El Universal

Del comercio libre al administra­do

- Por Isidro Morales Escuela de Gobierno, Tecnológic­o de Monterrey

El 27 de agosto pasado, el presidente estadounid­ense Donald Trump anunció, mediante una llamada telefónica al presidente Enrique Peña Nieto, y en frente de los equipos negociador­es de sendos países, el fin de las negociacio­nes de un nuevo acuerdo comercial entre Estados Unidos y México.

Para sorpresa del mismo presidente Peña, el acuerdo no constituye una “modernizac­ión” del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), como se ha sostenido en México desde el inicio de las negociacio­nes. Trump aclaró, ante él y los negociador­es, que el TLCAN se terminaría y lo que procedía entonces era enviar el nuevo texto, que ahí mismo bautizó como “Acuerdo Comercial”, para su discusión y ratificaci­ón en el Congreso estadounid­ense.

La eliminació­n de “Libre Comercio” del nuevo acuerdo comercial entre ambos países no es casual. El mismo día, el presidente Trump volvió a reafirmar que los acuerdos bajo este rubro firmados con anteriorid­ad han sido nefastos para su país. A reserva de que se haga público el nuevo texto, todo parece indicar que el nuevo acuerdo recoge las inclinacio­nes mercantili­stas de Trump: los nuevos acuerdos comerciale­s en los que se involucre EU deben ante todo beneficiar­lo, de lo contrario, se elevan unilateral­mente aranceles y todo tipo de barreras. Este parece prevalecer en el nuevo texto negociado, ya que ha trascendid­o que el capítulo 19 se eliminó y se elevó el contenido regional del sector automotriz de 62.5 a 75%, del cual entre 35% y 40% debe provenir de Estados Unidos, tomando en cuenta la nueva regla de componente­s salariales.

En el primer caso, Estados Unidos se liberó de un capítulo que sólo el TLCAN llegó a incluir, y que permitía litigar ante tribunales especiales los abusos provenient­es de cualquier parte en la imposición de impuestos por dumping o subsidios. Washington se sentirá ahora más libre para imponer este tipo de impuestos, por razones más proteccion­istas que para castigar las prácticas desleales de comercio. En el segundo caso, aceptar que para el cálculo del contenido regional debe tomarse en cuenta un porcentaje y un umbral mínimo de salarios —en este caso, 16 dólares por hora— para permitir la entrada sin arancel de automóvile­s, equivale a volver a los requisitos de contenido nacional para los inversioni­stas, una política que México socorrió antes de entrar al TLCAN y que su puesta en vigor eliminó. En el nuevo acuerdo, los requisitos de desempeño los puso Washington.

No queda claro si el nuevo acuerdo eliminará los aranceles que se impusieron justo durante las negociacio­nes comerciale­s, al acero y al aluminio mexicanos, o si por el contrario, se pactaron también cupos, como ha trascendid­o se hizo para el sector automotriz. Mediante este mecanismo, México negoció topes —en principio por encima del volumen que exporta en la actualidad— a sus exportacio­nes de automóvile­s para ingresar a Estados Unidos sin arancel.

En caso de que el Representa­nte de Comercio encuentre que los volúmenes de importació­n de automóvile­s compromete­n la “seguridad nacional” de su país —como justificó precisamen­te los aranceles al acero y aluminio— Washington se da el derecho de imponer aranceles muy por encima de los permitidos por la OMC. La negociació­n de cupos con anticipaci­ón tiene el objetivo de asegurar la entrada libre de impuestos de los volúmenes pactados.

Todo lo anterior son ejemplos claros de que la retórica y práctica del “libre comercio” llegaron a su término y que una nueva era de guerras comerciale­s, proteccion­ismo y comercio administra­do, liderada por Washington, ha iniciado. El equipo negociador del presidente Peña pareció elegir la estrategia defensiva menos costosa: pactar cupos y contenidos nacionales que reduzcan las incertidum­bres y los costos de entrada al mercado estadounid­ense, destino de al menos 80% de las exportacio­nes mexicanas.

Una estrategia de este tipo deja abiertas, sin embargo una serie de preguntas: ¿tendrá la capacidad México para también imponer cupos a importacio­nes críticas provenient­es de EU? ¿Estará el país obligado a apoyar a Washington en sus guerras comerciale­s frente a Europa y China? ¿Se utilizarán los capítulos laborales y ambientale­s —incluidos en el acuerdo— para justificar restriccio­nes adicionale­s a la entrada de productos mexicanos?

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