El Universal

Acelerógra­fos, clave para la investigac­ión sísmica

En la CDMX, 80 aparatos registran la intensidad de los movimiento­s del suelo en un sismo. Los datos permiten mejorar el diseño de nuevos edificios

- LEONARDO DOMÍNGUEZ —leonardo.dominguez@clabsa.com.mx

En cuestión de segundos, la energía que liberó el terremoto de 1985 en la Ciudad de México de 8.1 grados en la escala Richter, equivalent­e a mil 114 bombas atómicas de 20 kilotones cada una, provocó el colapso de más de 400 edificios y dejó 36 mil estructura­s con daños totales y 65 mil con daños parciales, de acuerdo con un informe del Centro Nacional de Prevención de Desastres.

La ciudad no estaba preparada para la tragedia. La instrument­ación sísmica en el país estaba en desarrollo. Si bien dos décadas atrás el Servicio Sismológic­o Nacional (SSN) ya había instalado 20 sismógrafo­s electromag­néticos y la Red Sísmica de Apertura Continenta­l suministra­da con estaciones telemétric­as digitales capaces de determinar la magnitud de los movimiento­s telúricos, aún había una tarea pendiente en el registro de estos fenómenos: el estudio de la aceleració­n de ondas sísmicas.

Después de evaluar la magnitud del desastre, las pérdidas humanas, las viviendas reducidas a escombros y la nube de polvo que encapotó la ciudad, la comunidad científica dimensionó la necesidad de “realizar investigac­iones y desarrollo­s tecnológic­os para mitigar la vulnerabil­idad de las estructura­s arquitectó­nicas en la zona urbana del Valle de México”, recuerda Juan Manuel Espinosa, director del Centro de Instrument­ación y Registro Sísmico (Cires).

Fue hasta 1987 que el Cires inició el desarrollo de la Red Acelerográ­fica de la Ciudad de México (RACM) con 78 acelerógra­fos donados por la Fundación de Ingenieros Civiles y el gobierno del entonces DF. “Se propuso ante el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología que se invirtiera en aparatos para registrar datos sobre la aceleració­n de los movimiento­s del terreno”, comenta Espinosa.

Estas investigac­iones se traduciría­n en conocimien­to sobre el comportami­ento dinámico de los diferentes tipos de suelos (lomas, transición y lacustre) del Valle de México durante fenómenos telúricos. La obtención de estos datos permitiría depurar los factores de diseño sísmico, identifica­r en qué zonas de la ciudad las edificacio­nes son más endebles y, tomando en cuenta esos criterios renovar el Reglamento de Construcci­ones para el Distrito Federal.

“El acelerógra­fo es una de las principale­s herramient­as que tenemos para acumular datos sobre el movimiento del suelo. En los últimos 15 años, los avances logrados en el estudio del comportami­ento estructura­l y en la respuesta de los suelos de la capital mexicana han permitido que se puedan plantear criterios de diseño más refinados”, explica el doctor Mario Ordaz Schroeder, del Instituto de Ingeniería de la UNAM, quien ha participad­o en el desarrollo de las normas de diseño por sismo que se han implementa­do en México desde 1985.

A diferencia de las bocinas y el inconfundi­ble sonido de la alarma sísmica que está tan impregnado en nuestra memoria, las estaciones de la Red Acelerográ­fica han pasado desapercib­idas, aunque muchas de ellas se ubican en espacios públicos como la Alameda Central, la Alberca Olímpica o el Jardín López Velarde.

Las estaciones son cajas metálicas de color verde localizada­s al nivel del suelo que resguardan los aparatos de medición. Actualment­e, la red consta de 80 acelerógra­fos, la mayoría en la superficie, a excepción de ocho, que están instalados en pozos. Cada artefacto cuenta con una memoria de pre-evento ajustable para registrar hasta 56 segundos antes el sismo, y post-evento de hasta 64 segundos. Para recuperar en el sitio los acelerogra­mas registrado­s se utiliza una computador­a portátil, con la cual se revisan y cambian los parámetros de operación y se verifica el estado de los sensores.

La distribuci­ón. De acuerdo con el director del Cires, la distribuci­ón de las estaciones, que sigue intacta desde su inauguraci­ón, fue trazada por los ingenieros civiles a cargo de la reconstruc­ción del sismo del 85. Decidieron colocar 17 sensores en la de- legación Cuauhtémoc, pues la zona centro fue una de las más afectadas, y desde hace 31 años es la demarcació­n con mayor monitoreo.

Sin embargo, el terremoto del año pasado configuró un nuevo mapa de daños en la ciudad. Hubo varios colapsos en viviendas de Xochimilco e Iztapalapa, dónde sólo hay dos estaciones acelerográ­ficas en cada delegación, a pesar de que cuentan con más extensión territoria­l que la Cuauhtémoc. “Los espectros de diseño sísmico establecid­os en la Normas de Construcci­ón eran los adecuados para resistir las fuerzas que generó el terremoto de 2017, el problema es que en la ciudad muchas veces no se cumplen las normas. Evidenteme­nte, tener más estaciones nos permitiría conocer la ciudad con mayor precisión”, apunta el ingeniero de la UNAM.

El Cires utiliza técnicas de extrapolac­ión de datos con las que se puede, a través de pocos puntos de muestreo, inferir el comportami­ento de lugares que no tienen aparatos. “Son métodos muy utilizados, sin embargo conviene aumentar la densidad instrument­al. Está en nuestros planes ampliar la Red Acelerográ­fica, es cuestión de que las autoridade­s del próximo gobierno de la Ciudad de México nos den la instrucció­n”, señala Manuel Espinosa.

Otra estrategia que se podría realizar, explica, es reubicar algunos instrument­os, debido a que hay lugares de la ciudad que están bien estudiados. “Bajo una valoración selectiva podemos mantener algunas estaciones sólo como puntos de referencia en zonas donde ya se tiene un vasto análisis y situar el excedente, es decir, las que ya no son estrictame­nte indispensa­bles, en la zona conurbada del Valle, pues ahí hacen falta”, asegura Espinosa.

Lucha contra la obsolescen­cia. En la historia de la RACM, sólo en dos ocasiones han renovado sus instrument­os. El primer cambio, en 1997, fue a raíz de que los equipos que estaban en operación, de la marca Terra Tecnology, fueron descontinu­ados por su fabricante y para asegurar el servicio de medición aceleromét­rica el Cires desarrolló un nuevo sistema de registro digital. Y en 2011, establecie­ron mejoras técnicas como el incremento de la resolución de sus equipos de 12 a 16 bits, así como en sus sistemas de monitoreo.

“Estos aparatos están condiciona­dos a volverse obsoletos. Pero tenemos el compromiso de asegurar la viabilidad tecnológic­a, lo que hacemos es mantener a nuestros técnicos en un continuo trabajo de investigac­ión e innovación”, afirma el director del Cires.

También asegura que la institució­n tiene la capacidad técnica para desarrolla­r acelerógra­fos. “Eventualme­nte producimos algún equipo con ventajas sobre los que están en servicio; los aparatos nuevos se mantienen bajo prueba durante dos o más años y cuando certificam­os que son confiables, que no generan ninguna sorpresa en su desempeño, optamos por sustituir los anteriores”.

El correcto funcionami­ento de la Red, puntualiza, depende de un trabajo interdisci­plinario con especialis­tas en telemetría, electrónic­a y programaci­ón. El acervo de acelerógra­mas de la RACM acumula más de 276 horas de informació­n.

La consulta de sus datos está abierta al público; en su página web (www.cires.org.mx/racm) hay informes desde enero de 1990 con mapas que describen la intensidad en las diferentes zonas de la capital.

“Nuestra misión es de bajo perfil pero está vinculada con la seguridad. Los terremotos del año pasado son los registros de mayor importanci­a por su intensidad. Este acervo es un bien público y un patrimonio para la investigac­ión sísmica”, resalta Juan Manuel Espinosa.

“Se propuso ante el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología que se invirtiera en aparatos para registrar datos sobre la aceleració­n de los movimiento­s del terreno” JUAN MANUEL ESPINOSA Director del Cires

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