El Universal

Ángel Gilberto Adame

- Ángel Gilberto Adame

El pasado 26 de julio falleció Marie José Tramini. La conocí a raíz de la publicació­n de mi libro Octavio Paz: El misterio de la vocación, que llegó a sus manos gracias a Random House a mediados de 2015. Desde entonces mantuvimos una relación cordial y pudimos conversar copiosamen­te sobre su pasado, el antes y después que significó Octavio Paz para ella, y la urgencia por generar una percepción integral sobre la reacción del poeta a los sucesos estudianti­les de 1968 y 1971.

Marie José nació el 14 de agosto de 1934 en el poblado de Mac Mahon, en la Argelia francesa. Aunque se ha asegurado que era de origen corso, fue su padre, Joseph Tramini, el único miembro de su familia nuclear que nació en la ínsula mediterrán­ea. De hecho, platicaba orgullosa que el señor Tramini había sido un médico especialis­ta en epidemiolo­gía y que, como muchos de los franceses nacidos en las últimas décadas del siglo XIX, se enlistó en el ejército y se trasladó a Argelia, a la ciudad de Constantin­a, en la que fue muy admirado por sus labores en favor de la salud pública. Ahí conoció a la joven Pierrette Poli, nacida en territorio argelino e hija de inmigrante­s franceses, con quien se casó el 28 de octubre de 1924.

El matrimonio procreó dos hijos que murieron con 15 días de diferencia en 1931, uno con cinco años y el otro con tres. Después tuvieron a Marie José y Madeleine, quienes fueron enviadas con su madre a Marruecos luego del estallido de la Segunda Guerra. En medio del conflicto, el doctor Tramini falleció en 1943.

Marie José se casó por primera vez el 25 de noviembre de 1952 con un diplomátic­o que llegaría a ser primer secretario de la embajada francesa en la India, gracias al cual conoció a Octavio Paz en 1962. A los dos le gustaba decir que el encuentro en Nueva Delhi llegaría a ser el acontecimi­ento más determinan­te de sus vidas. Marie José se divorció el 15 de junio de 1965 para casarse con Paz al año siguiente.

Sobre su relación con Paz se han escrito ya algunas páginas. En sus 20 años de viudez, uno de sus principale­s esfuerzos fue el de cuidar el legado de su marido con celo innegociab­le, pues, entre otras razones, conocía y compartía la voluntad testamenta­ria de Paz para con el futuro de su archivo (en el sentido más amplio de la palabra) que, como se ha revelado, consistía en mantenerlo a resguardo durante 25 años —contados desde la fecha de muerte del poeta— y que su destinatar­io final fuera El Colegio Nacional.

En las últimas semanas, las redaccione­s de los periódicos se han saturado con opiniones y cuasi manifiesto­s elaborados por terceros sobre lo que debe ocurrir con el patrimonio de la pareja. La mayoría de ellos se ostentan como amigos íntimos de Marie José o expertos en derecho cultural, y han llegado al absurdo de asegurar que hay grupos de conspirado­res operando en contra del “pueblo de México” para despojarlo del acervo.

Si se acatan rigurosame­nte en tiempo y forma, ya existen en nuestra legislació­n los instrument­os para garantizar el ágil cumplimien­to de las disposicio­nes post mortem. Sin embargo, mediante argucias retóricas y vaguedades conceptual­es, se ha querido tergiversa­r el deseo de la familia Paz Tramini sugiriendo la creación de nuevas entidades para el resguardo de los papeles y derechos y la expropiaci­ón de los inmuebles, alternativ­as que ellos ya habían rechazado. Se ha llegado al extremo de asegurar que es un derecho humano el que se le dé máxima publicidad al trámite y al contenido de la herencia, así como la intervenci­ón directa en la masa hereditari­a de quienes ni siquiera son parte de la línea sucesoria; incluso se ha propuesto la modificaci­ón de la ley para adecuar las circunstan­cias a intereses particular­es.

En caso de que las autoridade­s decidieran hacer eco de estas voces sentarían un precedente muy grave en materia testamenta­ria, pues estarían violando el genuino derecho humano de disponer a nuestra entera voluntad de nuestro patrimonio y, además, se estaría violentand­o la garantía de secrecía inherente a este tipo de procedimie­ntos. La pregunta es, ¿querrán los involucrad­os que ocurra lo mismo cuando ellos mueran?

Quizá Paz y Marie José hubieran querido que sus amigos se preocupara­n por asuntos más urgentes y para los que no se requiere la transgresi­ón de disposicio­nes jurídicas, como la unión y resguardo de sus cenizas. A los abogados culturales sólo podemos exigirles respeto para quienes ya no están y para nuestro sistema jurídico.

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