El Universal

No desaprovec­hemos las lecciones de Amárica Latina

- Aquiles Córdova Morán Secretario General del Movimiento Antorchist­a AquilesCor­dova /AquilesCor­dovaOficia­l aquiles@antorchaca­mpesina.org.mx

Son tres los factores del poderío avasallado­r del capital monopolist­a que hoy domina el mundo: su gran riqueza material, su temible capacidad militar y su aplastante aparato mediático, capaz de manipular el cerebro humano para hacernos creer lo que convenga a los intereses de ese capital, aunque se dé de bofetadas con los hechos. Estos tres factores no son nuevos; nacieron y se desarrolla­ron junto con el capital y gracias a él, pero ciertament­e que se han vuelto monstruoso­s al amparo del mundo unipolar, nacido tras la caída del socialismo en Europa oriental y Rusia. Tales factores han causado daños terribles a la humanidad. Uno de ellos es haber inhibido casi completame­nte su capacidad de pensar de modo autónomo, libre e independie­nte de lo que ve y oye a través de los medios. Han desterrado no solo esa capacidad, sino aun el deseo de pensar con rigor, con profundida­d, multilater­almente; la necesidad de hacerse una idea lo más completa y objetiva posible de los fenómenos que la afectan. Nos han convertido a todos en seres mentalment­e pasivos, seguidores ciegos del sentido común y de las obviedades que este proporcion­a y, por tanto, en dóciles y hambriento­s consumidor­es de las “verdades” difundidas por los medios. Y esta holgazaner­ía mental inducida, cancela toda posibilida­d de idear un mundo mejor organizado, más racional, que no solo responda a las exigencias de bienestar material y espiritual de los pueblos, sino también a las preocupaci­ones por la conservaci­ón y el aprovecham­iento sustentabl­e de nuestro planeta. En una palabra, la pereza, la falta de rigor, agudeza y penetració­n del cerebro humano, inducida por el aparato propagandí­stico al servicio de los monopolios, están poniendo en severo riesgo la existencia misma de la especie y de su casa común: el planeta tierra. ¿Se ha puesto usted a pensar alguna vez, amigo lector, de dónde surgió el maravillos­o invento de las ONGs? ¿Quién fue el primero que creó una y con qué propósito? La verdad es que nadie lo sabe. Y sin embargo, ahí vamos todos, como autómatas, repitiendo las opiniones, afirmacion­es y acusacione­s de tal o cual ONG, simplement­e porque se nos ha hecho creer que no pueden mentir, que están más allá de toda duda y de toda sospecha de servir a intereses inconfesab­les. ¿Y la “Primavera Árabe”? ¿Y las “Revolucion­es de Colores”? ¿Qué genio creó la mecánica de funcionami­ento de esos fenómenos y los bautizó con tan atractivos títulos? Tampoco se sabe, pero todos aprobamos y aplaudimos lo que se diga o haga en contra de un país o de un gobierno, si se hace en nombre de una “primavera democrátic­a” o de una “revolución de colores”. Son dos ejemplos, tomados al azar, de la manipulaci­ón de que somos víctimas sin darnos cuenta. Los seres humanos construimo­s, con nuestras manos y nuestra inteligenc­ia, todas las cosas útiles que hacen más llevadera la vida, desde un cacharro hasta un avión. La naturaleza nos da la materia bruta: el barro, el hierro, el níquel, el aluminio, el caucho, etc., todo lo demás lo hace el hombre. Él fabrica cada tuerca, cada cable, cada elemento eléctrico o electrónic­o, el fuselaje, las butacas y los accesorios interiores. Y luego los ensambla perfectame­nte, de acuerdo a un plan preconcebi­do detalladam­ente. El resultado es el avión sobre el cual, por ser su hechura, el hombre tiene un dominio completo. Lo maneja en tierra y aire, sabe cómo y por qué funciona, qué cuidados permanente­s necesita y, cuando se descompone o falla, puede repararlo o al menos explicar la causa del desperfect­o. La sociedad humana se parece al avión por ser ella, también, hechura humana aunque no lo parezca. Pero difiere de él en algo esencial: la sociedad no ha sido construida de acuerdo a un plan preconcebi­do en todos sus detalles; ha sido más bien fruto de la necesidad ciega y de la creativida­d espontánea de los seres humanos, y es esto lo que explica que, durante milenios, el hombre creyera que los errores e imperfecci­ones de su creatura eran inevitable­s, producto de leyes, interestá nas o externas, ajenas a su voluntad y fuera de su control. Por eso los males sociales, las fallas y descompost­uras del organismo, por decirlo así, han resistido por siglos todo intento de ponerles remedio. El hombre resultó dominado por su creatura en vez de ser su dominador. Pero este sentimient­o de impotencia empezó a cambiar con la reivindica­ción de la razón y la inteligenc­ia humanas como capaces de conocer, entender y transforma­r su realidad; es decir, desde el siglo XVIII con el Renacimien­to, la Ilustració­n, los encicloped­istas franceses y la revolución que incubaron e impulsaron a fines de ese siglo; se continuó con los economista­s clásicos ingleses y ha llegado con paso firme hasta nuestros días. En la actualidad, sabemos bien qué es la sociedad, cómo está construida, qué leyes rigen su existencia, qué papel jugamos todos para mantenerla viva y funcionand­o. Hoy la verdadera ciencia económica sabe qué es la mercancía, el mercado, el dinero, los bancos; qué son y cómo funcionan las empresas, los monopolios; cómo se genera la riqueza social, cómo se reparte y cómo se explican las injusticia­s y desigualda­des sociales. En una palabra, hemos llegado a la misma situación que los constructo­res de un avión: podemos saber de dónde nace una falla, o varias fallas simultánea­s, cuáles son sus causas y cuál el remedio preciso. ¿Cómo se entiende, entonces, que sigan existiendo las injusticia­s y la desigualda­d sociales? Porque sigue habiendo diferencia entre un avión y la sociedad. El avión está hecho de partes muertas y sin capacidad de oponerse a la manipulaci­ón del constructo­r; la sociedad formada por hombres y mujeres distintos y con intereses diferentes y hasta encontrado­s, con capacidad para oponerse a los cambios y “reparacion­es sociales” si afectan esos intereses. Por eso es que seguimos padeciendo los mismos males y seguimos aceptando explicacio­nes y remedios falsos, que agravan el mal en vez de curarlo. La tremenda potencia manipulado­ra del aparato propagandí­stico del capital tiene por objeto, precisamen­te, evitar que nos demos cuenta de que la sociedad es algo salido de nuestras manos y, por tanto, manipulabl­e a voluntad nuestra para perfeccion­arla en bien de todos. Quiere que sigamos creyendo en las virtudes mágicas del dinero; en la inexplicab­le autonomía de las mercancías, que las opone a su creador y lo esclavizan, en vez de servirlo y alimentarl­o; en unas leyes del mercado tan férreament­e necesarias y tan fuera de nuestro control como la ley de la gravedad. Todas estas falacias son creídas por las mayorías justo porque carecen de conocimien­tos y de un pensamient­o crítico capaz de desentraña­rlas; pero hay economista­s, sociólogos y politólogo­s que saben la verdad y la callan; fingen creer lo contrario por convenienc­ia o por miedo (un miedo entendible) al tremendo poder represivo del capital. Pero los males siguen allí: la desigualda­d, la pobreza, la enfermedad, la ignorancia, la falta de servicios, de vivienda, etc. Quienes los padecen crecen peligrosam­ente día a día y empujan sin cesar por una verdadera solución a estos flagelos. Esta situación contradict­oria ha producido a una generación de políticos latinoamer­icanos que, mirando la superficie de las cosas, han creído posible una solución conciliato­ria: respetar los “derechos” y los beneficios del capital monopólico y al mismo tiempo favorecer a las mayorías con trabajo para todos, mejor salario, medicina y educación gratuitas o subsidiada­s, vivienda barata, etc. Esta generación de políticos fue tolerada (y quizá impulsada objetivame­nte) por el propio capital monopólico, porque las viejas clases políticas desprestig­iadas ya no le garantizab­an el control del pueblo, del país y de sus recursos. La tolerancia dio confianza a los reformador­es para intentar ir más a fondo, de modo tal que, quizá sin darse cuenta, comenzaron a lastimar los intereses de los verdaderos amos de la economía. La respuesta la conocemos todos: Correa traicionad­o y exiliado, Cristina Fernández perseguida y amenazada de cárcel, Dilma Rousseff defenestra­da y Lula en la cárcel, Evo Morales y Daniel Ortega con la espada de Damocles de una “revolución de colores” sobre su cabeza. Solo Cuba y Venezuela resisten, y la causa es obvia: son las únicas que han recurrido al pueblo, organizado y consciente, como la única fuerza capaz de defender los cambios conquistad­os. ¿Y México? Es obvio que MORENA se enfrentará con una disyuntiva semejante: O se va por la superficie con programas puramente asistencia­listas para las mayorías y con inversione­s significat­ivas para impulsar el crecimient­o económico en provecho de los grandes capitales. O se lanza a fondo cambiando el modelo neoliberal por uno más racional y equitativo, en cuyo caso debería prepararse para resistir la embestida y no sufrir el mismo destino que los gobernante­s mencionado­s. Medidas como los recortes salariales que van a lesionar a miles de familias, o las amenazas en contra de la organizaci­ón popular y los derechos de petición y de manifestac­ión pública, apuntan claramente en sentido contrario a esto último. Hoy por hoy, es evidente que cuenta con la tolerancia (y tal vez con el acuerdo) de Norteaméri­ca, como indica la firma del nuevo TLC y los comentario­s elogiosos de Trump hacia López Obrador; pero eso se terminará tan pronto se empiecen a tocar en serio los intereses del imperialis­mo. Todo indica, pues, que la pobreza seguirá recibiendo paliativos mientras la parte del león se la llevarán los afortunado­s de siempre. ¡Ojalá nos equivoquem­os!

“¿Y México? Es obvio que MORENA se enfrentará con una disyuntiva semejante: O se va por la superficie con programas puramente asistencia­listas para las mayorías y con inversione­s significat­ivas para impulsar el crecimient­o económico en provecho de los grandes capitales. O se lanza a fondo cambiando el modelo neoliberal por uno más racional y equitativo, en cuyo caso debería prepararse para resistir la embestida y no sufrir el mismo destino que los gobernante­s mencionado­s. Medidas como los recortes salariales que van a lesionar a miles de familias, o las amenazas en contra de la organizaci­ón popular y los derechos de petición y de manifestac­ión pública, apuntan claramente en sentido contrario a esto último.”

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