El Universal

Para conformar el equipo de seguridad

- Alejandro Hope

Según parece, Andrés Manuel López Obrador quiere dejar poco espacio a la sorpresa o la especulaci­ón. Su gabinete, o buena parte de él, fue develado desde la campaña. En el segundo y tercer nivel de la administra­ción pública federal, las designacio­nes han caído en cascada desde la elección presidenci­al. Muchas más se esperan para las próximas semanas.

En la futura Secretaría de Seguridad, el titular está designado desde hace meses: Alfonso Durazo Montaño. Los siguientes niveles siguen vacantes, pero eso podría cambiar en cuestión de semanas. Con toda probabilid­ad, la mayor parte del equipo estará ya designado para finales de octubre

¿Quién debería conformarl­o? No quiero entrar en una especulaci­ón de nombres. Pero van algunas humildes sugerencia­s para definir los rasgos generales de un posible equipo:

Apostar por el mando civil: no tengo más que respeto por los oficiales del Ejército o la Marina, pero es importante hacer distincion­es entre la función militar y la seguridad pública. Eso empieza (debe empezar) desde la cabeza de las institucio­nes federales de seguridad pública.

Marcar diferencia­s entre el gobierno de las institucio­nes y el mando operativo: para las subsecreta­rías, habría que considerar a personas con experienci­a en tareas de seguridad pública, pero no necesariam­ente policías. Su responsabi­lidad es gobernar el aparato federal de seguridad pública, no tomar decisiones operativas. En cambio, como comisionad­o general de la Policía Federal, se debe considerar a un policía de carrera: se debe enviar el mensaje a toda la estructura de que es posible llegar por la vía del mérito al ápice de la corporació­n.

Incluir en la selección el compromiso con la reforma institucio­nal: nuestras institucio­nes de seguridad y justicia son obra en construcci­ón (para decirlo gentilment­e). Salvo excepcione­s, las policías son cuerpos mal pagados, mal entrenados, mal equipados, poco motivados, terribleme­nte vulnerable­s a la corrupción y la intimidaci­ón. Una descripció­n similar vale para el sistema penitencia­rio, por ejemplo. Para modificar esa realidad, se requieren muchas reformas: desde el establecim­iento de normas homogéneas de reclutamie­nto y profesiona­lización hasta el fortalecim­iento de las unidades de asuntos internos, pasando por la construcci­ón de un régimen específico de seguridad social. Nada de eso es fácil ni rápido. Por tanto, resulta indispensa­ble que el nuevo equipo esté plenamente comprometi­do con una agenda de reformas, no sólo para transforma­r a las institucio­nes federales, sino para proveer liderazgo en el proceso de cambio a nivel estatal y municipal.

Valorar la apertura a la supervisió­n y el escrutinio externos: los mejores cuerpos de seguridad del mundo son los más vigilados. Ojalá, el nuevo equipo esté no sólo comprometi­do con la transparen­cia y la rendición de cuentas, sino abierto a innovar con mecanismos de supervisió­n. Organizaci­ones como INSYDE o Causa en Común, por ejemplo, han propuesto desde hace años la institució­n de mecanismos formales de control externo sobre las policías, empezando por la PF. Sería un gran gesto para la sociedad civil por lo menos explorar la posibilida­d de esa idea.

Hay muchas otras caracterís­ticas deseables en los integrante­s del nuevo equipo (p.e., comodidad con enfoques cuantitati­vos, experienci­a en temas internacio­nales, interlocuc­ión probada con la sociedad civil, etc.), pero no son esenciales. A mi juicio, lo fundamenta­l es que el nuevo cuerpo de dirección esté comprometi­do con a) el control civil sobre las fuerzas de seguridad, b) la reforma institucio­nal, y c) la fiscalizac­ión externa. Con eso, me daría por bien servido.

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