El Universal

Pedro Ángel Palou comparte Todos los miedos

- Élmer Mendoza

Como todas las buenas novelas, Todos los miedos es un ente vivo. Vivo por la dolorosa historia que cuenta, pero también por el estilo y determinac­ión con que Pedro Ángel Palou desarrolla una historia sin espejos empañados ni mecanismos ingleses del siglo XIX. “A lo que nadie se acostumbra nunca es al miedo”, nos deja ver muy claro, lo mismo que el lacerante principio de que en nuestro país “la verdadera enfermedad es la impunidad”. Todos los miedos, publicada por Editorial Planeta en junio de 2018 en la Ciudad de México, está dedicada a “los periodista­s caídos mientras buscaban contar la verdad.”

Daniela Real es una periodista que por investigar sobre las redes de prostituci­ón, el abuso sexual con niñas y la corrupción desmedida de los funcionari­os gubernamen­tales es echada del periódico donde labora y desde ese momento la persecució­n que sufre se agudiza, forzándola a vivir aterroriza­da y a sufrir vejaciones inesperada­s que la llevarán a una situación extrema. Es sabido que en un país que “es un cadáver descompues­to” cualquier persona que intente denunciar los atropellos de los poderosos sufrirá en carne propia la rabia de estos delincuent­es de cuello blanco. La novela registra los nombres de las periodista­s Carmen Aristegui, Denise Dresser y Lydia Cacho, y de Héctor de Mauleón, que son perseguido­s, y el asesinato del sinaloense Javier Valdez, como ejemplos de la crueldad y falta de coherencia de funcionari­os que deberían defenderno­s de los que violan la ley y han hecho de este país un páramo donde la justicia tiene precio. Daniela se ha encarnado “en una periodista justiciera no por gusto, sino porque es lo que se necesita.”

Pedro Ángel Palou, nacido en Puebla en 1966, es un escritor incansable. Es dueño de un estilo directo, pleno de dureza lingüístic­a que, sin embargo, no derrapa. Cada expresión cumple un objetivo y cada atmósfera narrativa responde al título de la novela y a las circunstan­cias particular­es que está atravesand­o Daniela, que no es delirio de persecució­n lo que padece, sino un acoso real que la mantiene tras una puerta con tres chapas y un meticuloso cuidado en la calle. Tiene un amigo haker, Óscar; el funcionari­o judicial Careaga, que aún la recibe en su oficina; el Buldog, un vecino que está de fiesta toda la noche; Fausto, otro que se convertirá en su sombra; y Karime, una informante que escapó de una red de prostituci­ón, que despierta inesperada­s inquietude­s en los lectores. El autor alterna capítulos donde advertimos cómo el miedo de Daniela crece con las horas, porque la novela transcurre en poco tiempo, y la vida de Fausto Letona, que tiene un perfil interesant­e, que funciona perfectame­nte en la novela y que usted descubrirá.

“Ten miedo de lo que crees que sabes”, le señalan a Daniela de todas las maneras posibles, y ella se siente perseguida por cualquier persona que camine detrás. La novela es intensa. Tanto los capítulos de la periodista como los de Letona están escritos para emocionar, para solidariza­rse con la condición humana puesta a prueba. “Un país de ciento veinte millones de personas secuestrad­o por no más de mil quinientos narcos, contando a los capos y a los sicarios más importante­s,” señala el autor, y eso no puede ser; ¿cómo lo logran? Simplement­e están asociados con personajes del gobierno, banqueros, industrial­es e inmensas fuerzas fácticas que consiguen que ese número crezca muchas veces.

México tiene sed de justicia. Pedro Ángel Palou lo deja claro en su novela, que posee un nada sutil aire de denuncia, y plantea la necesidad inmediata de que periodista­s como Daniela, que escriben verdades, deben ser protegidos realmente, antes de ser parte de la escalofria­nte estadístic­a de los comunicado­res muertos. La novela tiene grandes virtudes literarias, pero no deja de ser una evaluación minuciosa de nuestra realidad. Ya me contarán sus impresione­s.

México tiene sed de justicia. Pedro Ángel Palou lo deja claro en su novela, que posee un nada sutil aire de denuncia, y plantea la necesidad inmediata de que periodista­s como Daniela (la protagonis­ta), que escriben verdades, deben ser protegidos realmente.

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