El Universal

“¡Ma, llévame contigo, no me dejes aquí!”

El Pirata, apenas un niño de 18 años, entre barrotes y adultos

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“Me llamo Francisco Eduardo de la Vega y Ávila, tengo 74 años y estuve preso en Lecumberri de julio de 1968 a abril de 1971. Te voy a hablar de esta fotografía y de quien en ella aparece: la persona que se encuentra a la izquierda se llama Mauro Rodríguez Sierra, traté de ayudarlo pero no fui lo suficiente­mente capaz. Es algo que me reprocho a mí mismo”. “Mauro era conocido como El Pirata, porque en los interrogat­orios le golpearon mucho un ojo y se puso un pañuelo para tapárselo. Así llegó a Lecumberri. “Tenía 18 años, era un niño apenas; cometió el error, además, de decir que era virgen y eso dio lugar a verdaderos aludes de ironías y bromas que pudieron haberle dañado. Yo orquestaba ese tipo de ironías sobre él y hoy me arrepiento. “Lo conocí el día en que recibió por primera ocasión a su familia, en 1968. Lo visitó su señora madre: una mujer alta, con una presencia muy digna. Mauro no tenía padre, por alguna razón que ignoro. “En esa ocasión, la madre llevó el almuerzo y comieron juntos. Entonces se tocaba una banda de guerra para avisar que la hora de la visita había terminado y los visitantes tenían que salir. “Así lo estaban haciendo cuando El Pirata empezó a gritar con desesperac­ión: ‘¡Mamá, ma, no te vayas! ¡No me dejes aquí!, ¡me quiero ir contigo, mamá!’. “Sus gritos se oyeron en toda la crujía. “Me acerqué. Mauro Rodríguez Sierra estaba agarrado a su mamá y ella volteó a verme sin saber qué hacer. Traté de tomar un aire de seguridad y frescura. “‘Señora, no se apure, aquí nosotros estamos muy organizado­s. No hay problema con el crimen ni con las drogas. Entre nosotros nos… (hace una pausa, se le quiebra la voz) entre nosotros nos cuidamos y nos protegemos’, le dije, y era cierto. Luego volteé a ver a Mauro, El Pirata: —Mijo, espérate, vamos a despedir a tu mamá. No ha pasado nada, recupera tu respiració­n. “Pero él agarraba a su mamá y le pedía: —¡No! ¡Llévame, mamá! “Es una cosa que me conmocionó mucho y me sigue conmociona­ndo. Son de las cosas que no se pueden olvidar nunca. “Nunca lo volví a ver después de que estuvimos en Lecumberri. Creo que él no ha de conservar un buen recuerdo de mí, lo que lamento realmente, porque yo lo quería mucho: por ingenuo, por limpio, por noble y porque era buena persona. “El Pirata era una buena persona, era todavía un niño que necesitaba a su familia, necesitaba a su mamá y papá, pero ahí no había más que lo que había. Entre nosotros, entre todos, tratábamos de protegerlo, aunque no lo hablábamos y no lo convinimos nunca”.

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