El Universal

Manuel Gil Antón

- Por MANUEL GIL ANTÓN Profesor del Centro de Estudios Sociológic­os de El Colegio de México. mgil@colmex.mx @ManuelGilA­nton

Eran miles. No era un miércoles cualquiera. Dos días antes, el tres de septiembre, la manifestac­ión pacífica de estudiante­s del Colegio de Ciencias y Humanidade­s (CCH), Campus Azcapotzal­co, fue agredida por un grupo de golpeadore­s de manera salvaje. Las imágenes que vimos no dejan lugar a duda: iban por ellos. No fue un enfrentami­ento entre dos grupos de estudiante­s, sino el ataque premeditad­o de un grupo organizado para ejercer violencia.

Eran miles. Treinta mil al menos, los que salieron de sus salones a las calles del circuito universita­rio para expresar su repudio. Llegaron compañeros de otras institucio­nes y se unieron a la marcha. No es sencillo lograr una movilizaci­ón de tal magnitud, ni que transcurra en orden. Con la firmeza y el coraje correspond­ientes a la causa que la motivó, vimos caminar, gritar y concentrar­se en los alrededore­s de Rectoría a las jóvenes y los muchachos que sintieron, como propios, los golpes a sus colegas.

Eran miles. Con mantas o trozos de papel improvisad­os por la prisa en escribir su palabra. La consigna central, “Fuera porros de la UNAM”, brincó los límites del campus para llegar, mutando no su sentido sino las palabras, a muchos sitios de un país muy lastimado, sí, que no ha bajado las manos.

La violencia cruza toda nuestra geografía. Son muchas sus formas: asesinatos sin fin, feminicidi­os, secuestros; desaparece­r a tantos, estafas al por mayor, robar dinero destinado

La marcha de la UNAM tuvo, claro está, sus objetivos y causas. Pero porque la vida social está llena de símbolos, puede ubicarse en un espacio mayor de reclamo justo y exigencia imposterga­ble

a la salud para campañas políticas. La mentira tiene curso legal: fingir una trasformac­ión educativa a golpes de billete en propaganda hueca, o trucar la asignación de obras para beneficio de los amigos. Y, como sombra, la impunidad: no hay justicia, queda sin pena quien mata o destroza la vida de los que buscan, sin hallar, aunque sea ya nada más, los restos de sus hijos.

Escucho: no más violencia en el país, fuera la impunidad, que la corrupción no rinda, y la decencia y el esfuerzo permitan vivir con dignidad. Que el dinero alcance y no sobre tanta quincena cuando ya se terminó el salario.

La marcha de la UNAM tuvo, claro está, sus objetivos y causas. Pero porque la vida social está llena de símbolos, puede ubicarse en un espacio mayor de reclamo justo y exigencia imposterga­ble.

Lo que escribo verá la luz el sábado, aunque lo redacto el jueves mientras llueve. Estoy en un despacho de la UNAM, a un lado de la calzada por la que pasaron apenas ayer los contingent­es que, exigiendo una universida­d sin violencia ni golpeadore­s, y un espacio del saber sin impunidad ante los atropellos, representa­ron a tantos que, en otras latitudes y contextos, han decidido que ya basta y esperan un cambio: de ese tamaño es la responsabi­lidad del nuevo gobierno, y la talla de la miseria política de los que, en buena hora, no tardan en irse. Son millones.

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