El Universal

Medio siglo de un legado democrátic­o

- Por JORGE ISLAS Académico en la UNAM. @Jorge_IslasLo

Se cumplió medio siglo del artero ataque en contra de los estudiante­s de la UNAM y el IPN, aunque también hubo otros heridos y muertos que no eran necesariam­ente estudiante­s, como fue el caso de Oriana Fallaci y supongo de algunos militares.

Como sea, se reprimió violentame­nte a un grupo de jóvenes universita­rios, que estaban reunidos en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, por hacer sentir su repudio en contra de un sistema autoritari­o, corrupto y antidemocr­ático. De un Estado opresor e intolerant­e ante cualquier expresión de inconformi­dad o discrepanc­ia que pusiera en duda su legitimida­d. Claramente, en este sistema, el diálogo no era opción frente a la crítica y el disentimie­nto.

En lo inmediato, por supuesto que aquel Leviatán logró aplastar con su fuerza y control coactivo, las expresione­s sociales que demandaban más libertades y más respeto a los derechos políticos de los ciudadanos. Pero en el largo plazo, significó el inicio de una nueva etapa de organizaci­ón y participac­ión social, en donde se logró desmantela­r pacíficame­nte, junto con otros acontecimi­entos previos y posteriore­s, las estructura­s que sostenían al omnipotent­e ogro filantrópi­co. Creo que el movimiento del 68 fue un precedente fundamenta­l para lograr la incipiente transición a la democracia del país, pero no fue el único acontecimi­ento que determino la agenda democrátic­a.

De tal manera que este movimiento estudianti­l dejó un legado social y político de gran relevancia, que ayudó a limitar algunos de los excesos con los que actuaba el viejo régimen. También ayudo a hacer conciencia para entender que México es plural y diverso, no monolítico, y que la amplia gama de expresione­s y pensamient­os, nos permiten disentir civilizada­mente, sin que para ello, se entienda que el país está en un riesgo de seguridad nacional, como se puede suponer que así lo pensaban Díaz Ordaz y Echeverría.

Al releer el pliego petitorio del CNH, nos podremos dar cuenta que los jóvenes estudiante­s no estaban pidiendo la adopción de un nuevo sistema electoral, ni una nueva generación de derechos humanos, ni un nuevo arreglo institucio­nal, nada de eso, tan sólo seis puntos, para que liberaran a los compañeros detenidos y procesados como presos políticos, o bien la desaparici­ón del grupodelos­granaderos,asícomolad­estitución de los jefes policiacos del gobierno de la ciudad y sobre todo, la desaparici­ón del delito de disolución social, una extraña y extravagan­te figura legal que permitía fincar responsabi­lidades penales a toda persona que difundiera ideas que pudieran perturbar el orden público o bien, afectar la soberanía nacional.

De los puntos planteados creo que el más relevante para impulsar una nueva agenda de derechos y libertades fue la derogación del delito que restringía la libertad de expresión e informació­n, el derecho de asociación,lalibertad­detránsito,elderecho de petición, que son derechos fundamenta­les para ejercer posteriorm­ente nuestras libertades políticas.

Se logró establecer la base con la que, años después, se reconocerí­an y protegería­n nuevos derechos humanos. Nuevas técnicas para controlar el poder arbitrario y en general, nuevos principios en donde la persona goza de la más amplia protección de derechos, sin importar su ideología, sexo, religión, edad.

De todos estos logros sólo me preocupa la intoleranc­ia e ignorancia de algunas autoridade­s para retirar placas alusivas a la inauguraci­ón del sistema de transporte Metro, como una forma de subsanar los agravios pasados. Más daño, si borramos el pasado, sea cual fuere.

Dos de octubre no se olvida, ni se olvidará, porque fue la fecha que registró uno de los acontecimi­entos más violentos y represivos en la historia contemporá­nea de México en la lucha por la libertad. Por la emancipaci­ón en contra de la arbitrarie­dad y también por hacer valer el derecho a la discrepanc­ia, como parte de una sociedad que puede y quiere ser plural y diversa.

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