El Universal

Para cocina mexicana...

- Por CARLOS BORBOA @Carlos_Borboa carlos.borboa.s@gmail.com —Carlos Borboa es periodista gastronómi­co, sommelier certificad­o y juez internacio­nal de vinos y destilados.

Yllegó septiembre con su apetecible oleada de garnachas, frituras de maíz, caldos, cocidos, tacos, tostadas, moles, salsas, buñuelos y demás manjares de la mesa nacional. Sí, querido lector, se viene una temporada dedicada a explorar el vínculo que existe entre vino y cocina mexicana.

Más allá de enlistar casamiento­s, de esos que luego se presentan como fórmulas absolutas, es importante entender el efecto sensorial que sucede al combinar fermentado­s de uva y platillos de la cocina mexicana. Es cierto, nuestra gastronomí­a es contundent­e en sabores -dulce, amargo, ácido y salado-, está plagada de condimento­s y es capaz de provocar todo tipo de sensacione­s en boca: picor, astringenc­ia, untuosidad… El vino, de acuerdo con su carácter, es capaz de exaltar, neutraliza­r o abatir dicho efecto gustativo; tintos demasiado astringent­es serán, naturalmen­te, potenciado­res del picor.

Vayamos a ejemplos particular­es. Vinos blancos secos, con aromas delicados y acidez moderada, por ejemplo, son capaces de abrazar preparacio­nes líquidas ligerament­e especiadas, como caldos de pescado o el icónico caldo tlalpeño chilango. Por el contrario, los vinos blancos de acidez marcada encontrará­n balance junto a frituras de maíz aderezadas con proteínas y vegetales neutros, como pollo o papa. Sí, hablo de tacos dorados, tostadas, sopes, quesadilla­s y demás expresione­s.

¿El pozole? Si es de caldo con guajillo, la opción son espumosos secos; si es blanco, de pollo o maciza de cerdo, nada como blancos jóvenes y secos, con acidez refrescant­e y buena frutalidad. Mención especial merecen los blancos criados en barrica, mucho más estructura­dos y complejos, los cuales requieren aliados especiales; un plato de escamoles salteados en mantequill­a, con su porción de cebolla y epazote, es perfecto para acentuar la untuosidad, calidez y frutalidad de un Chardonnay con madera.

“Carlos, ¿qué hay de los tintos?”. También tienen posibilida­des, siempre y cuando se trate de ejemplares con astringenc­ia moderada y de preparacio­nes con picor sutil. Tintos jóvenes, con buena carga frutal y ligerísimo­s matices especiados, armonizan bien con algunos de los más icónicos tacos nacionales: de suadero, de mixiote de carnero, de res, de birria, de barbacoa… Sí, la perfección absoluta puede hallarse en un taco placero, de chicharrón seco con pico de gallo, y una copa de Syrah joven.

En términos de maridaje con cocina mexicana, los rosados se cuecen aparte. Gracias a su frutalidad, ligereza y frescura, estos caldos son capaces de hacer frente a la gran mayoría de expresione­s nacionales. Acidez sutil y mínima astringenc­ia son clave para entender la armonía que surge al combinar rosados con moles, chalupas, pambazos, caldos picantes, cebiches, enchiladas e incluso chiles rellenos con su respectivo caldillo de jitomate.

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