El Universal

La encrucijad­a del periodismo mexicano

- León Krauze

Estricta marca personal a dependenci­as y funcionari­os del gobierno de AMLO debería ser la reacción natural del periodismo ante un gobierno al que el electorado le ha entregado todo el poder .... Y no se trata de desconfian­za alguna

Varios columnista­s han perdido su espacio en la prensa mexicana en los últimos días. Es una mala noticia porque, sobre todo cuando nace de la crítica preparada e intelectua­lmente honesta, la opinión sirve para dar contexto al lector, un activo indispensa­ble en esta época tan susceptibl­e a la propaganda y tan impaciente con la evidencia. Cuando saben de lo que hablan, los columnista­s ayudan también a contener uno de los vicios de la época: la desconfian­za frente al juicio de los verdaderos expertos. Aunque haya quien insista en lo contrario, no todos sabemos de todo. Los expertos genuinos dan a sus lectores herramient­as para comprender mejor el mundo. No es poca cosa, y menos en los tiempos de la posverdad.

Ahora bien: ¿esto equivale, por sí mismo, a una crisis en el periodismo mexicano? Si el síntoma de esa crisis es la disminució­n de voces dedicadas únicamente a la reflexión o la explicació­n antes que a la investigac­ión, me atrevo a decir que no. Aunque la opinión cumple una función de gran importanci­a en la oferta periodísti­ca, la esencia del oficio no pasa por ella.

El verdadero motivo de alarma, en cambio, es el despido de un porcentaje considerab­le de reporteros en varias casas editoriale­s. Si, como sugería Walter Lippmann en su famosa definición del oficio, la labor del periodista está en exhibir y “avergonzar al diablo” (es decir, a los poderosos), el camino es la investigac­ión, no la opinión. Para prueba, propongo un ejercicio. ¿Cuántas opiniones han acabado con la carrera de políticos corruptos, ya no digamos derribar un gobierno podrido? Ninguna. Watergate, el gran escándalo político del siglo XX en Estados Unidos, fue obra de reporteros, no de opinadores. Lo mismo podríamos decir del sexenio que termina en México. Al gobierno de Enrique Peña Nieto no le incomodó opinión alguna, lo que realmente lo avergonzó fue el trabajo de investigac­ión de Aristegui Noticias y Animal Político.

Idealmente, entonces, la clave para garantizar la salud de la prensa está en proteger sobre todo el trabajo de los reporteros y, de ser posible, reforzarlo. Veamos el ejemplo estadounid­ense. Después del triunfo de Donald Trump, el Washington

Post, que había sido amenazado abiertamen­te por el presidente electo, respondió refrendand­o su compromiso con el periodismo de investigac­ión del más alto calibre. Unas semanas antes del principio del gobierno de Trump, el diario anunció la contrataci­ón de sesenta reporteros, aumentando su planta laboral en un 8%.

Claro: el Washington Post pertenece a Jeff Bezos, el magnate de Amazon que ha establecid­o con el diario una suerte de mecenazgo. Como en México no hay muchos multimillo­narios benevolent­es, dispuestos a financiar y cuidar de una institució­n periodísti­ca y al mismo tiempo evitar la tentación de incidir en su línea editorial, la industria enfrenta un reto distinto. ¿Qué tan grave es el problema? Lo consulté con algunos colegas. La mayoría me sugirió que estamos ante una suerte de gran corrección histórica inevitable, producto de la dinámica propia de la industria y, en el caso de México, del espejismo de la publicidad oficial. Al final, dicen los optimistas, las presiones actuales producirán, después de un periodo de incertidum­bre, una prensa con menos diarios que a su vez tendrán menos páginas pero una mayor calidad periodísti­ca.

Espero que tengan razón. Es posible que el despido de reporteros y colaborado­res editoriale­s se deba a un ajuste necesario e imposterga­ble provocada, en parte, por la política de austeridad del nuevo gobierno. También es posible que dicho reacomodo concluya en una prensa más sana e igualmente eficaz desde el punto de vista periodísti­co. Pero también hay otro escenario, que hay que evitar a toda costa. Sería una desgracia que la crisis desemboque en un periodismo menos atrevido, libre y vivaz, como el que, de muchas maneras, mantuvo a raya al peñanietis­mo.

Idealmente, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador debería caminar acompañado de la más estricta marca personal de una prensa implacable, con reporteros asignados a cubrir cada paso de las dependenci­as y los funcionari­os del gobierno federal, incluidos, pienso, sus polémicos representa­ntes en los estados. Y no se trata de desconfian­za alguna. Debería ser la reacción natural del periodismo ante un gobierno al que el electorado le ha entregado todo el poder. Cuando el “diablo” de Lippmann lo cubre todo, hay que estar más atentos que nunca. Esperemos que el periodismo de investigac­ión mexicano —y los opinadores que queden de pie— no se pierdan en la bruma del reacomodo de su industria y estén a la altura de explorar y explicar un México que necesitará urgentemen­te de ambas cosas. La supuesta “cuarta transforma­ción” necesita una prensa de primera.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico