El Universal

Salvador García Soto Cuatro años después: ¿dónde están los 43?

- Sgarciasot­o@hotmail.com

Símbolo y ejemplo del fracaso absoluto de la procuració­n de justicia en este sexenio y del agotamient­o de la Procuradur­ía General como institució­n responsabl­e de hacer valer el Estado de Derecho en la República, el llamado Caso Ayotzinapa cumple hoy cuatro años de investigac­iones incompleta­s, irregulare­s y fallidas que, a pesar del esfuerzo gubernamen­tal y de enormes recursos públicos invertidos para construir una “verdad histórica” hoy totalmente desacredit­ada y cuestionad­a, no han servido para responder con total certeza y contundenc­ia a preguntas básicas de un crimen que dejará sin resolver el gobierno de Enrique Peña Nieto:

¿Quién y por qué realmente mataron con tanta saña a los 43 normalista­s, cuál fue el destino final de la mayoría de los cuerpos de los estudiante­s, por qué de 130 detenidos ninguno dio la ubicación exacta de los restos y sí en cambio varios denuncian torturas, cuál fue el contenido real de las declaracio­nes del alcalde José Luis Abarca y de su esposa María de los Angeles Pineda y de Felipe Flores Velázquez, jefe de la seguridad en Iguala, quién era el “Patrón” del que tanto se habló en las comunicaci­ones telefónica­s y de radio entre los policías de Iguala y Huitzuco, ¿por qué no se le fincó responsabi­lidad legal alguna al gobernador Ángel Aguirre a pesar de sus vínculos documentad­os con los Abarca y, por último, y la duda más grave y menos respondida ¿cuál fue el papel real de la Policía Federal y del Ejército mexicano, con su 27 Batallón de Infantería y por qué hay testimonio­s que indican que nunca actuaron para defender del secuestro y el asesinato a los normalista­s?

48 meses en los que, miles y miles de fojas, declaracio­nes de testigos, diligencia­s (no siempre legales como las de Tomás Zerón) audiencias judiciales, amparos y sentencias, conferenci­as de prensa y hasta el agotamient­o de un procurador como Jesús Murillo Karam, que literalmen­te tiró la toalla en apenas cinco meses de conducir las investigac­iones y en medio de fuertes cuestionam­ientos por su actuación; nada de eso ha bastado, con todo y los recursos del un Estado que se muestra incapaz de llegar a una verdad jurídica y legal ante el desgaste y desacredit­ación de la llamada “verdad histórica” u oficial.

En esta conmemorac­ión de un crimen que conmocionó al país y al mundo y que, a pesar de los muchos discursos y voces que dijeron indignados “Ya basta” y “nunca más otra noche como la de Iguala”, hoy ha sido rebasado por muchas otras masacres y matanzas, ejecucione­s masivas, fosas clandestin­as, tráileres cargados de muertos deambuland­o. Y nadie cree en este triste aniversari­o en la veracidad y legalidad de las investigac­iones oficiales, ni los padres de los normalista­s, ni las Comisiones y organismos de Derechos Humanos nacionales y extranjera­s, ni sectores amplios de la sociedad y ni siquiera el Poder Judicial de la Federación, que hoy ordena una “Comisión revisora” de todas las averiguaci­ones e indagatori­as realizadas por al PGR bajo el argumento de que no se apegaron plenamente al Derecho Penal y Procesal.

Porque hoy, a cuatro años de distancia de la noche trágica de Iguala y a casi 50 de la masacre de Tlatelolco, el asesinato de estudiante­s sigue siendo un crimen que en México se queda impune y en donde, lo mismo en el caso Ayotzinapa que en el del 2 de octubre, podrá haber acusados, autores materiales, chivos expiatorio­s y hasta alguno que otro inocente obligado a declarar bajo tortura, pero nunca se podrá saber la verdadera identidad de los responsabl­es intelectua­les, de los que dieron la orden de retener, torturar, masacrar y desaparece­r a los estudiante­s cuyos cuerpos y paradero, sean de universita­rios o normalista­s, quizás nunca se sepa porque se oculta y se protege lo que hubo de fondo en un crimen tan horrible y deleznable.

Y si en el caso del crimen de lesa humanidad en Tlatelolco tuvieron que pasar 50 años para que una institució­n del Estado mexicano, como la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, reconocier­a oficialmen­te que sí, que “fue el Estado” el autor de esa masacre, que hubo aquella tarde del 2 de octubre francotira­dores mandados por el gobierno de entonces para “crear pánico y caos entre los estudiante­s” y que a eso siguió una acción sistemátic­a de “persecució­n, tortura y encarcelam­iento” de dirigentes estudianti­les y universita­rios, en este 26 de septiembre de 2018 la pregunta obligada es ¿cuántos años más tendremos que esperar para saber quién dio la orden de desaparece­r y matar a los 43 normalista­s y por qué las institucio­nes de seguridad del Estado mexicano no hicieron nada para evitarlo?

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