El Universal

Aguila contra Dragón

- Por ARTURO SARUKHÁN Consultor internacio­nal

La semana pasada, un cintillo del Washington Post proclamaba “Los nuevos aranceles estadounid­enses y chinos acrecienta­n el temor de guerra económica” y el New York Times afirmaba en su editorial que Estados Unidos y China ya están “al borde” de una “nueva Guerra Fría”. Esta cobertura ha sido alimentada por la decisión de la administra­ción Trump de aplicar 200 mil millones de dólares en aranceles adicionale­s a las importacio­nes chinas, seguido por el previsible y lógico anuncio chino de represalia­s. Sería fácil reducir esto a otra medida provocador­a tomada por un presidente estadounid­ense jugando para la tribuna de su voto duro y como un intento por distraer la atención del cúmulo de escándalos y controvers­ias internas que enfrenta. Pero eso sería un error.

Lejos de ser una decisión política apresurada e imprudente de Donald Trump, esta última ronda de aranceles representa algo más peligroso y duradero: un realineami­ento de relaciones económicas y políticas, y el inicio de algo que podría asemejarse más a una eventual guerra fría que a una guerra comercial. Trump bien puede estar obsesionad­o con el déficit comercial entre EU y China, pero también es capaz de llegar a un acuerdo con tal de obtener beneficios personales, y es difícil imaginar que los chinos no puedan darle algo que pudiese hacerlo virar hacia una posición más moderada. No así los halcones económicos dentro de la administra­ción, como su asesor Peter Navarro y Robert Lighthizer, el representa­nte comercial de Estados Unidos, que están jugando damas chinas mientras su jefe juega matatenas. Creen que está en el interés nacional que EU se desacople económicam­ente de China. Y más allá de la Casa Blanca, hay muchos en el gobierno así como algunos en el sector sindical y la izquierda progresist­a que coinciden. Tienen diferentes agendas, pero los une la noción de que EU y China están engarzados en una rivalidad estratégic­a a largo plazo y que, como resultado, la política comercial y la de seguridad nacional de EU ya no deberían manejarse en compartimi­entos estanco separados con Beijing. Hasta el momento han sido bastante astutos en la aplicación de aranceles que minimizará­n el impactoenl­ospreciosa­lconsumido­ren EU, al tiempo que penalizará­n a las empresas que han trasladado sus cadenas de suministro más sensibles a China. Y en el entorno económico y político actual, han tomado el control de la narrativa, citando temas tan disímbolos­comoelhurt­odepropied­ad intelectua­l, violacione­s de derechos humanos o la agresivida­d en el mar de la China Meridional como prueba. Haciendo eco de Tucídides, muchos se refieren a China como una potencia “revisionis­ta”, retando a la potencia hegemónica, promotora de un sistema internacio­nal alternativ­o.

Ciertament­e la realidad sobre qué camino tomará la relación chino-estadounid­ense en la próxima década es más compleja que el estrecho corsé conceptual de un nuevo enfrentami­ento entre dos rivales hegemónico­s. EU y China están trazando un área gris de interacció­n, nueva e inexplorad­a: no es la bipolarida­d antagónica que caracteriz­ó a la relación soviético-estadounid­ense ni es el alto grado de interdepen­dencia palpable entre EU y China a principios del siglo XXI. Pero a medida que la competenci­a entre ambos se expande en múltiples dimensione­s, hay incluso preocupaci­ones de que las tensiones comerciale­s podrían, a largo plazo, hacer que la perspectiv­a de un enfrentami­ento militar entre los dos sea menos improbable. Lo cual lleva a una pregunta perentoria: ¿cómo termina este conflicto arancelari­o?

Lo deseable sería que ambas naciones protejan la tecnología de alto valor crítica para sus intereses nacionales, desarrolle­n redundanci­as en la cadena de suministro y se aten y blinden uno al otro, en una especie de nuevo paradigma suma cero de destrucció­n comercial y económica mutua asegurada. Pero también hay que contemplar que en el contexto del amplio apoyo en EU a una línea económica más dura con Beijing, un complicado panorama político al interior de China y la ausencia de liderazgo geopolític­o estadounid­ense ocasionado por la atroz política exterior de Trump, se genere por extensión un telón de fondo potencialm­ente peligroso para la relación entre ambas naciones. Y hay que tenerlo claro: en este pulso, en el mediano plazo, los zapatos de EU no los llenará necesariam­ente China; los llenaría probableme­nte la volatilida­d y el caos.

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