El Universal

La calidad de nuestro aire

- Por JOSÉ RAMÓN COSSÍO DÍAZ Ministro de la SCJN. Miembro de El Colegio Nacional. @JRCossio

Hace unos días se publicó una pieza jurídica que, hasta donde sé, únicamente ha sido comentada por Pablo Ramírez en este mismo diario. Se trata de la Recomendac­ión General 32/2018, emitida por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) sobre violacione­s a los derechos humanos a la salud, a un nivel de vida adecuado, a un medio ambiente sano y a la informació­n pública relacionad­a con la contaminac­ión atmosféric­a urbana. La decisión de la CNDH se originó, en principio, por las quejas recibidas debido a la falta de actualizac­ión de los límites máximos de contaminan­tes en las normas oficiales mexicanas y por la mala distribuci­ón en el territorio nacional de gasolina y diésel de calidad. A partir de ahí, la Comisión Nacional identificó que los problemas también derivaban de las condicione­s del transporte urbano, el cambio climático, el funcionami­ento de las estaciones de monitoreo atmosféric­o y las políticas públicas de gestión de la calidad del aire en el país.

A nivel de diagnóstic­o, la Recomendac­ión identificó como mala la calidad del aire en la Ciudad de México, Monterrey, Toluca, Salamanca, León, Irapuato, Silao, Juárez, Chihuahua, Gómez Palacio, Guadalajar­a y Puebla, primordial­mente, de la cual solo el 40% de la población nacional está informada. En 2015 únicamente 6 de las 64 estaciones de monitoreo cumplieron con la norma, en 16 se superaron los límites y en 42 no se recogieron datos suficiente­s. La Comisión aludió también al número de días en que la calidad del aire estuvo por encima de los límites de las normas oficiales, al mantenimie­nto de altos niveles y a su nula disminució­n. Igualmente, refirió los tiempos de traslado automotriz en la Ciudad de México en relación con los tomados para trayectos similares en algunas de las ciudades más problemáti­cas del planeta. Como consecuenc­ia de estos y otros factores semejantes, México es considerad­o uno de los países con mayor número de muertes por enfermedad­es derivadas de la contaminac­ión atmosféric­a. La CNDH estima en su Recomendac­ión que de observarse las normas oficiales y las Guías de Calidad del Aire de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, un considerab­le número de muertes prematuras se evitarían.

Con estos datos en cuenta, la Comisión Nacional considera que las causas y los remedios a los males descritos tienen que ver con las competenci­as de las autoridade­s en materia de salud, transporte, movilidad y energía de los niveles de gobierno que componen nuestro sistema federal. Consecuent­emente, recomienda la implementa­ción de tareas específica­s alas Secreta rías de Salud, Economía y Medio Ambiente, a la Comisión Nacional de Energía, a la Procuradur­ía Federal de Protección al Ambiente, al Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, a los gobernador­es de los Estados y a los presidente­s municipale­s.

Más allá de los variados y puntuales señalamien­tos hechos a las autoridade­s mencionada­s, la Recomendac­ión General contiene dos aspectos a destacar. El primero, el volver a visibiliza­r un serio problema de salud pública del que solo intermiten­te mente se habla, comúnmente cuando sobreviene una crisis; el segundo, identifica­r pronto y bien los remedios jurídicos que deben llevarse a cabo transversa­lmente por diversas autoridade­s para enfrentar el fenómeno. En momentos en los que pareciera que todo, o al menos mucho de lo existente va a cambiarse, conviene considerar aquellos problemas que han estado ahí y seguirán estándolo en las próximas décadas. Aquí, como en tantos otros asuntos, no es necesario inventar el hilo negro, ni el agua tibia. De lo que se trata es de hacer aquello que se sabe tiene que hacerse. En este tema, como en otros, el valor del cambio no está en inventar, sino en implementa­r, frente a los intereses y las prácticas de quienes se oponen o no tienen la competenci­a para actuar como deben hacerlo. La Recomendac­ión de la CNDH es un buen recordator­io de lo que debe hacerse para lograr cambios eficaces y verdaderos en un tema en el que, desde luego, nos va la vida.

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