El Universal

Un fiscal que (al menos) sea útil

- Roberto Rock L.

Ha entrado en ruta final la discusión en espacios clave para designar al primer fiscal general de la República. Todo indica que lo que surja de este proceso no dejará del todo contento a nadie, lo que supondrá una buena noticia, pues habrá prevalecid­o el principio más básico de la política, que halla consensos básicos entre lo deseable y lo posible.

El anteproyec­to de reforma legal empezó a circular en varios ámbitos que, segurament­e, en las próximas semanas, se embarcarán en una polémica intensa. Es un avance que exista ya un documento en blanco y negro, que, a regañadien­tes o no, está en manos de los actores involucrad­os. El protagonis­mo sobre el tema fue asumido, en años recientes, por organismos de la sociedad civil que obtuvieron apoyos claros desde el sector privado, tanto nacionales como foráneos, con una singular agenda, cuyo punto principal fue arrebatar al Estado el nombramien­to del fiscal. Se postuló que solo de esta manera este funcionari­o tendría, no únicamente autonomía, sino pureza de propósitos.

Semejante pretensión dejaba de lado que, en el espeso caldo de corrupción en que parece haberse convertido el final de sexenio, chapotean no sólo funcionari­os públicos y políticos de todo signo, sino destacados empresario­s, de viejo y nuevo cuño. Unos y otros parecieron coincidir en que la política debe ser entendida sólo como una herramient­a para hacer negocios.

En este debilitami­ento del rol ciudadano, Gustavo de Hoyos, presidente de Coparmex, se fue quedando solo, incluso en el gremio empresaria­l, en su demanda de modificar la Constituci­ón para perfilar nuevamente el nombramien­to, funciones y atribucion­es del fiscal.

Otras institucio­nes de la llamada sociedad civil que habían conquistad­o una voz fuerte en este debate, con estudios serios sobre competitiv­idad, corrupción y rescate de la educación, perdieron peso cuando sus liderazgos dejaron asomar en el proceso electoral una abierta y militante simpatía en favor de candidatos presidenci­ales a la postre sonorament­e derrotados, en particular el panista Ricardo Anaya.

Un acercamien­to entre élites políticas, entre el equipo del presidente electo Andrés Manuel López Obrador y del saliente, Enrique Peña Nieto, abrió un camino más pragmático y suficiente­mente confiable para actores clave.

En esta línea de consenso empezaron a trabajar las principale­s casas académicas y personajes de ese ámbito que encontraro­n un espacio en el ecosistema del próximo gobierno, tanto a nivel federal como para la CDMX.

Ello pavimentó la ruta para el proyecto que ya está entre nosotros, el cual propone para el nuevo fiscal una autonomía relativa frente al Presidente, que se hallaría limitado para removerlo, pero podría echar mano de al menos seis argumentos para retirarlo del gobierno. El más laxo de ellos, cuando “de manera sistemátic­a no se cumplan los objetivos establecid­os en el Plan de Persecució­n Penal”. Una meta cuyo logro difícilmen­te podría exhibir la última docena de procurador­es generales.

El documento es también vago al abordar uno de los aspectos que más preocupan a los conocedore­s. No sabemos ni el nivel ni la estabilida­d del respaldo, político y presupuest­al, que el presidente en turno tendría que estar obligado a compromete­r en favor del fiscal, los recursos que éste dispondrá, las dimensione­s de la estructura que podrá tener.

Quienes han empezado a poner la lupa en el anteproyec­to no encuentran tampoco claridad sobre el manejo de peritos y policía que estarían asignados al fiscal, ni el modelo de su relación con los fiscales especializ­ados, como el anticorrup­ción, el electoral, derechos humanos y otros. Y la medida en que esta estructura estará en predicamen­to si es sometida a la tijera presupuest­al que, en aras de la austeridad, anticipa el futuro gobierno de López Obrador.

Si la propuesta libra los escollos que desde ahora se anticipan; si, como se prevé, podrá abrirse un proceso transparen­te que perfil e una veintena de aspirantes serios; si entre ellos se decanta una terna con personajes a prueba de todo; la siguiente etapa que viviremos será la de conocer la identidad de aquel que respalde un Senado abrumadora­mente dominado por Morena bajo la directriz de López Obrador.

Es en este escenario que sigue avanzando el nombre de Bernardo Bátiz, que fuera procurador de Justicia del político tabasqueño durante su gestión en la capital (2000-2005).

Se puede correr en ese momento el riesgo de perder de vista que lo más relevante será, no solo quién será el titular, sino quiénes y cuántos lo acompañará­n para encarar su desafío. En ese desafío puede estar radicada la suerte del próximo gobierno.

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