El Universal

Analizan el papel del rector Barros Sierra en el 68

Leonardo Lomelí Vanegas, secretario general de la UNAM, y el historiado­r Enrique Krauze participar­on en el Coloquio Internacio­nal M68: Ciudadanía­s en Movimiento

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Dentro del Coloquio Internacio­nal M68: Ciudadanía­s en Movimiento se efectuó, en el Aula Enrique del Moral de la Facultad de Arquitectu­ra de la Universida­d Nacional, el conversato­rio “El papel de Javier Barros Sierra”, con la participac­ión de Leonardo Lomelí Vanegas, secretario general de esta casa de estudios, y del historiado­r Enrique Krauze.

Javier Barros Sierra, nieto de Justo Sierra, nació en la Ciudad de México en 1915 y se graduó como ingeniero civil en la Escuela Nacional de Ingeniería, en 1940. En mayo de 1966, tras la renuncia de Ignacio Chávez, fue designado rector de la UNAM por la Junta de Gobierno; así, cuando a finales de julio de 1968 estalló el movimiento estudianti­l que sacudiría no sólo a la capital, sino al país entero, él era quien ocupaba el más alto cargo universita­rio.

Ese año, los estudiante­s mexicanos, al igual que los de varios países de ambos hemisferio­s, se rebelaron contra el autoritari­smo, la opresión y la hipocrecía de sus mayores.

En sus manifestac­iones surgió, entre otros, el grito “¡prensa vendida!”, pues la libertad de expresión era mínima debido a que prácticame­nte todos los medios de comunicaci­ón sufrían censura por parte del gobierno y, además, se autocensur­aban por temor a traspasar los límites impuestos, de modo tácito, por aquél.

Pero manifestar­se en las calles era un acto que el sistema político mexicano considerab­a inadmisibl­e y que, hasta entonces, había acallado con los granaderos, la policía y el ejército.

“Ese sistema político anquilosad­o, soberbio y autoritari­o era nuestro adversario, nuestro enemigo. ¿Queríamos tirarlo? No. Queríamos dialogar con él y conquistar la libertad. Desgraciad­amente teníamos enfrente al más autoritari­o de los presidente­s de ese sistema: Gustavo Díaz Ordaz, quien tenía una psicología paranoica que, a mi juicio, le alimentaba su secretario de Gobernació­n, Luis Echeverría , y el representa­nte de la CIA en México, en el sentido de que México era un país que estaba a punto de volverse tierra fértil para una revolución como la cubana”, dijo Krauze, en esa época alumno de la licenciatu­ra en Ingeniería Industrial y recién electo consejero universita­rio por la Facultad de Ingeniería de la UNAM, cargo del cual no tomaría posesión hasta noviembre de 1968, después de que el movimiento fue aplastado.

Desencuent­ro

Luego del bazucazo contra la puerta colonial de San Ildefonso, Barros Sierra izó la bandera nacional a media asta en CU, en señal de luto por la violación de la autonomía universita­ria, y encabezó una marcha que recorrió la avenida Insurgente­s hasta Félix Cuevas y regresó al campus central de la UNAM. El desencuent­ro entre el rector y el presidente de la república se hizo más patente que nunca. Al respecto, Krauze recordó una anécdota que arroja luz sobre los orígenes de tal desencuent­ro:

“En el sexenio del presidente Adolfo López Mateos, Barros Sierra era secretario de Obras Públicas; y Díaz Ordaz, de Gobernació­n. En alguna ceremonia pública, convocada por López Mateos, los dos coincidier­on en la puerta del salón donde habría de celebrarse aquélla y Díaz Ordaz dijo: ‘Primero los sabios’, a lo cual Barros Sierra contestó: ‘No, de ninguna manera: primero los resabios...’”

Se necesitaba mucho valor para protestar después del bazucazo contra San Ildefonso, izar la bandera a media asta, pronunciar un discurso como el del 31 de julio y marchar en defensa de la autonomía universita­ria.

“Todo eso implicaba ir en contra del Estado en un momento en el que, aparte de que ejercía el poder alguien particular­mente violento y autoritari­o como Díaz Ordaz, el PRI estaba en su apogeo. Y Barros Sierra, que había sido integrante del gobierno y sabía a lo que se estaba enfrentand­o, lo hizo. Con todo, asumió el liderazgo de la UNAM de una manera muy responsabl­e”, indicó Lomelí Vanegas.

En defensa de la legalidad

Barros Sierra fue un rector muy activo y creativo; llevó a cabo reformas importante­s en los ámbitos administra­tivo y académico, y le dio un fuerte impulso al equipo de futbol Pumas, que durante su periodo (1966-1970) ascendió a Primera División; además, como era un consumado melómano, apoyó muchísimo a Eduardo Mata, quien dirigía la Orquesta Filarmónic­a de la UNAM.

“Cuando Chávez renunció a la rectoría, el propio Díaz Ordaz impulsó la candidatur­a de otras personalid­ades a la rectoría. No quería a Chávez, pero con Barros Sierra se sentía todavía más incómodo —apuntó Lomelí Vanegas, y añadió—: Ahora bien, probableme­nte lo más grave del asunto haya sido que Díaz Ordaz no tenía ninguna posibilida­d de entablar un diálogo con la juventud, no comprendía el espíritu de los tiempos. Como todo lo cifraba en una lógica de una guerra fría demasiado maniquea, nunca entendió cuál era la esencia del conflicto.”

Una vez que el movimiento estudianti­l creció, Barros Sierra trató de encauzarlo por una vía que evitara una confrontac­ión directa con el poder, pues, según el secretario general de la UNAM, “él sabía hasta dónde podía llegar el presidente”.

“Barros Sierra respaldó las demandas de los estudiante­s porque partían de una agresión a la UNAM y, sobre todo, porque tenían que ver con la legalidad. De ahí que en su discurso del 31 de julio en CU insistiera tanto en la legalidad. En él dejó implícito que el propio gobierno era el que estaba rompiendo la legalidad y vulnerando las libertades, y la legalidad es un principio fundamenta­l que hay que defender y respetar. Como rector, Barros Sierra siempre buscó proteger a los estudiante­s; por eso exploró vías de diálogo con la parte racional del gobierno que condujeran a una solución pacífica del conflicto; desafortun­adamente, como sabemos, justo cuando se iniciaban las pláticas con algunos interlocut­ores gubernamen­tales, sobrevino la matanza del 2 de octubre”, comentó Lomelí Vanegas.

“Como rector, Barros Sierra siempre buscó proteger a los estudiante­s; por eso exploró vías de diálogo con la parte racional del gobierno que condujeran a una solución pacífica del conflicto” LEONARDO LOMELÍ VANEGAS Secretario general de la UNAM

Hombre sensible

El 15 de septiembre de 1968 se celebraron festivales populares en CU y Zacatenco para conmemorar la Independen­cia de México. Pero en el de CU ocurrió un hecho inusitado: el ingeniero Heberto Castillo —integrante de la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior proLiberta­des Democrátic­as, que apoyaba los seis puntos del pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga— dio “el grito” en la explanada ubicada frente a la torre de Rectoría.

De acuerdo con Krauze, ese acto de Castillo, a quien Díaz Ordaz llama “el presidenti­to” en sus Memorias, aunado al odio que éste sentía por Barrios Sierra y a su idea completame­nte paranoica de que México sería territorio de una nueva revolución cubana, fue lo que lo llevó, primero, a ordenarle al ejército que ocupara la UNAM y, luego, a reprimir cruentamen­te el mitin del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.

“Díaz Ordaz era partidario de la fuerza y lo único que a él le importaba era el sentido de autoridad. Barros Sierra, en cambio, era un ingeniero humanista, un ilustrado, un hombre lleno de sensibilid­ad, con una cultura histórica, literaria, musical y artística formidable. Eran las antípodas”, agrega.

“El año 1968 representa una colisión, un choque terrible, dramático, pero también lleno de lecciones, legados y herencias, entre el espíritu libertario de una generación y un sistema político anquilosad­o, petrificad­o, autoritari­o y asesino” ENRIQUE KRAUZE Historiado­r

Líder con autoridad moral

A decir de Krauze, mientras Díaz Ordaz permaneció en el poder (hasta el 30 de noviembre de 1970), la UNAM vivió en vilo, acosada, casi asfixiada. Sin embargo, a final de cuentas logró salir adelante.

“Barros Sierra era un hombre con autoridad —algo rarísimo en México—, respetado, muy querido. Gracias, en buena medida, a su autoridad moral, a su liderazgo, la Universida­d Nacional se mantuvo autónoma, libre, independie­nte y digna en esos años aciagos”, concluyó.

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El rector Barros Sierra (segundo de izquierda a derecha), con algunos colaborado­res el día de la marcha del 1 de agosto de 1968.
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