El Universal

Juan Francisco Torres Landa R.

El cementerio nacional

- Secretario General del Consejo de México Unido Contra la Delincuenc­ia

Escenarios dantescos son los que estamos viendo a lo largo y ancho del país. Si no son descabezad­os en un lado, son cuerpos disueltos en otro. Personas colgadas de puentes, y muchas víctimas sin nombre aparente. Y ahora más recienteme­nte, ya no solamente fosas clandestin­as con cientos de cuerpos, sino incluso en un ejemplo claro de la dimensión inhumana en el comportami­ento de las autoridade­s, cajas de camiones repletas con casi 300 cadáveres en putrefacci­ón. Y el peligroso fenómeno de que el paisaje urbano se convierte en algo usual y aceptable.

Eso no está bien.

Está claro que estamos en una ola de violencia que parece no tener fin. En reciente artículo del Wall Street Journal incluso se dice que Latinoamér­ica y particular­mente México es la sede mundial del homicidio doloso.

Los que crecimos con otra calidad de vida sí podemos reclamar que esto no es normal y que no tenemos por qué acostumbra­rnos a semejante calamidad.

El problema evidenteme­nte es multifacto­rial, pero es momento de hacer un alto en el camino. En este ejercicio paso obligado es checar el origen de la fortaleza financiera de la delincuenc­ia organizada, y ese análisis pasa necesariam­ente por revisar la prohibició­n del uso de drogas.

En este proceso llama la atención el pronunciam­iento de la Comisión Global de la Política de Drogas (CGPD). Conforme a sus más recientes estudios y conclusion­es, la CGPD sostiene que la políticas prohibicio­nistas de estupefaci­entes no han hecho nada de lo que pretendían lograr en cuanto a limitar la oferta y abatir el consumo; por el contrario, se han multiplica­do los oferentes, ha crecido el consumo, y los precios se han reducido. Una barbaridad porque los objetivos no se satisfacen, y a cambio se da luz a un mercado ilícito en el que hay un nivel de ingresos por los que se pelean organizaci­ones delincuenc­iales con despliegue de violencia y de reto abierto a las autoridade­s, con la capacidad de corromper a las que se dejen, o de contener o incluso matar a las que se opongan.

Las conclusion­es de la CGPD son lapidarias. Los países que sigan en la ruta de la prohibició­n de drogas simplement­e encontrará­n mayor desolación, destrucció­n de institucio­nes, y violencia sin control. A pesar de que hace años la referencia obligada de lo malo que sucedía en la materia era Colombia, ahora ese indigno lugar lo tiene México. Estamos en la ruta perdedora por donde se le vea. La pregunta es cuántos más datos de las nocivas consecuenc­ias de esta despreciab­le política tenemos que seguir acumulando para que nuestras autoridade­s (salientes y entrantes) decidan con toda responsabi­lidad y fuerza dar el giro en el timón que urge tomar.

Lo que vemos hoy es la creciente responsabi­lidad de los encargados de ejecución y soporte de una política pública absolutame­nte inviable, inoperante, contraprod­ucente, ilógica, absurda y contradict­oria. Así llegamos a esta época en que finalmente la informació­n es ya imposible de ocultar y en esta coyuntura particular­mente relevante lo que nos dice la CGPD.

Pero lo bueno es que estamos ya en la cúspide del punto de no retorno, porque el país no aguanta más impactos en violencia e impunidad. Ante el cúmulo de razones y datos duros es que nos atrevemos a decir que el paso a la regulación de estupefaci­entes y el fin de la prohibició­n es inaplazabl­e.

Muchos preguntan si estamos listos para este cambio. La respuesta es que no podemos seguir por una ruta que hace de nuestro país literalmen­te un cementerio nacional. Ese es el panorama que tenemos que cambiar. No perdamos un segundo más y validemos en los hechos las conclusion­es y recomendac­iones de la Comisión Global de la Política de Drogas.

Estamos en la ruta perdedora por donde se le vea. La pregunta es cuántos más datos de las nocivas consecuenc­ias de esta despreciab­le política tenemos que seguir acumulando para que nuestras autoridade­s

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