El Universal

Carlos Loret de Mola

- Carlos Loret de Mola historiasr­eportero@gmail.com

Hace poco estuve en Cúcuta, Colombia. El lugar es conocido por dos cosas: la primera, anecdótica, porque es la tierra de James Rodríguez, la estrella internacio­nal de futbol; la segunda, porque por ahí han cruzado millones de venezolano­s buscando un mejor futuro, huyendo de la bancarrota —permítasem­e adoptar el término— en la que tiene a su país el presidente Nicolás Maduro.

Cúcuta no es un sitio turístico ni destaca por su belleza. Es una clásica ciudad fronteriza. Pero hay dos cosas que los habitantes de Cúcuta tienen muy claras: no se quieren meter a Venezuela y no se quieren meter con los paramilita­res.

El relato viene a cuento porque el periódico The New York Times publicó que la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC) está renaciendo, a pesar de que firmó un acuerdo de paz con el gobierno del anterior presidente, Juan Manuel Santos, un acuerdo que fue avalado por el Premio Nobel, pero que no convenció a la mayor parte de la ciudadanía de ese país.

Según el reportaje del diario estadounid­ense, este surgimient­o de una facción disidente de las FARC, que agruparía a casi 3 mil elementos, está motivado por la denuncia de que, al desintegra­rse la guerrilla, los grupos paramilita­res cobraron aún más fuerza, arrinconar­on a los ex guerriller­os y tomaron control de los territorio­s donde mandaban.

En Cúcuta la gente sabe que mandan los paracos. Así les dicen a las fuerzas paramilita­res que históricam­ente son el verdadero poder en las calles de esa ciudad fronteriza. Ofrecen protección a cambio de dinero —extorsión y cobro de piso, se le dice con menos elegancia— y en esa tarea, son mucho más eficaces que las autoridade­s democrátic­amente electas, más eficaces que el Estado: el que paga a los paracos sabe que no tiene que estar preocupado, así que si le pasa algo, habrá “justicia” expedita: al delincuent­e lo levantan y desaparece­n, la víctima siente alivio.

Al grado que a cualquier visitante —me sucedió— se le informa cuáles son las zonas de la ciudad que están fuera de peligro, en donde a uno no le va a pasar nada porque ahí controlan los paramilita­res. Y también están muy identifica­das las otras, las que son peligrosas.

México tiene mucho que aprender de los procesos de paz colombiano­s. De lo que sí funciona y de lo que parece que funciona, pero tal vez termine por fracasar. Por tantos vasos comunicant­es con ese gran país hermano, es una referencia útil.

SACIAMORBO­S. Nada optimistas los involucrad­os en las negociacio­nes del TLC. Las pláticas están duras, nos comentan. Canadá parece que no quiere anunciar nada hasta después de sus estratégic­as elecciones del 1 de octubre en Quebec, región productora de lácteos, que es por mucho el rubro más sensible para los canadiense­s en la renegociac­ión, lo que tiene atorado todo. Esta decisión de esperar aniquilarí­a la intención de México de tener a los tres países alineados para que en la recta final de noviembre se firmara el TLC 2.0 por los tres mandatario­s: Trump, Trudeau y Peña Nieto. El asunto se empantana.

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