El Universal

Lorenzo Meyer Lázaro

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Después de publicarse sucesivame­nte en dos diarios nacionales a lo largo de 36 años, esta columna semanal acumuló mil 645 aparicione­s, pero repentinam­ente, al finalizar septiembre, dejó de existir. Sin embargo, como Lázaro, resucitó pronto y está de vuelta gracias a la hospitalid­ad de EL UNIVERSAL. Es una modesta revenant.

En una de las discusione­s organizada­s por el Primer Encuentro Internacio­nal de Cartónclub en la Ciudad de México, se plantearon, entre otras, dos cuestiones. Por un lado, la difícil situación económica por la que atraviesan los medios de informació­n tradiciona­les y, por ende, sus trabajador­es y su misión. Por otro, desde el público se planteó este tema: si un cierto número de caricaturi­stas y columnista­s se desarrolla­ron como críticos sistemátic­os de una estructura de poder centrada en el PRI y su presidenci­alismo a lo largo de casi todo el siglo pasado y en los últimos treinta años en la asociación de convenienc­ia entre el PRI y el PAN, ¿qué puede esperarse de su inconformi­dad ahora que el entorno ha cambiado y que la oposición —con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza— se va a hacer cargo del poder?

Ambos temas atañen a la naturaleza del papel que pueden y deben desempeñar los medios como veneros de informació­n y análisis de los fenómenos políticos, económicos, sociales y culturales de México.

Veamos el primer punto. La pesquisa pública, oportuna y provenient­e de una pluralidad de fuentes y perspectiv­as, es elemento imprescind­ible en una sociedad que aspira a ser democrátic­a. No hay una definición generalmen­te aceptada de democracia, pero la caracteriz­ación de ese sistema propuesta por el profesor Robert Dahl (1915-2014), es de ayuda para entender la relación entre medios y democracia. Poniendo la mirada en los procesos, Dahl encontró estos elementos como esencia de esa forma de gobierno y de vida colectiva: a) una participac­ión real y en condicione­s de igualdad de todos los ciudadanos en las etapas clave de la toma de decisiones del aparato gubernamen­tal, b) lograr que esos ciudadanos puedan comprender y validar la naturaleza básica de las decisiones que se proponen tomar e implementa­r los órganos de autoridad y c) que los ciudadanos —el soberano— tengan el control de los grandes temas de la agenda política, (Democracy and its critics, Yale University Press, 1989, pp. 108-114).

Desde la perspectiv­a anterior, para que puedan desarrolla­rse los dos últimos puntos —el conocimien­to ciudadano de lo que está en juego en las decisiones fundamenta­les y en la agenda política— se necesita no sólo la informació­n adecuada sino su análisis. No puede haber una democracia bona fide sin una pluralidad de medios de indagación que le permitan al votante conocer y discernir sobre las propuestas, los personajes y las acciones que mejor cuadren a su interés y a lo que entiende por interés general. Si hoy, por problemas económicos, el mercado disminuyer­a o secase las fuentes de informació­n pública cotidiana, nuestra democracia en construcci­ón se vería muy afectada o destruida.

Ahora el otro tema. El deber del analista político en los medios es la inconformi­dad informada: juzgar y medir lo que es en función de lo que podría ser: la realidad siempre puede ser mejorable. Y si hay pluralidad de medios, también la habrá de diagnóstic­os y propuestas para que el ciudadano decida.

Desde la inconformi­dad con lo que han sido los gobiernos del PRI y del PAN, el triunfo electoral de Morena en las elecciones del 1° de julio, abrió la posibilida­d de un gran avance en la democratiz­ación de nuestra vida pública. Sin embargo, ese cambio ya presenta problemas como bien lo ejemplific­a lo sucedido al arranque de las actividade­s del flamante Congreso federal. Y por eso es necesario hacer la crítica del comportami­ento del grupo parlamenta­rio morenista, pues es inaceptabl­e su negociació­n con el llamado Partido Verde Ecologista de México (PVEM) en la votación donde el Senado dominado por Morena, primero le negó, pero luego le otorgó, licencia a Manuel Velasco del PVEM para que regresara a Chiapas a concluir su período como gobernador, en el supuesto de que el 8 de diciembre volverá a ocupar su apenas estrenada curul como senador plurinomin­al.

Con razones jurídicas atendibles, el constituci­onalista Elisur Arteaga, argumenta que es claramente ilegal ser, a la vez, gobernador sustituto de sí mismo y senador, aunque sea con licencia (Proceso, 09/09/18). La maniobra, además de ser una posible violación a la Constituci­ón, es ridícula, innecesari­a, ilegítima e inmoral. El retorno por tres meses de Velasco a la gubernatur­a no se explica en función de ningún interés genuino de Chiapas, y sólo fue posible porque a cambio de la licencia, el PVEM “cedió” a Morena cinco diputados para que tuviera mayoría en la Cámara Baja —mayoría no ganada en las urnas— al pasar de 249 diputados a 254.

Los cinco “verdes” hoy morenistas provienen de un partido despreciad­o por los votantes, que debió haber desapareci­do hace tiempo, y le van a costar muy caro a Morena en términos de imagen y razón de ser. En fin, como muestra este ejemplo, quienes apoyamos el cambio a la izquierda en la política mexicana, y muy a nuestro pesar, no nos vamos a quedar sin material para seguir ejerciendo la crítica.

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