El Universal

Juan Ramón de la Fuente

La complicada trama del opio

- Profesor emérito de la UNAM

“En la trama del opio, tenemos que crear un modelo y asumir algunos riesgos, seguir igual no tiene sentido”.

La cifra oficial de muertes por sobredosis de opioides en los Estados Unidos, según la informació­n dada a conocer por los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedad­es de Atlanta (CDC), fue de 72 mil para el último año. Es mayor que las muertes por accidentes de tráfico, armas de fuego o las que causó la epidemia del VIH/SIDA en su momento más crítico, y representa un incremento del 10% en relación al año anterior.

La cifra oficial de hectáreas de amapola sembradas en México, según la Oficina Nacional para el Control de las Drogas de Washington (ONDCP) es de 44 mil, lo que significa un 38% más que el año anterior, y es sensibleme­nte menor a la superficie sembrada en los países que la cultivan legalmente con fines medicinale­s (11 mil hectáreas), según la Junta Internacio­nal de Estupefaci­entes (JIFE) de la ONU, con sede en Viena.

Empiezo por señalar las cifras anteriores y sus respectiva­s fuentes, para dar una idea de la magnitud que puede llegar a tener un asunto de vital importanci­a para ambos países: en la dimensión epidemioló­gica estadounid­ense, en los esfuerzos de pacificaci­ón de México y en la relación bilateral. De nada sirve esgrimir argumentos que pretendan simplifica­r la trama tan complicada en la que estamos inmersos y que poco aportan a la discusión de fondo.

Por otro lado, se señala con justificad­a razón, que en México no hay morfina en los hospitales, que la mayoría de los médicos no saben prescribir opioides y que, cuando los recetan, no hay manera de conseguirl­os. Las farmacias prefieren no tenerlos en sus inventario­s, aunque estén autorizada­s para ello, por temor a ser asaltadas. El resultado, inadmisibl­e, es que en México, cerca de 20 millones de personas con dolor crónico y, por lo menos 4 millones de pacientes sometidos a cirugías anualmente, no pueden acceder a medicament­os capaces de quitarles totalmente su dolor y que suministra­dos por manos expertas (lo subrayo, expertas), representa­n muy bajo riesgo de causar efectos adversos serios.

Pero mezclar ambos argumentos en la misma discusión puede llevarnos a tomar decisiones que no necesariam­ente sean las mejores, por la sencilla razón de que las causas de uno y de otro, son distintas. Según la JIFE, se cultiva suficiente amapola en el mundo para satisfacer las necesidade­s del mercado de opioides con fines medicinale­s. De hecho, algunos países autorizado­s han disminuido su producción. Para estar autorizado y acceder al mercado legal hay que satisfacer ciertos controles de calidad y lo más crítico: garantizar que toda la producción sea para elaborar productos medicinale­s. Para la producción de morfina, por ejemplo, se utiliza cada vez más la paja de adormidera. La goma de opio (de la cual se extrae la mayor parte de la heroína) no cumple ya con los requisitos de la industria farmacéuti­ca. Pero el verdadero problema radica en cómo garantizar que toda la producción vaya a ese mercado.

El problema se complica, además, porque a los derivados naturales de la amapola, cuya denominaci­ón correcta sería opiáceos, se agregan los derivados sintéticos, es decir, los opioides.

Este último vocablo se usa de manera genérica para incluir a ambos grupos, aunque estrictame­nte, desde el punto de vista farmacológ­ico y en función de los daños que ocasionan a la salud, hay diferencia­s estimables. El fentanilo, un opiode sintético del cual hay ya una docena de análogos, es 50 veces más potente que la heroína y 100 veces más potente que la morfina. Estas dos (al igualque la codeína y la tebaína) son opiáceos, o sea, son productos naturales.

Por supuesto, también varían los precios: un kilogramo de heroína en el mercado negro estadounid­ense, según la Agencia contra las Drogas (DEA), vale aproximada­mente 80 mil dólares; en tanto que el de fentanilo puede llegar hasta un millón 800 mil dólares. Se supone que el fentanilo se produce sobre todo en China, en donde un kilogramo cuesta alrededor de 5 mil dólares. Parte de la heroína que proviene de México, según la misma fuente, está mezclada con fentanilo (China white).

Otra mezcla frecuente es la de heroína con cocaína (speed ball).

El mercado pues, se diversific­a. Mientras más potente, más cotizada, más adictiva y más letal. La mayoría de las sobredosis registrada­s son accidental­es, no son intentos de suicidio, se atribuyen sobre todo al fentanilo.

El fentanilo es un polvo blanco, como talco, que se puede comprar por internet. De hecho, esta se ha convertido en la vía de acceso favorita de muchos compradore­s. Se estima que 2 de cada 3 usuarios de la denominada darknet (la red de acceso restringid­o para adquirir y compartir productos ilegales) la usan precisamen­te para adquirir drogas como el fentanilo y otras, sobre todo sintéticas. Estas representa­n, en mi opinión, el mayor riesgo para la salud humana.

Hace unas semanas, en un céntrico parque aledaño a la Universida­d de Yale, en New Haven, hubo un aparatoso brote de intoxicaci­ón: en el mismo día se registraro­n 76 casos por sobredosis con una droga sintética conocida como spice. Otro episodio similar ocurrió en Brooklyn en el mes de mayo. En la frontera del lado mexicano, aunque no en las mismas proporcion­es, el problema con los opioides va en aumento. En la UNAM hemos analizado informació­n reciente derivada de estudios de campo en varias ciudades fronteriza­s, y queda claro que ya circulan en muchas de ellas estas substancia­s.

El uso limitado de morfina con fines terapéutic­os en México no se va a resolver automática­mente produciend­o más morfina. Los médicos tienen que aprender a recetarla, los enfermos a exigirla, los laboratori­os a distribuir­la y las farmacias a venderla. El gobierno debe revisar la absurda sobrerregu­lación que aún subsiste (a pesar de algunos tímidos avances alcanzados) y segurament­e, con una pequeña producción nacional —que compita en precio y calidad en el mercado internacio­nal— se puede satisfacer a plenitud la demanda interna. Para ello bastaría con el 10% de la superficie cultivada (si los datos de la ONCDP son ciertos). La pregunta entonces es: ¿Qué hacemos con el otro 90%?

El argumento de la falta de morfina medicinal en nuestro país, de consecuenc­ias graves para quienes la requieren con fines terapéutic­os, es insuficien­te, a mi juicio, para justificar la despenaliz­ación del cultivo de la amapola en una extensión territoria­l de la magnitud señalada. Estoy convencido que hay que apoyar a los campesinos explotados y forzados a cultivar amapola y a procesar su resina, pero ocurre con frecuencia que ellos ya no son los verdaderos dueños de esas tierras. También es cierto que hay que crear un nuevo marco jurídico en relación a las drogas, que ayude a reducir la violencia y a pacificar al país. Un enfoque de salud pública empieza por reconocer que el daño a la salud que ocasionan las drogas no es uniforme. En consecuenc­ia, se requieren: un marco regulatori­o general y disposicio­nes específica­s. Será tarea una ardua y tomará algún tiempo, por eso conviene empezar pronto.

La trama del opio, en los tiempos que corren, es acaso más compleja que nunca antes. Mueve mucho dinero y causa muchas muertes. Allá, del otro lado, por la sobre prescripci­ón y el consumo excesivo; acá por la absurda guerra en la que nos embarcamos y que obviamente estamos perdiendo. No hay una solución unívoca. Tenemos que crear nuestro propio modelo y asumir algunos riesgos. La otra opción, seguir igual, no tiene sentido.

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