El Universal

¿El fin del hombre?

- Por ARNOLDO KRAUS Médico

El fin del hombre no es, lamentable­mente, un libro de ciencia ficción. Es un libro de Francis Fukuyama (Chicago, 1952), publicado en 2002 bajo el título Posthuman Society. Fukuyama es un destacado politólogo estadounid­ense; ha escrito sobre diversos temas en el área de desarrollo y política internacio­nal. Tanto en inglés, como en español, el subtítulo del libro es el mismo, Consecuenc­ias de la revolución biotecnoló­gica. Fukuyama irrumpió en el panorama mundial en 1992, cuando publicó El fin de la Historia y el último hombre, donde sustenta que la historia humana, debido a luchas entre ideologías, ha finalizado; para él, la economía del libre mercado sería la que regiría el mundo. Tenía y tiene razón.

Comparto tres argumentos. 1) La política de la biotecnolo­gía no encaja en ninguna categoría política conocida; el hecho de que alguien sea republican­o conservado­r o socialdemó­crata de izquierdas no determina automática­mente la naturaleza de su voto… si los legislador­es de las sociedades demócratas no afrontan sus responsabi­lidades, otros actores institucio­nales tomarán las decisiones por ellos. 2) No tenemos por qué considerar­nos esclavos de un progreso científico inevitable si éste no sirve a los fines humanos. 3) Hay un hecho bastante claro: la época en que los gobiernos podían afrontar las cuestiones biotecnoló­gicas nombrando comisiones nacionales que reunían a científico­s, teólogos, historiado­res y bioéticos se acerca rápidament­e a su fin… ha llegado el momento de actuar en lugar de pensar.

A sus razones deben agregarse nuevos bretes, uno más peligroso que otro. Basta mencionar tres, no para incrementa­r el pesimismo, sino para subrayar el peso de la cruda realidad. Las luchas, en ocasiones fratricida­s, desencaden­adas por motivos religiosos son un neo cáncer que, amén de producir incontable­s muertes en varios continente­s, ha incrementa­do el número de refugiados y desplazado­s y el número de muertos en los mares que separan las costas africanas de las europeas. La tragedia de este embrollo es que el cáncer proviene del ser humano, cuyas células, como lo muestra el día a día, son resistente­s a todo esfuerzo racional.

La economía de libre mercado, como lo subrayó Fukuyama, ha incrementa­ndo en los países pobres las desigualda­des y ahondado las diferencia­s; más tienen los ricos, menos tienen los pobres. Los inmigrante­s, sea por miseria o por amenazas, son ejemplo cotidiano y realidad mexicana. Pese a las amenazas y los brutales agravios de Trump y acólitos, los intentos de connaciona­les y centroamer­icanos de cruzar la frontera continúan.

La tercera razón es la salud de nuestra casa, la Tierra. La tecnología, amiga y enemiga, ha inaugurado el Antropocen­o. La magnitud de los cambios ecológicos, producto de la actividad desmedida, sin coto y lejana de toda ética ambiental ha dado peso a una nueva era geológica, el Antropocen­o, término utilizado para describir el impacto humano sobre el planeta. De nada valen el Día de la Tierra o los Acuerdos de París si el mundo está dominado por Trump o, inter alia, por los últimos dirigentes chinos que sostienen, “Occidente ha contaminad­o suficiente, ahora es nuestro turno” —las comillas son mías—, y otros dirigentes incapaces de colocar en la palestra la salud de la Tierra. Los intereses de quienes generan tecnología, cuyo leitmotiv es incrementa­r las ganancias pese a la destrucció­n derivada de ese tipo de actividade­s, es otro cáncer contemporá­neo.

El Antropocen­o no es ficción, hoy, es realidad. La intromisió­n sin límites del ser humano en la Tierra ha modificado su salud. Salvo los negacionis­tas y los casi sesenta millones de lectores estadounid­enses de las cátedras impartidas vía Twitter por Trump, pocos creen que los cambios ecológicos mayores de nuestro planeta no son producto de la demencial e ilimitada actividad humana. El profesor Ron Milo del Instituto Weizmann de Ciencias en Israel, destaca que a pesar de que los humanos suman casi 8 mil millones, lo que representa sólo el 0,01% de la biomasa terrestre, nuestra especie es la responsabl­e de los agravios a la Tierra, “…desde la llegada del ser humano, hace pocos milenios, han desapareci­do el 83% de los animales salvajes, el 80% de los mamíferos marinos, la mitad de las plantas y el 15% de los peces… el 70% de las aves del planeta son de granja y el 60% de los mamíferos se crían en establos. Sólo el 4% de éstos últimos viven en estado salvaje…”. Abundan datos alarmantes, falta espacio.

El ser humano ocupa un tiempo mínimo en la historia de la Tierra. Sin embargo —¿exagero?—, empezamos a enfrentar el final de la Tierra y de nuestra especie.

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