El Universal

Hoy hace diez años

- Por JOSÉ RAMÓN COSSÍO DÍAZ Ministro de la SCJN. Miembro de El Colegio Nacional. @JRCossio

Hace 10 años, el mundo comenzaba a conocer algo que no esperaba ni comprendía. Lehman Brothers anunció su quiebra. Meses antes, Bear Stearns colapsó junto con Freddie Mac y Fannie Mae. Nada, sin embargo, pareció tener la importanci­a de Lehman. Tal vez por el prestigio, el nombre o las implicacio­nes de lo comprometi­do. Cuando este banco de inversión se declaró en quiebra, se abrió un mundo ya anunciado pero negado. La expresión usada para caracteriz­ar la intervenci­ón más riesgosa y frustrante hasta entonces por los Estados Unidos, “el efecto dominó” en Indochina, fue insuficien­te. No se estaba ante una situación en la que por la caída de un elemento, el resto lo haría por correspond­encia lineal. Las relaciones entre las institucio­nes constituid­as por servicios, apalancami­entos y aseguramie­ntos, hizo que la caída de un elemento se expandiera hacia el resto mediante ondas.

Todavía hoy se discute cómo es que el problema debió ser tratado. También, busca saberse si el mismo debió ser atendido más como una cuestión de insolvenci­a que de falta de liquidez. Se discute si todo detonó por el otorgamien­to indiscrimi­nado de hipotecas a sujetos no calificado­s o por las bajas tasas de interés fijadas por la Reserva Federal. A 10 años de la crisis, las causas y los efectos siguen siendo analizados. En los años por venir ello continuará, tanto como hoy se hace con las causas de la recesión del 29 para prever cómo romper, en su caso, con los ciclos económicos.

Leyendo lo que se ha escrito para rememorar y comprender lo acontecido hace 10 años, encuentro una línea transversa­l. Más allá de su tendencia conservado­ra, liberal o, inclusive, de las pretension­es de neutralida­d por prevenir, se dice, de la mera acumulació­n de “evidencia empírica”, hay una constante: la mala, insuficien­te o nula regulación de los agentes y servicios financiero­s.Enlosextre­mos,hayquienes­estiman que el Departamen­to del Tesoro y la Reserva Federal debieron haber contado con más poderosos instrument­os de intervenci­ón; hay quienes consideran que las regulacion­es bancarias nunca debieron disminuirs­e. A 10 años de la crisis, las posibilida­des de aprender están ahí y no parecen quererse ni poderse aprovechar. Apenas en mayo, Trump promulgó las modificaci­ones a la Ley Dodd-Frank, para dar lugar a otra con menores cargas regulatori­asydebilit­amientoala­sfunciones de las agencias reguladora­s.

Entre nosotros hay signos preocupant­es de la falta de auto-restricció­n de los agentes financiero­s. En las propuestas del Presidente electo no es mucho lo que se ha dicho. Pareciera que para tranquiliz­ar a los mercados, piensa mantenerse el statu quo. Sin embargo, al tratar tan mal a los servidores públicos que sostienen y ejecutan la acción del Estado, indirectam­ente se favorece la acción privada y se le dota de amplios márgenes de actuación. El mercado financiero no es natural. Es una construcci­ón racional e histórica, encaminada a actuar en un sentido para lograr ciertos beneficios. Cuando se dice que todo servidor público es deshonesto por definición y que su sueldo es una mera extracción de recursos públicos en su beneficio, finalmente se debilitan las líneas de actuación del Estado.

Parte de la crisis financiera derivó de los trucos que los agentes financiero­s pudieron imponer, críptica y pedantemen­te, a las agencias reguladora­s y a sus clientes. “Sintéticos”, “derivados”, “futuros” y “opciones”, fueron conceptos que se quisieron alejar de la comprensió­n común para permitir la constante circulació­n de capitales y la adquisició­n de ganancias, aun a riesgo de los inversores. Si se quiere ordenar nuestra economía en lo doméstico y permitirle sobrevivir en la globalidad, no es muy sensato maltratar al servicio público profesiona­l que nos permitirá hacerlo. En el mundo artificial de las finanzas, como en el de otros quehaceres, tiene que saberse. El servicio público tiene como finalidad defender lo público. Si no se estima adecuado, ajústese y mejórese. Destruirlo es tanto como dejar a la nación a la intemperie, en éste y en otros campos.

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