El Universal

De sismo en sismo, tres generacion­es

La historia de la Ciudad de México está marcada por los terremotos y la tragedia. Esta es una crónica de los recuerdos y las vivencias personales de una periodista que, como millones de capitalino­s, ha vivido, incluso desde antes de tener uso de razón, cu

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La tierra se sacudió con fuerza a las 2:43 am del domingo 28 de julio de 1957. Mi familia vivía en la calle de Kansas en la colonia Nápoles y yo estaba en el vientre de mi mamá, faltaban sólo dos meses para que naciera. Lo que sucedió esa madrugada me lo contaron muchas veces. La magnitud del terremoto fue de 7.7 y se cayó El Ángel de la Independen­cia, como llamamos a la Victoria alada, el monumento más querido y emblemátic­o de quienes habitamos la ciudad de México.

Me gustaba escuchar esa historia. Que el escultor italiano Enrique Alciati realizó la escultura de 7 toneladas de bronce y oro inspirado en una bella mujer dedicada a la costura, de nombre Ernesta Robles. En 1910, durante las fiestas del centenario de la Independen­cia, Porfirio Díaz inauguró el monumento y la columna coronada por El Ángel era develada solemnemen­te. Fue 47 años después que, víctima del sismo, la pieza voló 45 metros hasta caer en pedazos. Mi madre me contaba que la cabeza yacía al pie del monumento y que un enorme brazo de oro atravesaba avenida Reforma. Muy pronto, el escultor José María Fernández recibió la comisión de recrear la figura y lo hizo con Ana Bertha Lepe, Miss México 1953, como modelo para la nueva versión.

El nuevo monumento se inauguró el 16 de septiembre de 1958 y ha soportado todos los terremotos posteriore­s. Igual que la Torre Latinoamer­icana.

El terremoto de la Ibero, 1979

A las 5:07 de la madrugada del 14 de marzo de 1979 me despertó el movimiento, el vaivén del suelo, de un lado a otro; nunca había sentido un temblor y sí que era violento. Me levanté de la cama. Vivíamos en la colonia Del Valle, mi mamá salió de su cuarto en camisón para indicarnos que nos pusiéramos debajo del marco de la puerta. Y así, hasta que terminó el sismo. Ya no me dormí porque a las 7 de la mañana tenía examen de Economía en la Universida­d Iberoameri­cana donde estudiaba la carrera de Comunicaci­ón.

Me subí a la Caribe que mi mamá me prestaba para ir a clases y no se me ocurrió encender la radio para escuchar las noticias que a esa hora ya daban cuenta de la catástrofe. En cambio, puse un casete de Fleetwood Mac. “You can go your own waaaay” cantaba para disipar los nervios del examen. Tomé Río Churubusco, me salí en la lateral, a la altura de la vieja Cineteca (que desaparece­ría en un incendio tres años después), doblé a la derecha en Canal de Miramontes y después a la izquierda en Cerro del Chapulín. Seguí todo derecho, pero ya por llegar a Cerro de las Torres, noté que algo raro pasaba porque el sol me daba directo al rostro y me deslumbrab­a. Cuando pude ver, no di crédito: la Ibero se había colapsado, sus hermosos edificios eran escombros. Y el que me tapaba el sol regularmen­te, ya no existía. Me bajé del auto sin poder creerlo. Sólo la Biblioteca estaba en pie, intacta. Me uní a los estudiante­s que, como yo, veían el desastre; algunos lloraban. Un terremoto de 7.6 grados Ritcher había hecho pedazos nuestra universida­d. Recuerdo que vi entre los escombros una banca de las que usábamos los estudiante­s con una paleta para tomar notas, de cabeza y sin una pata; entonces me di cuenta de que si el temblor hubiera sido dos horas más tarde, la vida de miles de jóvenes… Entonces la matricula era de 7 mil 200 alumnos.

La solidarida­d del Instituto Politécnic­o Nacional hizo posible que el 22 de marzo, sólo ocho días después, retomáramo­s clases en la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME), en Culhuacán, cuyas instalacio­nes compartimo­s con sus estudiante­s. El 31 de mayo volvimos a la Campestre Churubusco donde se inauguraro­n unos salones prefabrica­dos que bautizamos como “los gallineros”. Ahí, dos años después terminé la carrera y disfruté de esa maravillos­a biblioteca y de las canchas deportivas que habían quedado intactas luego del terremoto y de sus 22 réplicas en un solo día.

Del heroísmo en 1985

A las 7:19 del 19 de septiembre de 1985 me

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