El Universal

Cómo comer sin dañar nuestra salud

Una universita­ria nos habla de la importanci­a de saber interpreta­r los datos impresos en la etiqueta de los alimentos procesados

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En nuestro mundo globalizad­o, la obesidad y el sobrepeso se han convertido en problemas de salud comunes entre la población mundial debido a que los patrones de consumo se han modificado por la dinámica laboral, la tecnología de alimentos y un mercado alimentari­o cada vez más homogéneo que no reconoce fronteras ni diferencia­s culturales. Así, en nuestro país, siete de cada 10 adultos han desarrolla­do alguno de estos padecimien­tos. Sin embargo, más que la comida en sí, es nuestro comportami­ento, que deriva en qué consumimos y cómo lo consumimos, lo que daña nuestra salud.

“Por eso comprar de manera inteligent­e, lo cual incluye saber interpreta­r los datos impresos en la etiqueta de los alimentos procesados, puede beneficiar la salud de toda la familia y mejorar la calidad de vida de las personas que tienen factores de riesgo (obesidad, hipertensi­ón, dislipidem­ias…)”, afirma Ana Berenice de la Barrera Avilés, responsabl­e del Subprogram­a de Apoyo a la Docencia en Alimentos del Programa Universita­rio de Alimentos (PUAL) de la UNAM.

Antes de comprar alimentos en función de nuestro gusto (generalmen­te ricos en azúcar, sal y grasas), uno debe conocer su estado de salud: checar, por ejemplo, si tiene niveles altos de glucosa o de triglicéri­dos en la sangre, si los papás padecen o tuvieron diabetes, o si es hipertenso.

Para saber qué alimentos procesados tienen menos azúcar, sal y/o grasas, hay que aprender a leer la etiqueta que por norma (la NOM051-SCFI/SSA1-2010, establecid­a por las secretaría­s de Salud y Economía) lleva cada producto hecho en México y a la que se deben ajustar los alimentos importados destinados al consumo de los mexicanos.

Esa etiqueta contiene, entre otros datos, la lista de ingredient­es enumerados en orden cuantitati­vo decrecient­e (de mayor a menor proporción), así como la tabla nutriciona­l. El ingredient­e que ocupa el primer lugar en la lista es el que se encuentra en mayor proporción en el alimento.

“Al revisar la lista de ingredient­es se puede conocer el contenido mayoritari­o de éstos por el sitio que ocupan en la lista y así saber si el alimento tiene más azúcar que jugo, en el caso de las bebidas tipo naranjada y similares; más almidón que carne, en el caso de las carnes frías; o más azúcar que harina, en el caso de los cereales y galletas”, indica la química en alimentos universita­ria.

Productos light

De acuerdo con la académica del PUAL, los productos light no lo son tanto.

“Light es un término muy vago. No hay una legislació­n ex profeso para la denominaci­ón productos light. La norma NOM-086-SSA1-1996 de la Secretaría de Salud establece que un producto puede denominars­e ‘reducido en’, ‘bajo en’ o ‘libre de’ azúcar, gluten, sodio, grasa, colesterol, calorías o grasa saturada, pero en la legislació­n no existe el término light.”

Si se realiza una revisión comparativ­a de las etiquetas de productos convencion­ales y de los llamados light, se ve que éstos tienen más hidratos de carbono que aquéllos.

“Cuando se escucha el término light, se piensa en productos sin azúcar, pero en realidad los productos light, por lo general, son bajos en grasas”, informa De la Barrera Avilés.

Azúcar

Los alimentos contienen, en forma natural, azúcar; sin embargo, a los productos industrial­izados se les adiciona lo que se denomina azúcares añadidos como parte de su proceso de producción; su cantidad se puede consultar comúnmente en la etiqueta.

Con respecto al consumo de estos azúcares, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) recomienda que sea, como máximo, el equivalent­e a 10 cucharadit­as cafeteras al día (50 gramos, aproximada­mente).

¿Cómo se puede saber cuántas cucharadit­as de azúcar contiene un alimento procesado? Primero se considera la cantidad de gramos de azúcar que viene en la etiqueta y luego se divide entre cinco, porque una cucharadit­a equivale a 5 gramos.

Por ejemplo, en el envase de una bebida tipo naranjada de 600 mililitros se insinúa que no tiene nada más que jugo. Pero en la lista de ingredient­es de la etiqueta se registra sólo 1% de jugo de naranja; lo demás representa los concentrad­os, los fosfatos de sodio y potasio, los carbohidra­tos (23 gramos) y los azúcares (23 gramos), entre otros.

“23 gramos de azúcar son unas cuatro cucharadit­as y media. Si alguien estuviera frente a una azucarera y una cuchara, ¿cuántas cucharadit­as de azúcar podría comer si lo retaran a hacerlo? Quizás una o dos. Pero en la mayoría de las bebidas carbonatad­as uno ingiere mucho más (unas 14 cucharadit­as) de lo recomendad­o por la OMS (10)”, dice De la Barrera Avilés.

Además de la lista de ingredient­es y la tabla nutrimenta­l, en la etiqueta de los productos aparece el contenido, el cual se declara por porción (200 mililitros, por ejemplo) y no por envase (1 litro, por ejemplo). De modo que si, por porción, una bebida tipo naranjada tiene 23 gramos de azúcar, y uno se toma todo el litro, 23 deberá multiplica­rse por cinco para obtener el valor real de lo consumido: 115 gramos de azúcar.

Sales y grasas

Para la ingesta de sal también hay un límite: menos de 5 gramos de cloruro de sodio al día, según la OMS. Pero es más difícil medir su consumo diario porque no sólo se debe considerar lo que se agrega del salero a la comida (cloruro de sodio), sino también algunos aditivos que son sales de sodio: benzoato, sorbato, nitrato...

Las grasas son un producto densamente energético: cada gramo aporta 9 kilocalorí­as, más del doble que los carbohidra­tos y las proteínas (4 kilocalorí­as cada grupo).

Por eso hay que comer pocas grasas, sobre todo si se padecen factores de riesgo. Ahora bien, hay de grasas a grasas. Lo más recomendab­le es consumir grasas de origen vegetal, moderar el consumo de las grasas saturadas y evitar las grasas trans, que son producidas industrial­mente.

“Las grasas trans son incluso mucho más peligrosas para la salud que las grasas saturadas. De ahí que un valor agregado sea que un alimento no las contenga y lo anuncie en su empaque”, comenta De la Barrera Avilés.

Para tener una buena salud se recomienda un consumo reducido de grasas y la preferenci­a por métodos de cocción de alimentos que requieran la menor cantidad posible de ellas, como el horneado, el asado o la preparació­n a la plancha, al comal o al vapor.

“En resumen, es necesario ejercer un consumo informado y responsabl­e de los productos procesados, así como preparar los alimentos con ingredient­es frescos y naturales”, finaliza.

“23 gramos de azúcar son unas cuatro cucharadit­as y media. Si alguien estuviera frente a una azucarera y una cuchara, ¿cuántas cucharadit­as de azúcar podría comer si lo retaran a hacerlo? Quizás una o dos. Pero en la mayoría de las bebidas carbonatad­as uno ingiere mucho más (unas 14 cucharadit­as) de lo recomendad­o por la OMS (10)” ANA BERENICE DE LA BARRERA AVILÉS Responsabl­e del Subprogram­a de Apoyo a la Docencia en Alimentos del Programa Universita­rio de Alimentos de la UNAM

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