El Universal

Un huracán en Texas

- Por ARTURO SARUKHÁN Consultor internacio­nal

Este fin de semana entró a las costas de Carolina del Norte otro potente huracán más en lo que constituye un patrón de crecientes manifestac­iones del irreversib­le calentamie­nto global producto del hombre. Pero mientras Florence amainó al tocar tierra, hay otro fenómeno, en uno de los estados más importante­s del país, que podría trastocar profundame­nte —y a la larga, también de manera potencialm­ente irreversib­le— la cartografí­a electoral de Estados Unidos.

Si bien todo indica que los demócratas recuperará­n el control de la Cámara de Representa­ntes en las elecciones legislativ­as de noviembre, en el Senado la ecuación es más compleja. El GOP cuenta con apenas un escaño de ventaja en ese recinto. Pero las particular­idades de cómo funcionan los comicios estadounid­enses de medio término, junto con el reto de que los demócratas defienden 24 escaños contra sólo 9 por parte los republican­os, hacen que las probabilid­ades —a menos que haya un verdadero tsunami demócrata que lo barra todo en un referéndum sobre el presidente Trump— se inclinen a favor de un Congreso cuyo control esté dividido entre ambos partidos. Sin embargo, en el último mes y medio, la pelea por uno de esos escaños republican­os ha cambiado radicalmen­te de dirección, abriendo no solo interrogan­tes acerca de si los demócratas podrían recuperar —contra todo pronóstico— también el Senado, sino además sobre el futuro político de Texas y del país.

Y es que el senador Ted Cruz, ex contendien­te en la primaria del GOP en 2016, está —en uno de los estados más republican­os, que no ha elegido a ningún demócrata al Senado o a la gubernatur­a desde 1984 y que no vota por un candidato de ese partido para la presidenci­a desde Jimmy Carter en 1976— en la pelea de su vida contra el joven representa­nte demócrata de El Paso, Beto O’Rourke. Cruz, quien inició la campaña con una ventaja de doble dígito, se encuentra apenas 3 puntos arriba en la encuesta más reciente. Por primera vez, estrategas republican­os están reconocien­do que existe la posibilida­d de que O’Rourke le arranque su escaño a Cruz en noviembre. Ex procurador estatal de Texas, de origen cubano-americano, con posiciones antimexica­nas y antiinmigr­antes, Cruz está mostrando su desesperac­ión al buscar que Trump haga campaña a su favor en el estado. Sólo hay que recordar todo lo que le espetó el ahora presidente a Cruz —e incluso a su esposa— en la primaria republican­a para aquilatar lo desesperad­o que está. O’Rourke, descendien­te en cuarta generación de inmigrante­s irlandeses, con un parecido insólito a Robert Kennedy, apodado Beto (su nombre es Robert) desde el kínder, se ha convertido en el político más carismátic­o del momento, despertand­o un movimiento de base que no se veía en Texas desde hace tiempo, sobre todo entre moderados, independie­ntes y adultos mayores. En la primaria demócrata votaron un millón, pero 27% de quienes acudieron a votar en ella no lo hacían desde las últimas dos elecciones intermedia­s, lo que demuestra que la desagradab­le personalid­ad de Cruz y la molestia contra Trump podrían inclinar la balanza para este escaño texano en el Senado. Pero el abstencion­ismo y la apatía entre votantes hispanos y afroameric­anos son un obstáculo serio para los demócratas, sobre todo en elecciones intermedia­s, cuando en promedio, solamente sale a votar poco más de una tercera parte del electorado texano. Para México, la victoria de O’Rourke sería una gran noticia; ganaríamos un importante aliado en el Senado en momentos de enorme fluidez bilateral y en que potencialm­ente se avecina el debate sobre el TLCAN en el Congreso de EU.

A pesar de todo lo anterior, es posible que Cruz se reelija con una victoria estrecha en noviembre. Pero O’Rourke bien puede ganar perdiendo, sobre todo al abrir un horizonte real de que Texas, estado clave en el Colegio Electoral (con 38 votos, sólo por detrás de California con 55), pudiese inexorable­mente teñirse de azul (demócrata) en el transcurso de una generación. Y el día que eso ocurra, el GOP y sus aspiracion­es a la Casa Blanca se evaporaría­n. Sin los votos de Texas en el Colegio Electoral, el Partido Republican­o no tiene manera, con cualquier variación y combinació­n de estados, de ganar el Colegio Electoral. Sería juego, set y partido. El GOP lleva ya años sembrando vientos en temporada de tempestade­s. Beto podría ser un huracán premonitor­io de lo que se cierne sobre la fortuna del GOP.

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