COMEDIA LIGERA Y ELEGANTE
En Locamente millonarios el director Jon M. Chu plantea un elegante sentido del humor
Locamente millonario, un filme Jon M. Chu, sin pretensiones pero divertido y memorable.
Es raro ver en Hollywood una producción como Locamente millonarios (2018), octavo filme del aún joven valor Jon M. Chu, adaptación de la exitosa novela de Kevin Kwan coescrita por la especialista en teleseries Adele Lim, y Peter Chiarelli, en su tercer trabajo para cine.
Está comedia romántica, taquillazo en Estados Unidos, parece poco original: la brillante profesora de economía Rachel (Constance Wu, rumbo al estrellato), una Cenicienta universitaria, es novia de Nick (Henry Golding, carismático), atractivo historiador visto como príncipe azul. El conflicto no es su relación sino qué significa ésta en la conservadora cultura de la familia muy, pero muy rica de Nick, y fuera del contexto estadounidense. Aquí entra lo novedoso.
Porque el mejor amigo de Nick se casa. E invita a Rachel a la boda, claro. Pero es en Singapur. Rachel ignora qué le espera ahí. De acuerdo con su formación, sus reacciones son como una Teoría de Juegos, ésa donde se aplican las matemáticas a cualquier situación, desde la computación ¿hasta el amor? En cuanto Rachel descubre un desconocido Nick y se enfrenta con la madre de éste, Eleanor (Michelle Yeoh, sorprendente), ¿cómo guiarse, jugando con la razón o los sentimientos? Es la duda.
El tema lo plantea Chu con ligereza, elegante sentido del humor y siendo fiel a determinados apuntes de la novela sobre el choque entre personalidades. Experto en películas de baile y acción, le da excelente ritmo a esta comedia nupcial hecha al estilo hollywoodense clásico como La boda de mi mejor amigo o El padre de la novia, mezclándola con Cuatro bodas y un funeral y, en especial, Monsoon Wedding, donde se enfrentaban conceptos de la vida tradicional y la moderna. Chu utiliza pues elementos de estos títulos para usarlos en inspirado giro. Aunque el espectador adivine a dónde va, Chu, con ayuda del fotógrafo Vanja Cernjul y su habilidad para manejar la cámara como si fuera otro testigo de los hechos, da tal variedad de detalles (en especial a través de los personajes secundarios), para confirmarlo: desde hace buen rato no se veía un filme como éste, sin pretensiones, divertido y memorable.
En 1987 Depredador fue una película singular. Mitad acción, mitad ciencia ficción. Unos militares enfrentaban al espantoso monstruo extraterrestre. Entre ellos estaba Hawkins, actuado por el ahora director Shane Black, quien regresa a ese territorio en El depredador (2018), su cuarto filme con guión por él escrito junto al ex jubilado experto en terror, fantasía y comedia Fred Dekker.
No recicla la historia: le da otro punto de partida, acentúa la violencia original y deja intacta la propuesta donde el grupo de soldados-mercenarios-machos suicidas, encabezados por Quinn (Boyd Holbrook, el villano de Logan: Wolverine ahora como anti-héroe), cazan ese depredador superior en fuerza y destreza. Hay un elemento interesante: la bióloga Casey (Olivia Munn). Ella complementa el equipo dedicado a salvar la humanidad.
Aunque la anécdota (cómo el pequeño Rory (Jacob Tremblay) provoca por casualidad el regreso a la tierra del depredador) está cerca de ser ridícula, Black recurre a la ironía para aligerarla. Incluye además chistes subidos de tono y ritmo de acción tremendo. Pero, en el fondo fracasa, hasta cierto punto, gracias a su gusto por copiar el excesivo estilo de moda en cintas parecidas durante los 1980. El depredador entretiene, sólo que está pensado para aficionados al género de la ciencia ficción y no para público más amplio.