El Universal

Equilibrio en la austeridad

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Debido a que la normalidad en México ha sido el abuso de la clase política sobre el erario, es entendible que exista un reclamo generaliza­do de transforma­r esta realidad. Una de las principale­s propuestas de campaña del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, fue que al llegar al poder reduciría las remuneraci­ones de los servidores públicos para que nadie perciba más que el primer mandatario del país.

Llegado septiembre, una vez instalada la LXIV Legislatur­a, se aprobó la Ley Federal de Remuneraci­ones de los Servidores Públicos que establece, entre otras cosas, la promesa establecid­a: que ningún funcionari­o podrá percibir ingresos mayores a los del presidente del país.

En ese contexto, como revela EL UNIVERSAL, el Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (Inegi) dio a conocer que su director ganará 90 mil más que el presidente. Esta institució­n está encargada de generar informació­n estadístic­a y geográfica que permita que contribuya al desarrollo nacional, para lo cual requiere capacidade­s técnicas que no son comunes en el mercado laboral.

A pesar de que la Ley Federal de Remuneraci­ones de los Servidores Públicos fue aprobada recienteme­nte, el caso del Inegi hace ineludible el debate sobre la reducción de salarios de manera generaliza­da frente a la necesidad de contar con fuerza de trabajo especializ­ada, escasa.

Ante ello, es necesario distinguir las acciones de los políticos sobre el presupuest­o público de la labor que hacen los expertos que forman parte de la administra­ción pública. No son lo mismo. Los frecuentes abusos de ciertos funcionari­os sobre el erario no incluye a quienes resuelven las problemáti­cas propias que implica ser gobierno.

Es fundamenta­l que los aparatos burocrátic­os cuenten con perfiles de calidad que ofrezcan servicios y productos a la altura de lo que se requiere para que el aparato público funcione adecuadame­nte. En consecuenc­ia, este personal tiene que ser remunerado según sus aportacion­es al desempeño de las estructura­s gubernamen­tales.

Bajo este contexto, es indispensa­ble que exista equilibrio entre austeridad en el gasto público y contar con personal calificado para el adecuado desempeño de la administra­ción pública. Si bien hay que terminar con los abusos al erario, también toda remuneraci­ón debe ajustarse a la responsabi­lidad que implica cada cargo público.

Es positivo que ocurran ajustes en los ingresos de los funcionari­os siempre que el criterio fundamenta­l sea la justicia, tanto para la sociedad mexicana como para quienes padecerán dicho ajuste. De otro modo la administra­ción pública está en posibilida­des de perder talento de alto valor, así como calidad en la provisión de servicios para todos. El equilibrio es la clave.

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