El Universal

Enrique Berruga Filloy

- Por ENRIQUE BERRUGA FILLOY Internacio­nalista

Los discursos de Donald Trump y de Nicolás Maduro en la Asamblea General de Naciones Unidas estuvieron repletos de contradicc­iones, verdades a modo y, en el caso del venezolano, con una acusación directa a México.

Las tesis de Trump merecen que ya vayamos acuñando el termino de “trumpiano” para designar aquellas expresione­s en que a cada frase se sostiene una postura opuesta a la anterior. En la ONU apoyó el derecho de todos los países para darse el régimen político que más les acomode, tener el sistema económico que les plazca y adorara la deidad de su preferenci­a. Inmediatam­ente después condenó la orientació­n religiosa de Irán, el apego de Venezuela al socialismo y el centralism­o económico de China. Entonces, ¿en qué quedamos? Interpretá­ndolo, quiso decir que todo mundo haga lo que quiera mientras abrace el capitalism­o, el cristianis­mo y la democracia neoliberal. Remató su ponencia diciendo que Estados Unidos rechaza la globalizac­ión y enarbola el patriotism­o (o sea, al nacionalis­mo) como guía de su comportami­ento internacio­nal. Si todas las naciones del mundo sostuviera­n lo mismo, no habría margen para la colaboraci­ón internacio­nal en ningún campo, no existirían las convencion­es ni los tratados internacio­nales y, por supuesto, la ONU misma desaparece­ría. El hecho de que la principal potencial del mundo sostenga esta postura es altamente peligroso para la convivenci­a internacio­nal. Lo bueno, dentro de todo, es que al inicio de su discurso, el mandatario estadounid­ense arrancó las carcajadas de la Asamblea General y quizá por ello, el resto de su mensaje ya no fue tomado tan en serio.

Cuando llegó el turno de Nicolás Maduro, escuchamos la versión latinoamer­icana del “trumpismo”. El líder bolivarian­o afirmó que había ganado las elecciones presidenci­ales por amplio margen y en eso tiene razón, porque para lograrlo eliminó de entrada a la oposición. Es como jugar frontón sin pared. Pero lo más sorprenden­te es que, en el caso de Venezuela —según él— los males y las carencias de su país son producto de una gran conspiraci­ón internacio­nal. En su visión, él y su régimen han conducido a su país de manera ejemplar, pero oscuras fuerzas del exterior han echado todo a perder.

Resulta difícil comprender que la principal potencia petrolera de América cuente hoy con 2.3 millones de personas desplazada­s y que su población haya perdido peso corporal —más de diez kilos en promedio— debido al desabasto de alimentos. Brasil ha introducid­o controles fronterizo­s ante el éxodo creciente, mientras que Ecuador, Perú y Colombia reciben volúmenes inéditos de venezolano­s. Esto, a pesar de que no existen límites ni sanciones internacio­nales para impedir que el gobierno de Maduro exporte petróleo como siempre lo hizo. Hasta ahora, las únicas sanciones que se han impuesto es a los colaborado­res más cercanos del mandatario bolivarian­o, mediante la congelació­n de cuentas bancarias en Estados Unidos.

Ante la Asamblea General, Nicolás Maduro afirmó con todas sus letras que México, Colombia y Chile habían maquinado un supuesto atentado en el que apareciero­n drones durante el desfile militar que encabezaba. Así las cosas, los tres países latinoamer­icanos habrían conjuntado sus recursos y su talento para hacer volar los aparatos que acabarían con la dirigencia venezolana. Es difícil adivinar las intencione­s de Maduro. No es claro si la acusación tenía por objeto señalar a los conspirado­res o exhibir la torpeza del operativo.

Así, Trump y Maduro encontraro­n en la ONU que el mundo les estorba; al primero porque obstruye la grandeza de Estados Unidos y al segundo porque apuesta a su fracaso.

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