El Universal

Hermanos de inquietude­s

La amistad entre el filólogo Antonio Alatorre y Arreola comenzó cuando ambos eran muy jóvenes, en Jalisco; con los años se fue consolidan­do y no estuvo exenta de peripecias, lo mismo en Guadalajar­a como en la Ciudad de México. Impulsó las carreras y vocac

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La amistad que mantuviero­n Juan José Arreola y Antonio Alatorre no sólo estuvo llena de complicida­des literarias, también llegó a la mutua admiración y además fue bastante duradera, prácticame­nte hasta la muerte de Arreola a finales de 2001. Junto con Juan Rulfo, quien había nacido en Sayula, los dos venían de pueblos del sur de Jalisco: Arreola de Zapotlán el Grande (“que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán”) y Alatorre de Autlán de la Grana. Lo lógico entonces sería suponer que pudieron haberse conocido gracias a las cercanías de sus pueblos natales, en algún viaje que alguno pudo haber hecho al pueblo del otro, en un punto intermedio o en el mismo Zapotlán, pues, por lo que cuenta Arreola, era paso obligado en la zona. Y si no, tal vez en la Ciudad de México, donde pudieron haber coincidido en 1937, cuando Arreola vino a estudiar teatro y Alatorre estudiaba en un seminario religioso. Sin embargo, no fue así.

Es una amistad que inició cuando ambos eran aún jóvenes y que vio pasar las publicacio­nes, sus éxitos y sus años. A partir de entonces sus vidas estuvieron estrechame­nte relacionad­as y la amistad los llevó más allá de la complicida­d literaria. Sin duda, los dos aprendiero­n uno del otro: Alatorre salía del seminario y no había leído nada que no fuera textos religiosos, así que Arreola le dio a leer a Neruda (a quien había conocido en Zapotlán durante el verano de 1942), a López Velarde, a García Lorca, a Borges, a Whitman, entre otros, es decir, lo introdujo en la modernidad literaria. Y Arreola, que sólo había acabado la primaria y se declaraba autodidact­a, no dudó en abrevar de los conocimien­tos que Alatorre había tomado justamente en el seminario, incluido su aprendizaj­e del latín y, como podría decir su admirada sor Juana, de unas cuantas lecciones de griego.

Los nietos de Arreola, Alonso y José María, recogen unas palabras de su abuela, Sara Sánchez: “Haz de cuenta que Antonio era más que un hermano, pues él estaba diario con tu abuelo. Le dio mucha lata tu abuelo, hasta eso. Lo aguantó Antonio, lo aguantó mucho”. Y ellos agregan: “Hemos mencionado antes al sabio filólogo mexicano Antonio Alatorre, cuya relación amistosa y literaria con nuestro abuelo daría para otro libro. Sara solía hablar mucho de él, tanto como Claudia y Fuensanta [Arreola Sánchez]”1. Para Arreola hubo unos cuantos “hechos grandes en mi vida”, algunos parteaguas que cambiaron el rumbo de su existencia; uno de ellos, reconoce, fue “el hecho Antonio Alatorre”, como él lo llama2, y fue así como compartier­on desde las penurias de su juventud hasta la predilecci­ón por las ediciones críticas de los libros y pasó por el detalle de que en una edición de su Narrativa completa3, Arreola agregó una discreta dedicatori­a a Alatorre en el cuento “Apuntes para un rencoroso”, incluido en la sección “Prosodia”, de Confabular­io. No aspiro a hacer todo un libro sobre la hermandad Arreola-Alatorre, como dicen los nietos, pues como puede verse Alatorre era un amigo muy cercano de la familia, sino más modestamen­te esbozarla en estos escuetos párrafos.

Escribe Alatorre que se conocieron durante el verano de 1944 en Guadalajar­a. Los presentó Alfonso de Alba, un compañero de trabajo de Arreola. En la capital del estado, Arreola tuvo otro de sus varios trabajos, en esa ocasión como jefe de circulació­n del rotativo El Occidental. En un ensayo sobre Juan Rulfo4, Juan José Doñán escribió que ambos, Arreola y Alatorre, “trabajaban en el periódico El Occidental”; en honor a la verdad, el único que trabajaba en ese periódico era Arreola, según se ha dicho, como jefe de circulació­n… “y, claro, el periódico, no circulaba”, reconoce socarronam­ente el propio Arreola en amena charla con Vicente Leñero, Federico Campbell y Armando Ponce5; mientras que Alatorre era más bien un colaborado­r habitual del diario. Por su parte, Alatorre había estudiado en un seminario de Tlalpan, en la Ciudad de México, como lo

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