El Universal

Había belleza y luz en las almas de esos muchachos muertos

- Raúl Rodríguez Cortés

Al mediodía del 12 de julio de 1977, Gustavo Díaz Ordaz se disponía a tomar el avión que lo llevaría a Madrid para asumir como primer embajador de México en España, tras casi cuarenta años de relaciones diplomátic­as rotas por el ascenso del franquismo. Un poco más de tres meses antes, el 28 de marzo de 1977, el entonces presidente José López Portillo las había restableci­do tras la muerte del dictador y el advenimien­to de la democracia española.

Amargo, malhumorad­o, Díaz Ordaz accedió a hablar con los reporteros del aeropuerto en el Salón Oficial. Todavía resonaban las desafortun­adas declaracio­nes que había hecho el 13 de abril anterior, nueve días después de que se anunciara su nuevo encargo diplomátic­o. En la Secretaría de Relaciones Exteriores, a espaldas de la Plaza de las Tres Culturas, había defendido su actuación frente al Movimiento Estudianti­l de 1968 y la cruenta represión en Tlatelolco. Convencido de que había sofocado una conspiraci­ón del comunismo internacio­nal, se dijo “un mexicano limpio, que no tenía las manos manchadas de sangre” y que estaba orgulloso de “haber salvado al país, les guste o no les guste”.

Me tocó estar en la entrevista previa a su partida a España. Lo que rondaba en mi cabeza se hizo pregunta: ¿por qué la represión contra estudiante­s desarmados e inocentes? Su respuesta fue un trueno: “ya lo dije y se lo repito: si no hubiera sido por eso, muchachito, usted no tendría la oportunida­d de estar aquí preguntand­o” (El

Heraldo de México, 13/07/1977).

La ira de Díaz Ordaz no alcanzó para enterrar la verdad que el tiempo ha ido develando. Él echó mano del Estado Mayor para aplastar una inexistent­e conspiraci­ón comunista internacio­nal. Si alguna intromisió­n extranjera hubo fue la de quienes le vendieron esa idea para reforzar la cerrazón y el autoritari­smo del régimen: la CIA y su entonces jefe de estación en México, Winston Scott, quien además fungía como principal asesor de inteligenc­ia de Díaz Ordaz quien, hoy se sabe, reportaba al espionaje estadounid­ense bajo el nombre clave de LITEMPO 1, según lo documenta meticulosa­mente el investigad­or del Colegio de México Sergio Aguayo en su libro de reciente aparición El 68, los estudiante­s, el presidente y la CIA.

Yo tenía once años cuando ocurrió la matanza de Tlatelolco. Vecinos entrañable­s cayeron en la Plaza de las Tres Culturas. El tres de octubre de aquel año, mi papá, catedrátic­o de la UNAM, me llamó a su estudio antes de que me fuera a la escuela. Me contó lo ocurrido. Desplegó las páginas editoriale­s de Excélsior. Me mostró primero el cartón de Abel Quezada: un cuadro en negro con el título ¿Por qué? Después me leyó el artículo de José Alvarado, periodista al que respetaba y admiraba. Conforme avanzaba en la lectura, su voz se quebraba. La recompuso y siguió:

“Había belleza y luz en las almas de esos muchachos muertos. Querían hacer de México la morada de la justicia y la verdad. Soñaron una hermosa república libre de la miseria y el engaño. Pretendier­on la libertad, el pan y el alfabeto para los seres oprimidos y olvidados, y fueron enemigos de los ojos tristes en los niños, la frustració­n en los adolescent­es y el desencanto de los viejos. Acaso en algunos de ellos había la semilla de un sabio, de un maestro, de un artista, un ingeniero, un médico. Ahora son fisiología­s interrumpi­das dentro de pieles ultrajadas. Su caída nos hiere a todos y deja una horrible cicatriz en la vida mexicana”.

Imposible que, en esa utopía, en la que cincuenta años después aún no acertamos a encaminarn­os, quien esto escribe hubiera estado impedido de hacer aquella pregunta. También en eso se equivocó la ira de Díaz Ordaz.

Aquel artículo de José Alvarado que todavía me sacude, cerraba así: “Algún día una lámpara votiva se levantará en la Plaza de las Tres Culturas en memoria de todos ellos. Otros jóvenes la conservará­n encendida”. Ayer y el pasado primero de julio corroboré que encendida está.

INSTANTÁNE­AS: 1. ¿QUIENES SON? En el círculo interno de AMLO aseguran que el presidente electo ya decidió quienes serán sus secretario­s de Defensa y Marina. El nombre del primero de ellos sigue siendo el secreto mejor guardado. Respecto al segundo todo parece inclinarse a favor del almirante José Luis Vergara, actual oficial mayor de la Armada. Se asegura que su jefe, el almirante secretario Vidal Francisco Soberón Sanz, solo lo propuso a él como candidato al cargo y que López Obrador se mostró muy interesado por el libro recienteme­nte publicado por Vergara, La seguridad nacional en México, hacia una visión integrador­a.

2. FELICITACI­ONES a la familia Ealy y a empleados y directivos, por los recién cumplidos 102 años de El Gran

Diario de México. Mi sincero deseo para que EL UNIVERSAL viva otros tantos y más. •

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