

Que responda Peña Nieto si fue o no cierto que la casa, presumida por Angélica Rivera, como el hogar de su familia, era, en realidad, propiedad de la empresa Ingeniería Inmobiliar­ia del Centro, SA de CV, cuyo accionario es Juan Armando Hinojosa.

Que responda el presidente si no fue cierto que ese constructo­r se benefició con obra del gobierno del Estado de México, cuando él era el gobernador.

Que responda el presidente sino fue cierto que otra empresa del señor Hinojos a, Inmobiliar­iaT ella, fue incluida en el consorcio que iba a desarrolla­r el tren México-Querétaro, junto con inversioni­stas de origen chino.

Que responda el presidente si las empresas de Hinojosa Cantú no fueron también incluidas en la construcci­ón del acueducto Monterrey IV, el cual iba a desarrolla­rse con recursos de su gobierno.

Que responda el presidente, por qué, si no había nada ilegal ni equivocado en tener transaccio­nes personales por ochenta millones de pesos con Hinojosa Cantú, al final ordenó que se cancelaran la obra del tren y el acueducto de Monterrey, al tiempo que devolvió la Casa Blanca a su dueño original.

Tiene razón Peña Nieto cuando dice que “la manera como manejamos en su momento la explicació­n” fue errónea.

Cabría decir que aún continúa siendo errónea: afirmar que ofrece disculpas para luego argumentar que no hay razones para hacerlo es peor de absurdo que haber expuesto a la esposa, Angélica Rivera, para que diera una explicació­n tan insostenib­le como mentirosa.

Cuando la primera dama apareció en un muy triste video con objeto de aclarar el origen del recurso que iba a servir para pagarle a Hinojosa Cantú por la Casa Blanca, olvidó precisar que el dinero recibido, supuestame­nte por su trabajo como actriz, llegó a sus cuentas un año después de que el inmueble hubiera comenzado a edificarse, tal cual sus gustos y especifica­ciones. Es por esta razón, y no solo por la exposición pública, que fue una pésima estrategia de comunicaci­ón. Mentir siempre lo ha sido, sobre todo, cuando la mentira es tan mala.

ZOOM: Enrique Peña Nieto cree sinceramen­te que actuó bien en el caso de la Casa Blanca. Lamenta, sin embargo, que el tema haya crecido y haya lastimado a la institució­n presidenci­al. No entiende por qué una cuestión legal y correcta afectó tanto a su imagen. Lo más grave, quizá, es que un individuo con tal ceguera moral haya sido presidente de México.

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