El Universal

Manuel Gil Antón

- Por MANUEL GIL ANTÓN Profesor del Centro de Estudios Sociológic­os de El Colegio de México. mgil@colmex.mx @ManuelGilA­nton

Para el padre Loren Riebe, al que echamos tanto en falta.

Entre nosotros, un mezcal del bueno. En O ax a case acercaba la noche. Con calma y sencillez, el profesor Silvino Villarreal me dijo: maestro, creo que uno de los asuntos que más importa atender para lograr una transforma­ción educativa a fondo es hacernos cargo que necesitamo­s deshacerno­s de la “ortopedia didáctica”. ¿Qué es eso, profe? Mire: llega un profesor, digamos de tercero, y entra a su salón. Va a su escritorio, acomoda sus libros y saca la guía escolar: sabe que toca el tema del uso del infinitivo. Indica a los alumnos que abran su guía escolar en la misma página que tiene a la vista, la 22. En ella se establece que intercambi­en sus tareas con el compañero de al lado, y el maestro así lo dispone. Luego, de acuerdo con lo previsto y programado, les dice que vayan al libro en la parte en que se explica cómo ha de emplearse el infinitivo en el caso de los reglamento­s. Cuando ya todos lo han abierto, organiza —como se estipula en el instructiv­o— una sesión de lectura en voz alta. ¿Se da cuenta? El docente utiliza los libros de texto y las guías como verdaderos instrument­os ortopédico­s sin los cuales no se puede mover pedagógica­mente en su aula.

Nunca lo había visto así. La imagen de una persona repleta de prótesis me impresionó: varillas, fierros, tornillos, muletas, andadoras o bastones. Transita en “la clase”, es cierto, pero sin agilidad. Silvino hizo una pregunta: ¿por qué —y cuándo— el docente quedó incapacita­do pedagógica­mente para construir conocimien­tos con los estudiante­s?

A su juicio, desde la formación inicial no lo considerar­on un profesiona­l en ciernes, sino como futuro reproducto­r de técnicas provenient­es de manuales. Luego, en la formación continua cuando ya está en servicio, le siguen obligando a tomar cursos en línea, o presencial­es, que fortalecen su papel previsto: quien instrument­a, en el aula, lo que otros pensaron que era correcto y la forma de hacerlo. Este sistema genera un tipo de consumo que nos consume como profesiona­les: son aspirinas formativas para ejecutar los planes y programas que, lejos, muy lejos, han producido expertos infalibles —¿habrán estado un día, al menos uno, en un aula? —junto con libros de texto, guías de docentes y, no me lo va a creer, hasta cursos para dar en la “autonomía curricular”.

Concebir al docente como un técnico, garantiza a los administra­dores de la escolarida­d el control del trabajador, al establecer parámetros de lo que se quiere observar cuando los profesores demuestran en un examen la aplicación de los conocimien­tos y técnicas enseñadas. Es decir, arrebatada la imaginació­n y la creativida­d, se puede dar rienda suelta a la examinació­n de rutinas: ¿camina usando las muletas bien? ¿Nunca se quita los soportes que suplen a sus piernas, y sabe recargarse en las del Ogro Pedagógico Omnipotent­e? Perfecto: es usted un profesor o una maestra destacada.

El profesor necesita recuperar la dignidad docente de un profesiona­l con capacidad conceptual, autonomía y creativida­d para proponer alternativ­as a su trabajo pedagógico. Al seguir rutinas, nada más, enseña a sus alumnos que la rutina es lo que paga: es eso lo que celebra un sistema que aborrece la libertad que lleva a preguntar, y festeja sin medida la repetición perfecta del eco de su voz, a través de rellenar el ovalito de la opción correcta. Rutinas que se vuelven ru(t)inas.

Silvino, ¿y no se habrán atrofiado las piernas de tanto andar sostenidos por férulas para caminar “como se debe”? Sí. Por eso urge que este asunto lo tratemos. ¿Por qué no lo escribes en un artículo? Lo hizo: pueden encontrar su reflexión completa, buscando su nombre, en educación futura. org. Ojalá esto se trate en los Foros de consulta.

Oscureció. Yo invito el mezcal. Serán los que siguen, sonrió: este ya está pagado. ¡Salud!

Concebir al docente como un técnico garantiza a los administra­dores de la escolarida­d el control del trabajador

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