El Universal

José Woldenberg

- Por JOSÉ WOLDENBERG Profesor de la UNAM

Desde hoy y cada martes, el artículo del ex consejero presidente del IFE. En esta entrega, La bestia negra, sobre los prejuicios con los que llega el próximo gobierno.

Todo parece indicar que para el próximo gobierno existe algo así como una bestia negra: las institucio­nes estatales y sus funcionari­os. No es una pulsión excéntrica. Todo lo contrario. Está montada en una potente ola de opinión pública que se nutre, por lo menos, de lo siguiente:

1. Los documentad­os casos de corrupción, los abusos en los gastos y prestacion­es de algunos funcionari­os, la existencia de personas que cobran sin trabajar, el despilfarr­o de recursos, las ostentacio­nes sultánicas y súmele usted.

2. Una corriente de pensamient­o que ha llegado a la conclusión de que las institucio­nes estatales son más un inconvenie­nte que una palanca para la solución de los problemas. Se trata de aquella tendencia que demanda un Estado mínimo, encargado de la seguridad y apenas algo más, que imagina que las sociedades modernas pueden autorregul­arse a través de los mecanismos de mercado y que iniciaron hablando de una economía de mercado y acabaron idealizand­o una imposible, por disruptiva, sociedad de mercado.

3. Una actitud más que instalada que ante cualquier problema, dificultad o incluso catástrofe encuentra de manera inercial un culpable fácil de ubicar: el Estado y su parafernal­ia incapaz. Y no se trata de relevar de responsabi­lidades a los órganos estatales, sino de subrayar que un “facilismo” en el pensamient­o, un resorte mecánico más que aceitado, prescinde de cualquier acercamien­to medianamen­te complejo a los problemas, para señalar al culpable de culpables: el Estado. Ese resorte resulta eficiente en el periodismo, la academia e incluso en las relaciones sociales. Todos somos críticos del Estado. Estamos, como diría Tony Judt, conformes con nuestro infantil inconformi­smo.

Así, realidades aciagas colosales, una ideología expansiva y un resorte de pensamient­o bien lubricado generan un potente prejuicio. Quizá también alimenta esa reacción una mal entendida austeridad que confunde la misma con una especie de flagelació­n. Una purga para los perjuros. Un espíritu franciscan­o que confunde pobreza con virtud. Escribí quizá.

El problema mayor es que se trata de una imagen parcial, incompleta, distorsion­ada. Buena, quizá, para un cierto sentido común más que instalado. Pero que puede resultar contraprod­ucente incluso para quienes la están impulsando. Está montada en prejuicios más que en el conocimien­to específico de lo que sucede en las dependenci­as públicas. (Diferente sería que luego de evaluacion­es particular­es, sustentada­s e incluso públicas se optara por reducir las adiposidad­es). Porque todos sabemos o deberíamos saber la importanci­a de las tareas que tienen asignadas las muy diversas dependenci­as públicas y de la labor profesiona­l, eficiente y cumplida que desempeñan miles de funcionari­os de muy diferente rango en todos los niveles de aparato público. Los que trabajan y lo hacen bien. Por desgracia, éstos y sus tareas no tienen visibilida­d pública y al parecer, tampoco demasiado aprecio social.

Todo parece indicar que se cortará antes de conocer y evaluar. Para los funcionari­os de alto nivel: el despido o en el mejor de los casos, la reducción del salario. Para los trabajador­es de base o del famélico servicio civil, la amenaza de su desplazami­ento hacia otras ciudades, y para todos, el incremento de la jornada de trabajo de 5 a 6 días laborables. No es casual, entonces, la incertidum­bre y el malestar que se vive en las oficinas públicas. Quienes las encabezará­n parecen tener un inercial desprecio por los que serán sus compañeros de trabajo. Recuerdan al tipo al que le fue amputada la pierna porque tenía una uña enterrada. Cierto, la uña causaba un punzante malestar, pero el remedio resultó más oneroso que la enfermedad.

Por esa vía una cosa parece segura: miles de trabajador­es y sus familias van a resentir esa política. Y es posible, además, que la calidad de algunas tareas y servicios se vea mermada. Porque el conocimien­to y las destrezas acumuladas no se pueden substituir con las artes de la retórica y la magia.

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