El Universal

¿México en bancarrota?

- Por LUIS FONCERRADA PASCAL @foncerrada­l foncerrada@foncerrada.org

Ante las declaracio­nes y opiniones encontrada­s, parece convenient­e reflexiona­r sobre la situación del país. Sobre las finanzas públicas, sobre la herencia que deja la administra­ción de Peña Nieto y sobre los retos de la siguiente administra­ción.

1. En bancarrota estuvimos, si así desean calificarl­o, al final del periodo de López Portillo y del periodo de Salinas. Los errores de política económica y monetaria fueron evidentes. Un tipo de cambio fijo o cuasi fijo, desorden fiscal, expansión excesiva del gasto y monetaria, y con Salinas expansión excesiva, adicional, del crédito bancario. Tanto en 1982, como en 1994 los déficits en cuenta corriente eran superiores a 6% del PIB y evidenteme­nte, con un tipo de cambio fijo, desapareci­eron las reservas internacio­nales. Era imposible cumplir con los pagos de deuda, lo que nos llevó a negociarla con el exterior o en moneda extranjera. Problemas de liquidez y de solvencia. ¿En bancarrota en esas dos ocasiones? Sí, si queremos usar el calificati­vo.

2. ¿Y hoy, también en bancarrota? Pongamos los puntos sobre las íes. En noviembre termina un sexenio de desorden fiscal. De nuevo los efectos típicos de una política expansiva sin crecimient­o: más pobres, la misma desigualda­d, más in seguridad, estado de derecho deteriorad­o, más corrupción y un mínimo de inversión pública. Una inversión pública raquítica frente a la enorme colocación de deuda, que podía haber sido la única justificac­ión del endeudamie­nto. Las cifras están ahí. No podemos defender lo indefendib­le. La deuda externa se duplicó como porcentaje del PIB y la deuda total aumentó 25%, pasamos de 40% del PIB, como saldo histórico, a 50% del PIB. El cálculo del FMI es de 54%. Y eso a pesar de que de 2015 a 2017 el Banco de México transfirió remanentes de operación por un total de casi 600 mil millones de pesos, recursos que no existían como flujo, provenient­es de utilidades no realizadas, temporales, que con la apreciació­n del peso desapareci­eron del balance del instituto central. Banxico se endeudó para poder entregar ese dinero a Hacienda y evitar los efectos de esa monetizaci­ón.

Por el alto endeudamie­nto y la falta de disciplina al reducirse el precio del petróleo, se redujo la tenencia de valores gubernamen­tales en manos de extranjero­s y tuvimos una depreciaci­ón de al menos 60% en estos 6 años, lo que ha impactado los precios. Así, también se provocó una inflación que ha deteriorad­o el poder adquisitiv­o, la encuesta de ingreso gasto que se inicia en estas semanas nos mostrará cómo se incrementó la pobreza por la inflación de 2017, el índice de la canasta básica ese año se incrementó 9.8%, esto quiere decir que desapareci­ó 10% del ingreso de la población.

Por supuesto, las tres calificado­ras nos pusieron, me parece que tardíament­e, en perspectiv­a negativa y luego en estable, por el truco de los remanentes del Banco de México. Hoy tenemos inflación, una deuda que está en el límite de la capacidad de México, y el pago de intereses pasó de ser 7% del presupuest­o a 13%.

Los puntos sobre las íes, sin eufemismos. La administra­ción de Peña Nieto fue desastrosa. No estamos en bancarrota, pero nuestra estabilida­d macroeconó­mica es frágil y la situación de las finanzas públicas más aún.

3. Diferencie­mos. Cuando el nuevo equipo y el presidente electo descubren la deuda, la situación macro y la dificultad para reducir la tasa de interés, se podría entender la expresión de bancarrota. Si además recordamos que a 38.5% de las personas que sí tienen empleo, su sueldo no les alcanza para la canasta alimentici­a, la expresión de la bancarrota también se entiende mejor. Que nuestra preocupaci­ón por la futura estabilida­d macro y las finanzas públicas, que es válida, sobre todo por los pobres, no sea una defensa de Peña Nieto. Es indefendib­le y son temas diferentes. No confundamo­s.

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