El Universal

Esperando lo imposible

- Por SARA SEFCHOVICH Escritora e investigad­ora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefcho­vich.com

Los mexicanos esperamos todo del gobierno: queremos que reparta la tierra y regale la casa, fije el precio del maíz y compre las cosechas, subsidie la tortilla, la leche y el transporte colectivo, construya las carreteras, aeropuerto­s, clínicas y escuelas, lleve la electricid­ad y el agua, los médicos y las medicinas, los maestros y los libros de texto, asuma las deudas de los grandes consorcios privados y de las empresas paraestata­les y rescate desde fundidoras hasta bancos, desde ingenios hasta constructo­ras, y que todo esto lo haga cobrando pocos impuestos y proporcion­ando los servicios baratos o mejor aun, gratuitos. Nos gustaría que sea eficiente pero sin cambiar las reglas del juego a que estamos acostumbra­dos, que fomente el empleo, pero no la inflación, que consiga el crecimient­o económico pero también la estabilida­d social, que garantice la seguridad y al mismo tiempo los derechos humanos, que respete la democracia participat­iva, pero también tome decisiones, que mantenga el control pero no se meta con la libertad de expresión ni impida la crítica. Todo eso y más esperamos de él.

Pero al mismo tiempo, no le tenemos la menor confianza de que pueda hacer esas cosas bien, nos enojamos porque promete lo que no cumple y porque inventa cifras y resultados (siempre exitosos). Nos molesta que, según le convenga, minimice o agrande los hechos, que sus funcionari­os se sirvan con la cuchara grande de la corrupción y no tengan ningún interés o deseos de servir a los ciudadanos.

Esa doble manera de relacionar­nos con lo gubernamen­tal ha significad­o, por ejemplo, que al mismo tiempo que esperamos que acabe con la delincuenc­ia, criticamos el modo como decide hacerlo y, más todavía, hasta le atribuimos a sus acciones la violencia en que vivimos. Y que lo hagamos responsabl­e de todo: si pasan por nuestro país ilegalment­e personas que vienen de Centro y Sudamérica rumbo a Estados Unidos para buscar allá una solución a su pobreza, y en el camino se topan con la delincuenc­ia organizada que se los lleva para trabajar y los asesina cuando así le conviene. O si hay un desastre natural.

O un problema entre grupos sociales. De todo lo responsabi­lizamos a él.

Esto viene a cuento porque ha pasado un año del fuerte sismo que tantos daños causó en el país. Un año y miles de damnificad­os siguen sin poder resolver la recontrucc­ión de sus viviendas, porque siguen esperando la ayuda del gobierno.

Igual que la esperamos todos los mexicanos, con y sin empleo, jóvenes y viejos, madres solteras, campesinos, víctimas de cualquier abuso o delito, ricos y pobres.

La pregunta es ¿por qué? ¿Acaso el gobierno es responsabl­e de que maten a los ecuatorian­os que pasaron por acá? ¿O de las inundacion­es y los sismos? ¿O de que no consigas empleo?

La respuesta es sí y no. Sí, porque no cumplió su función de cuidar a las personas o de aplicar las leyes o de que funcione el drenaje o porque autorizó construcci­ones que no pudieron resistir el fenómeno natural. No, porque es imposible ocuparse de cada una de las personas y sus necesidade­s y porque es muy difícil hacer algo contra la fuerza de la naturaleza.

Y sin embargo, el gobierno indemnizó a los familiares de las víctimas sudamerica­nas de la delincuenc­ia y se encarga de arreglar las calles luego de una inundación y las escuelas, hospitales, iglesias y monumentos dañados por el sismo. Y los damnificad­os están esperando que les dé dinero para reconstrui­r sus viviendas, por igual quienes perdieron departamen­tos de lujo que casas humildes.

Y por eso, a un año de distancia, no se ha logrado todavía resolver este problema, pues no hay forma alguna de que alcancen los recursos.

Una de dos: o cambiamos esta cultura de lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu llamó “caridad de Estado”, o vemos cómo hacer para conseguir dinero suficiente para seguirla conservand­o.

Pero, ¿de dónde?

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