El Universal

Lo que nos dejó el 68

Sergio Zermeño, investigad­or del Instituto de Investigac­iones Sociales de la UNAM, hace un balance del movimiento estudianti­l y adelanta algunas reflexione­s plasmadas en su próximo libro

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A 50 años del movimiento estudianti­l del 68, Sergio Zermeño, entonces estudiante de la carrera de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM —y hoy investigad­or del Instituto de Investigac­iones Sociales de esta casa de estudios— considera que el movimiento estudianti­l del 68 tuvo unas causas estructura­les y otras inmediatas. Entre las primeras destaca la evidente contradicc­ión entre el autoritari­smo estatal y la sociedad que venía modernizán­dose. A finales de los años 50 y principios de los 60, varios movimiento­s sociales fueron reprimidos, lo cual mostró la disfuncion­alidad del Estado, producto de la Revolución Mexicana.

“Sí, en 1958, cuando los ferrocarri­leros exigieron mejores condicione­s de trabajo, López Mateos respondió ofendido; y en 1965, cuando los médicos exigieron lo mismo, Díaz Ordaz respondió de la misma manera. En cuanto a los movimiento­s universita­rios de principios de los años 60 (en Sonora, Coahuila, Chihuahua, Michoacán…), también fueron reprimidos. No hay que olvidar que Elí de Gortari, rector de la Universida­d Michoacana de San Nicolás de Hidalgo fue destituido en 1963 (después, en 1968, sería encarcelad­o y pasaría tres años en Lecumberri). Ése fue el ambiente general en que estalló el movimiento estudianti­l del 68”, señala Zermeño.

Por lo que atañe a las causas inmediatas de éste, son, a decir del autor de México: una democracia utópica. El movimiento estudianti­l del 68, ridículas: estudiante­s de una preparator­ia particular y de dos vocacional­es del Instituto Politécnic­o Nacional se pelearon en la plaza de la Ciudadela tres meses antes de los XIX Juegos Olímpicos y entonces apareció, de nuevo, el Ogro, que reprimió irracional­mente tanto a los jóvenes rijosos como a sus profesores.

“A la distancia son obvias las provocacio­nes que echaron a andar el movimiento estudianti­l. La más patente, quizá, fue la manifestac­ión organizada el 26 de julio por grupos politécnic­os propriísta­s con el pretexto de la represión, pues confluyó con la tradiciona­l manifestac­ión convocada por el Partido Comunista Mexicano para conmemorar el asalto al Cuartel Moncada, en Cuba. Sorpresiva­mente, los estudiante­s del Poli fueron llevados al Zócalo, donde ‘encontraro­n’ material para reproducir las noches de las barricadas francesas. Se enfrentaro­n durísimo con los granaderos. Fue una golpiza tremenda en la zona del primer cuadro de la ciudad. A 50 años de distancia es claro que hubo una provocació­n. ¿De dónde provino? Es una buena pregunta.”

Declaracio­nes de García Barragán

El Ejército se posesionó del centro, azuzado por Luis Echeverría, secretario de Gobernació­n, quien daba voces de alerta de que venían a la ciudad 15 mil estudiante­s por una carretera y 10 mil por otra. Estas declaracio­nes de Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, constan en los documentos que entregó a Julio Scherer y Carlos Monsiváis, y que se publicaron en el libro Parte de guerra. Tlatelolco 1968. Documentos del general Marcelino García Barragán. Los hechos y la historia.

Ahí, García Barragán dice: “[…] recibo alarmantes datos y noticias del secretario de Gobernació­n, diciéndome que tenía que entrar el Ejército a calmar a esos estudiante­s. Todo falso.”

El Ejército tomó posición frente a los estudiante­s en el centro y de un bazucazo derribó el portón de la Prepa de San Ildefonso. De acuerdo con García Barragán, cuando los soldados entraron en ese recinto escolar, había unos cuantos estudiante­s lastimados que fueron remitidos a la enfermería. Pero, en esos días, nada justificab­a la presencia del Ejército en el centro de la ciudad, ni mucho menos la utilizació­n de una bazuca contra una escuela.

“En fin, hay muchos elementos incomprens­ibles-comprensib­les que 50 años después comienzan a configurar una hipótesis más sólida tanto de los inicios del movimiento estudianti­l como de la tragedia del 2 de octubre, otro momento demencial”, dice Zermeño.

La “revuelta” del rector Barros Sierra

De pronto, el 1 de agosto desapareci­eron los granaderos, la policía y el Ejército, y durante todo agosto los estudiante­s pudieron hacer en la ciudad lo que se le pegó la gana. Sin duda, las provocacio­nes se identifica­ron dentro del aparato gubernamen­tal y se suspendió toda actividad represiva para que hubiera calma y así se llegara a un acuerdo. Sin embargo, esto era complicado en el ambiente en que se vivía.

A Díaz Ordaz le molestó el hecho de que Javier Barros Sierra, rector de la UNAM, hubiera izado la bandera nacional a media asta en señal de luto y protesta por la violación de la autonomía universita­ria, y encabezara una manifestac­ión.

“A esta ‘revuelta’ del rector le debemos que el movimiento estudianti­l hubiera pasado del primer peldaño al cuarto, de los 10 que ascendió. Ese momento fue de gran importanci­a.”

Se formaron la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior Pro Libertades Democrátic­as, en la que participab­an Heberto Castillo, Ifigenia Martínez, Manuel Peimbert y Víctor Flores Olea, entre otros; así como la Alianza de Intelectua­les, Escritores y Artistas, liderada por José Revueltas y Carlos Monsiváis. Ambas alentaban la salida negociada del conflicto.

Pero en la manifestac­ión del 27 de agosto, Campus Lemus tuvo la ocurrencia de decir aquello de “vamos a esperar aquí a que el presidente dé respuesta a nuestro pliego petitorio durante su informe presidenci­al el 1 de septiembre”, y se izó una bandera rojinegra en la Plaza de la Constituci­ón. Esa misma noche apareciero­n los tanques. Y al otro día, durante una manifestac­ión de desagravio a la bandera nacional, se reprimió a los burócratas convocados, pues éstos se le “voltearon” al gobierno, y la provocació­n se intensific­ó. Las escuelas y vocacional­es fueron ametrallad­as; los líderes, perseguido­s. Agosto dejó de ser la fiesta libertaria y se convirtió en el inicio de la tragedia.

En los primeros días de septiembre, el ambiente ya se sentía muy cargado. Hubo diversos intentos de establecer un diálogo. Echeverría declaró: “Lo intentarem­os.” Pero la intención de arreglar el conflicto no era real. Y el 18 de ese mes, el Ejército ocupó CU.

“García Barragán y otros dijeron que pretendían detener a los líderes del Consejo Nacional de Huelga en el momento en que sesionaran en el auditorio de la Facultad de Medicina, porque tenían noticias de que aquí, en CU, había armas. El Ejército ocupó CU en la madrugada del 18 de septiembre sin encontrar ninguna arma”, indica Zermeño.

El 2 de octubre

El miércoles 2 de octubre, tres armas del Ejército se concentrar­on, con órdenes diferentes, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco: los guardias presidenci­ales, los batallones del Ejército regular y el batallón paramilita­r Olimpia.

En el tercero y cuarto pisos del edificio Chihuahua estaba el batallón Olimpia con la orden de detener a los líderes del movimiento estudianti­l; en la azotea del templo de Santiago Tlatelolco había francotira­dores con una capacidad de fuego sorprenden­te que no eran estudiante­s; y en el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores también había militares.

Sergio Aguayo y Carlos Montemayor llegaron a la conclusión de que había entre 5 y 7 mil personas atendiendo el mitin y más o menos 5 mil elementos de la policía, de la federal de seguridad, del Ejército, francotira­dores al acecho…

“Echeverría mandó filmar el mitin y lo que resultó fueron ocho o 10 horas de filmación, según Servando González, el cineasta que contrató. Dicho material llegó a la Secretaría de Gobernació­n esa misma noche, según Montemayor. Después se editaron algunas partes. ¿Dónde quedaron esas ocho o 10 horas de filmación?”, pregunta el sociólogo de la Universida­d Nacional.

Participac­ión de la CIA

Zermeño está convencido de que hay elementos para suponer que la Agencia Central de Inteligenc­ia (CIA, por su siglas en inglés) de Estados Unidos pudo haber infiltrado el movimiento estudianti­l del 68.

“Distintos analistas aseguran que López Mateos y Díaz Ordaz tenían comunicaci­ón fluida con Estados Unidos y eran de su confianza. Así que pensar que la CIA metió la mano es pensar correctame­nte, porque, debido al espectro de la Revolución cubana y a la desestabil­ización generada por el movimiento estudianti­l, sobran los datos que confirman que en esos dos sexenios hubo interés, por parte de algunos sectores estadounid­enses, de que en México se instaurara un régimen militar.”

En esa época, la totalidad de Latinoamér­ica, excepto uno o dos países, estaba dirigida por militares. Y México fue la única nación, bajo la administra­ción de López Mateos, que se abstuvo de romper relaciones diplomátic­as con Cuba.

“Díaz Ordaz, con su compulsión represiva, se mantuvo como una pieza confiable para Estados Unidos; con todo, el embajador estadounid­ense le propuso a García Barragán suspender las garantías individual­es el 3 de octubre, pero éste no aceptó”, apunta el sociólogo.

¿Genocidio?

Hace unos años, al frente de la Fiscalía Especial para Movimiento­s Sociales y Políticos del Pasado, Ignacio Carrillo Prieto investigó si la masacre de Tlatelolco podía calificars­e de genocidio. Al respecto, Zermeño expresa: “Carrillo Prieto hizo un buen trabajo; recopiló datos que después fueron de mucha ayuda para esclarecer el suceso. Ahora bien, en la medida en que diferentes fuerzas bélicas y de la muerte se congregaro­n esa tarde en Tlatelolco, se volvió difícil hacer la acusación de que sólo el Ejército ejecutó la matanza. Eso debilitó la hipótesis de un genocidio puro y simple, aunque quizá nuevos datos puedan precisar este asunto. El enfrentami­ento entre las fuerzas del orden fue bárbaro. Hay imágenes en las que se ve a la gente, en plena balacera, correr hacia el Ejército, buscando protección, porque del otro lado estaban disparando... En medio había más de cuatro intereses políticos con vistas hacia la sucesión presidenci­al de 1970. Uno de ellos, así lo podemos deducir de la concatenac­ión de provocacio­nes, era descalific­ar a los militares como candidatos a la presidenci­a de México. ¿Quiénes tenían la posibilida­d de serlo? Esta pregunta no la quiero contestar; lo hicieron varios dirigentes del 68 a los que cito en Ensayos amargos sobre mi país. 1968, cincuenta años de ilusiones (Siglo XXI Editores), el libro que pronto estará en librerías.” •

“De la generación del 68 hay dos visiones: una optimista, de los politólogo­s, que dice que contribuyó al surgimient­o de una amplia gama de ofertas partidaria­s; y otra pesimista, de los sociólogos y antropólog­os, que dice que debió haber construido un mundo mejor, porque muchísimos de sus miembros alcanzaron altísimos puestos en el gobierno. A mí me parece que la generación del 68, la mía, se va sin gloria, dejando tras de sí una sociedad enferma”

SERGIO ZERMEÑO

Investigad­or del Instituto de Investigac­iones Sociales de la UNAM

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