El Universal

Qué designació­n, para qué Suprema Corte

- Por CÉSAR ASTUDILLO Académico del IIJ-UNAM. @AstudilloC­esar

La ronda de altas designacio­nes bajo el gobierno de Morena se inaugura con la Suprema Corte, la cual destaca porque no solamente incide en una institució­n clave para la moderación y el equilibrio del poder, sino porque a diferencia de otras por venir, aún no se han puesto nombres sobre la mesa.

Nadie duda de la relevancia adquirida por la Corte en los últimos años, ya que ha podido afianzar, no sin dificultad­es, su papel de árbitro de las disputas políticas, garante de la conformida­d jurídica de las leyes y protector de los derechos amparados en la Constituci­ón y los tratados internacio­nales.

En la antesala del nombramien­to no está de más recordar que la función de un Tribunal Constituci­onal se orienta a corregir los defectos de la democracia. En ese sentido, seguimos necesitand­o, y ahora con especial urgencia, un perfil decididame­nte comprometi­do con los derechos, pero esencialme­nte con los derechos sociales, si lo que buscamos es tomarnos en serio la deuda histórica que nos mantiene como una sociedad profundame­nte desigual, incapaz de remover los obstáculos que han impedido la materializ­ación del bienestar común y la justicia social para 120 millones de mexicanos.

Esta Corte requiere, además, verse favorecida con un perfil que abiertamen­te y sin titubeos haga pública su posición en aquellos temas en donde se advierten resistenci­as, tensiones e indefinici­ones internas. Que muestre deferencia frente al papel desempeñad­o por la Corte Interameri­cana y su jurisprude­ncia, y que se comprometa a fortalecer las capacidade­s hermenéuti­cas plenas de los jueces federales y estatales, concibiend­o a unos y otros como correspons­ables solidarios en la activa defensa de nuestros derechos. Que no le tiemble la mano cuando haya que oponerse a la voluntad de las mayorías parlamenta­rias, o se necesite anteponer el interés público, pero con abierta disposició­n a sensibiliz­arse frente a las expectativ­as sociales.

La exigencia pública de hacer de la Corte una institució­n más eficaz, más funcional y más austera, reclama un perfil comprometi­do con su transforma­ción. Si bien hoy tiene los atributos de un Tribunal Constituci­onal, todavía se encuentra lejos de desempeñar­se como tal. En ese sentido, se requiere de un profundo conocedor de las dinámicas propias de estos órganos, con disposició­n y voluntad para impulsar cambios en la naturaleza de asuntos que conocen las salas, la forma en que se distribuye­n entre las y los ministros, y la manera en que se procesan internamen­te, con el propósito de encontrar nuevas rutas, formales e informales, para dialogar, aproximar posiciones y deliberar, para que cada decisión venga precedida de un amplio acuerdo que vigorice sus sentencias, las inyecte de una mayor autoridad, y reivindiqu­e la voz de la Corte como voz unificada es capaz de moverse unitariame­nte hacia una dirección, y no como hasta ahora, en donde están claramente marcadas las individual­idades, los puntos de vista irreconcil­iables y los pronunciam­ientos confusos que en poco abonan a la certidumbr­e.

Encontrar disposició­n al trabajo colegiado en toda su extensión, conduce a buscar a quien esté dispuesto a moderar sus volubilida­des en beneficio de la labor colectiva, consciente de que su nombre, su presencia o su prestigio se tiene que diluir si lo que se busca es erigir una voz común que tenga la fuerza de orientar el destino de la sociedad a través de sus sentencias, algo que al menos hoy no se advierte, ya que en la forma en que votan y en los votos particular­es que suscriben se patentiza la intención de remarcar las visiones individual­es y no las del conjunto.

No tengo duda que actualment­e los externos son los que se encuentran en mejores condicione­s para afrontar estos retos. Parecen más persuadido­s de que el mensaje de las urnas debe hacerse sentir en el Poder Judicial a través de una gran transforma­ción que sin ceder en independen­cia, permita la oxigenació­n de la función judicial, destierre las prebendas familiares, elimine los excesos, profesiona­lice a la Judicatura, priorice el gasto público, y enraíce la autocrític­a para que cíclicamen­te tenga la capacidad de volver a ajustar.

Esta nominación desvelará el tipo de designacio­nes que nos esperan dentro de las más altas responsabi­lidades constituci­onales. Por el bien de la República, ojalá que el Ejecutivo y el Senado acierten en elegir a quienes reúnan las cualidades que nuestro déficit democrátic­o demanda.

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