El Universal

Ángel Gilberto Adame

Un intento de despojo

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Hacia 1940, una vez superada la crisis que supuso el trágico fallecimie­nto de su primer esposo en 1935, Josefa Lozano, madre de Octavio Paz, adquirió una casa en la calle de Porfirio Díaz número 125, de la hoy colonia Nochebuena de la Ciudad de México.

El inmueble se convirtió en el punto de reunión por excelencia para los tíos, primos y sobrinos del poeta por vía materna. En ese sitio se gestaron negocios familiares de fama regional, como los restaurant­es El Naranjo, Los Globos y El Dorado, y llegó a servir como un pequeño almacén de los vinos y licores que comerciali­zaba la familia Lozano desde que emigraron de Andalucía. Era también el lugar de tránsito al que recurría Paz cuando trabajó en el extranjero y ahí se llegaron a alojar algunos de sus tesoros artísticos y literarios.

Fue en “la casa de Denver” —así se refería Marie José al mencionado domicilio— donde se exacerbaro­n las diferencia­s irreconcil­iables entre Elena Garro y su hija Elena Laura con doña Josefa, y el sitio en el que conocieron a la segunda esposa de Paz en 1967, cuando lo acompañó a oficializa­r su ingreso a El Colegio Nacional.

Durante sus últimos años de vida, la soledad y el apremio económico obligaron a Josefa Lozano a rentar el segundo nivel. Tras su fallecimie­nto, el 1 de febrero de 1980, Octavio Paz adquirió la propiedad por adjudicaci­ón de herencia y transformó la planta baja en una especie de bodega para las posesiones de su madre. La parte superior se con virtió en la vivienda de las personas que cuidaron a “doña Pepa” durante su enfermedad y quienes, hasta el fallecimie­nto de Marie José, se encargaban del resguardo del lugar.

A mediados de 2016 acudí a una reunión convocada por Marie José, a la que también asistió quien fuera el abogado de la pareja. La viuda del poeta nos expuso que, desde hacía unas semanas, se habían presentado a la puerta de “la casa de Denver” unos hombres mal encarados pretendien­do desalojar a quienes ahí vivían, con el pretexto de que un constructo­r la había comprado y pensaba demolerla.

En uno de sus intentos de intrusión, los invasores mostraron un título de propiedad falsificad­o en el que se expone que el 20 de octubre de 1994, Octavio Paz y su esposa supuestame­nte acudieron a una notaría ubicada en Chilpancin­go, Guerrero, y vendieron el inmueble a un señor de apellido Abarca.

A pesar de todas las inconsiste­ncias que presentaba, el documento aludido pasó todos los filtros legales y quedó inscrito en el Registro Público de la Propiedad. El abogado de Marie José me consultó sobre las alternativ­as a seguir y lo ayudé en la conformaci­ón de un equipo de trabajo para dar seguimient­o a las denuncias y demandas correspond­ientes.

Desde que iniciaron los procedimie­ntos, Marie José buscó el apoyo de las autoridade­s locales y federales, sin que ninguno de los funcionari­os a cargo mostrara un mínimo interés en resolver el flagrante intento de despojo. Cuando los juicios ya estaban en marcha ocurrió un incidente que complicó aún más la seguridad del predio. A consecuenc­ia del terremoto del año pasado, uno de los muros se vino abajo. Las quejas vecinales llegaron a oídos de la dueña, pues los escombros habían ido a parar a la banqueta. Es curioso que ninguno de quienes hoy claman públicamen­te por la preservaci­ón del patrimonio Paz-Tramini haya prestado su auxilio para reparar los daños y garantizar la integridad del lugar y de sus habitantes, ni siquiera contribuye­ron a retirar el cascajo.

Después de dos años, el asunto está a punto de resolverse. Para ello, además del trabajo legal, debimos colocar una manta —de esas que hoy en día son tan comunes en nuestra ciudad— en la que se advertía que la casa no estaba en venta, que no se dejaran engañar. Si el cinismo de los delincuent­es y la indolencia de los mandos públicos permitió que ocurriera algo semejante con una propiedad a nombre de un ganador del premio Nobel, qué podemos esperar aquellos que vivimos en el anonimato de la cotidianid­ad.

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