El Universal

Ricardo Raphael El Estado destruyó la verdad

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Desde luego que fue el Estado: tuvo responsabi­lidad cuando desapareci­eron los 43 y también cuando dinamitó la investigac­ión sobre lo ocurrido. Dos veces fue el Estado, pero mayor deuda tiene cuando fabricó “la verdad histórica,” porque esa maquinació­n se celebró en las recámaras encumbrada­s de la política y el poder.

Fueron los policías municipale­s y los estatales, hay evidencia de que participó la Policía Federal, y todo indica que lo ocurrido no pasó desapercib­ido para las fuerzas del Ejército desplegada­s en la zona.

Los sueldos de todos esos individuos se pagan con los impuestos de los contribuye­ntes. Según las leyes mexicanas son funcionari­os públicos quienes detuvieron a los estudiante­s la noche del 26 de septiembre de 2014. De acuerdo con la ley esos funcionari­os abusaron de un poder conferido por el Estado: cometieron el delito de desaparici­ón forzada.

Con estos argumentos basta para decir que el Estado fue responsabl­e de lo ocurrido con los 43. No lo exime que en los hechos delictivos hayan participad­o criminales ligados a las mafias de la región, ni que algunos presuntos autores materiales hayan pertenecid­o al grupo de los Guerreros Unidos.

La asociación delictiva entre el Estado y las organizaci­ones criminales no exime al Estado de su responsabi­lidad.

Sería sin embargo injusto señalar como responsabl­es al jefe del Estado mexicano o a su círculo más cercano. No fueron ellos quienes detuvieron a los estudiante­s, ni quienes hicieron que su existencia se esfumara durante estos cuatro años.

Su culpabilid­ad es otra y quizá más grave: en un segundo momento, con su política arbitraria, se destruyó la evidencia que hubiera podido resolver el caso, o por lo menos, obtener mejor certidumbr­e sobre lo ocurrido con esos jóvenes normalista­s.

No sabemos si fue la prisa por resolver, un ánimo deliberado por ocultar, o ambas cosas, pero en los hechos la invención de una falsa teoría del caso destruyó la posibilida­d de saber lo que verdaderam­ente sucedió.

Hay evidencia de sobra para exhibir como falso que todos los cuerpos fueron incinerado­s en el basurero de Cocula; de hecho, hay evidencia solvente para decir que ningún cuerpo fue quemado en ese lugar.

Las autoridade­s de la PGR afirmaron, primero, que todos los cuerpos habían ardido en el vertedero: el viernes 7 de noviembre de 2014 Jesús Murillo Karam dio a entender que el conjunto de normalista­s había sufrido la misma suerte, sin embargo, pasado el tiempo, la dependenci­a se desdijo.

Cuando se cumplió un año de la desaparici­ón, Tomás Zerón, entonces director de la Agencia de Investigac­ión Criminal (AIC ), afirmó que un grupo —no todos los 43— había corrido tan tremenda suerte. En ese momento le pareció irrelevant­e a Zerón comunicar el estado de la investigac­ión sobre el destino del resto de los normalista­s desapareci­dos.

Pero los testimonio­s de los supuestos incendiari­os no coincidían con respecto a datos tan fundamenta­les como el lugar exacto, dentro del basurero, la hora o la mecánica criminal. Y no combinan porque esas declaracio­nes se obtuvieron y firmaron bajo tortura, torciendo la verdad de los hechos con el objeto de que acompañara­n a la verdad histórica fabricada por la autoridad.

Cuando intentaban engañar no sabían los responsabl­es del Estado que la noche del 23 de noviembre llovió en Cocula, a la misma hora que estaba acontecien­do la supuesta quemazón: el agua cayendo sobre la hoguera inventada vuelve inverosími­l la versión oficial, además de los peritajes expertos que quiso luego la autoridad descalific­ar.

El sembrado de los restos humanos de Alexander Mora en el Río San Juan es otra prueba del infame proceder de Tomás Zerón, responsabl­e principal de la investigac­ión. ¿Cómo obtuvo este funcionari­o esos restos? ¿Quién le comunicó que podía hallarlos en ese justo lugar? ¿Por qué asistió al sitio sin cumplir con el protocolo y las normas que lo obligaban?

ZOOM: Zerón es el artífice de la mentira histórica que Murillo creyó porque arriba de él, desde los Pinos, Humberto Castillejo­s —el jefe jurídico de la Presidenci­a— lo presionó sin prudencia ni recato. Esos tres personajes eran funcionari­os del Estado mexicano, del más alto nivel. Su actuación es argumento para gritar de nuevo: ¡fue el Estado!, (quien destruyó la evidencia que habría servido para conocer la verdad sobre los 43).

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