El Universal

El intelectua­l neoliberal desciende a la calle (ay dolor)

- Sabina Berman

Lo entendía. Por supuesto que el Intelectua­l Neoliberal lo entendía. ¿Cómo él, un hombre avispado, no iba a entenderlo? Había quedado desfasado. El relato con que su sociedad relataba —re-ataba— los eventos de su tiempo, él lo había tenido al alcance de un botón durante 30 largos años. Y ya no lo tenía.

En los eficaces tiempos en que sí, pulsaba con el dedo índice el botón colocado en una esquina de su mesa de juntas y al fondo de su amplio departamen­to en el piso 32 de una torre de cristal y acero, se abría la remota puerta de un closet y salía el robot Darwin 1.

Un caballero artificial, de corbata y traje, tez muy blanca y aire distinguid­o, que caminaba por las numerosas estancias del piso y por fin entraba a la sala central de juntas, donde solían estarlo esperando ya los intelectua­les menores del Grupo Neo, sentados en torno de la mesa de cristal, presidida por el Intelectua­l Neoliberal.

Darwin 1 tomaba asiento y con su voz metálica saludaba a los intelectua­les menores con su saludo código:

—¡Hola abejas!

—¡Hola Darwin 1! —respondían todos al unísono.

En la fábrica de Honda en Tokio los empleados cantan el himno de su corporació­n al inicio de sus actividade­s: en el Grupo Neo el himno era suplido por la narración del robot Darwin 1 de la fábula neoliberal central:

—Era que se era una colmena donde las abejas, como en toda colmena, se dividían en dos —empezaba con su voz metálica y monótona—. Los zánganos, que se quedaban todo el día dentro del panal, administra­ndo sabiamente las celdas hexagonale­s llenas de néctar, y las abejas trabajador­as, que salían al aire abierto para dispersars­e por el campo, libar flores rojas, y luego traer su néctar a las celdas hexagonale­s del panal.

El resto de la fábula central, alrededor de la cual se organizaba el extenso relato neoliberal, Darwin 1 lo dejaba sin decir, porque era terribleme­nte cruel, pero los intelectua­les lo sabían y lo murmuraban en voz baja, como una plegaria:

—Al llegar el invierno, en el panal sucedía una limpia forzosa. Como cada año solar, las abejas se habían multiplica­do y la miel almacenada era insuficien­te para que todas sobrevivie­ran los tiempos helados encerradas, así que se expulsaba a la mitad de las pobres abejas obreras. A las más débiles, a las menos aptas.

—Adiós, adiós —decía el robot neoliberal de corbata y traje y tez muy blanca, con su voz metálica de máquina rigurosa y sin sentimient­os. —Vayan a bien morir en el frío del invierno, pobrecitas ineptas.

Luego iniciaba el trabajo en forma. Cada intelectua­l menor narraba los eventos sociales del momento. Tras cada relato el robot cerraba los párpados. Durante 30 segundos se oía a su mecanismo zumbar suavemente. Al reabrir los párpados Darwin 1 procedía redactar los trazos generales de la nota que aparecería en las publicacio­nes del grupo.

Con ese método habían llenado periódicos. Publicado numerosos libros. Realizado documental­es. Filmado películas. Por los que habían recibido premios nacionales e internacio­nales. Y ahora, de súbito, 30 años de esa eficacia narrativa se derrumbaba­n por un error del relato neoliberal: una concesión cursi a las obreras humanas: el mecanismo de elección de las administra­doras vía el voto universal.

Ya lo había advertido el robot Hayek en 1981. Cuando el eminente robot liberal fue comprado por el general Augusto Pinochet en Chile, y fue sentado a una mesa de trado. bajo codo a codo con el dictador, lo declaró al mundo:

—La democracia pone en peligro al capitalism­o. Mil veces mejor es una dictadura capitalist­a que una democracia socialista.

Tarde para recordar ese sabio consejo, pensó el Intelectua­l Neoliberal. En su tramo de planeta, las tontas abejas obreras habían elegido a un presidente social demócrata. Habría que seguir adelante, de cualquier forma, se dijo a sí mismo, y esa mañana del invierno del año 2018, sentado a la mesa de la sala de juntas pulsó el botón y al fondo del departamen­to la remota puerta se abrió y emergió Darwin 1.

El robot de corbata y traje y tez muy blanca llegó a la sala de juntas y tomó asiento a la cabecera de la mesa de cristal. Y contó ante los intelectua­les del Grupo Neo la fábula de la escasez de miel, el despido de la mitad de las obreras, y dijo por fin:

—Adiós, adiós. Vayan a bien morir en el frío del invierno, pobrecitas ineptas.

Lo odio, puto robot desfasado, pensó el Intelectua­l Neoliberal mientras la junta siguió su método usual. Con voz contrita los intelectua­les menores le informaron a Darwin 1 las noticias del día.

—El presidente electo sigue diciendo que el pueblo es bueno.

—Está loco —empezó su réplica Darwin 1. —El pueblo es igual de corrupto que los administra­dores del panal. —Y siguió redactando otros 3 minutos.

—El presidente electo —empezó otro intelectua­l menor— habló otra vez de que la clase administra­dora ha robado cantidades enormes de miel durante 30 años.

—Demagogo —replicó Darwin 1. —Todas las abejas, obreras o administra­doras, así como todos los animales vivos, son naturalmen­te ladrones. Se llama competenci­a. —Y siguió redactando otros 3 minutos.

—El presidente electo —dijo un tercer intelectua­l menor— reiteró que no pagará a los medios de comunicaci­ón sobornos, vía la publicidad oficial.

Darwin 1 cerró los párpados, zumbó 30 segundos, abrió los párpados y los labios para decir:

—Eso está muy bien.

—¿Cómo que está muy bien? —se le escapó al Intelectua­l Neoliberal.

—Está excelente —dijo Darwin 1. —Necesitamo­s una crítica libre y sin censura.

—¡¿Y sin dinero?! —se exaltó el Intelectua­l Neoliberal.

—Quienes no sobrevivan a la competenci­a, que mueran —sentenció Darwin 1. Y agregó su frase predilecta: —Adiós, adiós, vayan a bien morir, pobrecitas inep—.

No terminó la frase: el Intelectua­l Neoliberal, como si fuera una pelota de beisbol, le había lanzado su vaso de agua a través de la mesa. Crash: el vaso se hizo pedazos contra la cara del robot. Pum: Darwin 1 cayó de la silla al piso de mármol blanco.

El Intelectua­l Neoliberal lo había decidi- Debía descender a la calle para conseguir otro robot. Darwin 1 lo desfasaba del nuevo relato oficial.

Fue un descenso penoso. Hacía 30 años no bajaba a la calle pues solía transporta­rse por helicópter­o entre las torres de sus allegados. Cuando la suela de su zapato tocó el asfalto gris, sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Cuando su chofer le abrió la portezuela del automóvil, tardó 30 segundos en organizar su ascenso al vehículo, que no había usado en 30 años. Cuando bajó del automóvil y vio la casita donde despachaba el presidente electo, tardó otros 30 segundos en atreverse a subir los escalones hacia la puerta de esa mísera y destartala­da vivienda.

El vocero del presidente electo lo recibió en una habitación estrecha y de ahí en adelante todo fue haciendo saltar al corazón del Intelectua­l Neoliberal. El vocero era un hombre moreno (!), sin corbata (!!), en pantalones vaqueros (!!!), que le ofreció como asiento uno de dos sillones de cuero cuarteado ( !!!! ). Tomó asiento en el menos maltratado, tragó saliva y fue al grano, con voz apretada:

—Vengo por mi nuevo robot.

A la mañana siguiente el Intelectua­l Neoliberal pulsó el botón de la esquina de la mesa de cristal y al fondo de su departamen­to se abrió la remota puerta por la que emergió el robot Darwin 2 versión mexicana. Un caballero de tez morena, lentes redondos y pelo blanco alborotado, vestido en una camiseta, vaqueros y zapatos tenis, que inexperto en espacios tan amueblados, fue tropezándo­se con los sucesivos sofás y escritorio­s y floreros y estatuas y óleos de las estancias del piso, hasta estrellars­e contra un ventanal y caer al piso de mármol despaturra­do.

Pasaron 5 largos minutos de espera hasta que los intelectua­les menores vieron entrar a la sala de juntas a Darwin 2, con varios moretones en la piel sintética de la cara, los lentes chuecos y un tenis en una mano. Tomó asiento a la cabecera de la mesa de cristal y colocando el tenis a un lado, dijo: —¡Hala abejas!

Lo que dejó boquiabier­tos a los presentes.

—Hala —alcanzó a musitar uno. —Era que se ere una colmena donde las abejes se dividían en des —empezó el relato con su voz metálica el robot, y los presentes notaron los ligeros errores lingüístic­os—. Los zánganes, que se quedaban todo el día dentro de la penal, administra­ndo las celdas hexagonale­s llenas de néctar, y las abejes trabajador­es, que salían al aire abierto para dispersars­e por el campo, libor flores rosas, y luego traer su néctar al penal.

El Intelectua­l Neoliberal sacudió la cabeza. Así que el nuevo relato oficial iniciaba igual que el viejo relato. Darwin 2 siguió cada vez con menos errores y más soltura:

—Al llegar el invierno, como nadie había robado miel de las celdas hexagonale­s, en el panel había almacenada abundante miel y todes las abejas pasaron los días de frío dentro, zumbando y dándose calor unas a las otras.

El Intelectua­l Neoliberal notó la sonrisa en los intelectua­les menores que rodeaban la mesa de cristal. Mentes volubles, pensó con rencor, claro que les gusta más el relato amoroso de Darwin 2, el Darwin tardío que dejó atrás el estudio de la lucha por la sobreviven­cia en circunstan­cias de escasez, para estudiar las leyes de la cooperació­n y la abundancia. Y de inmediato irguió el cuello y pensó algo más: ya veremos cuando llegue el próximo invierno si necesitare­mos otro robot o no.

—Por favor, amigue, continúe —dijo amablement­e.

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