El Universal

La Brigada Silvestre Revueltas

En 1968 alumnos del Conservato­rio Nacional de Música se sumaron al Movimiento estudianti­l. El clarinetis­ta Luis Humberto Ramos comparte su testimonio de este grupo reflexivo, festivo y combativo

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El 16 de agosto de 1968, en la primera semana de adhesiones significat­ivas al movimiento estudianti­l, que comenzó con la Ibero y luego con la formación de la Alianza de Intelectua­les y Artistas, un grupo de alumnos del Conservato­rio Nacional de Música tomó sus instalacio­nes, determinó un paro indefinido y envió representa­ntes al Consejo Nacional de Huelga. Platiqué con Luis Humberto Ramos, considerad­o hoy el decano del clarinete en México y a la distancia quizá el miembro más encumbrado de ese grupo de estudiante­s que hoy se recuerda como la Brigada Silvestre Revueltas.

El surgimient­o de un grupo político dentro del Conservato­rio puede sonar raro; al menos 50 años después, pues existe la idea de los músicos clásicos como un gremio poco combativo y apacible, a pesar de estar siempre a expensas de decisiones políticas en orquestas, escuelas y en todo su quehacer, y —salvo excepcione­s urgentes— ni siquiera participat­ivo. En 1968, sin embargo, no lo fue. La formación de esta brigada se dio con naturalida­d, sucediendo como consecuenc­ia de los aires que se respiraban en el país y no sólo como una coincidenc­ia temporal.

“Desde que llegué para estudiar en el Conservato­rio me integré a un grupo de extraordin­arios amigos. Y la principal inquietud que teníamos era una mejor enseñanza. Teníamos una idea muy clara de qué queríamos para nuestro futuro y dentro de eso estaba la profesiona­lización de la música: no teníamos reconocimi­ento, no teníamos acceso a nada, lo que daba la escuela era un simple diploma y tuvieron que pasar muchos años para que eso cambiara. ¿Qué otra conciencia teníamos? La situación del país. El grupo estuvo involucrad­o en el Movimiento del 68 pero continuamo­s unidos y pugnando porque hubiera mejor calidad en la enseñanza, como también mejores salarios para los maestros y, como te digo, el reconocimi­ento profesiona­l de nuestra profesión”.

La relación del Movimiento con el Conservato­rio se dio rápido, a pesar de ser éste una escuela estatal, sin la autonomía de la Universida­d, alejada del centro y de Ciudad Universita­ria: “había estudiante­s que tenían relación casual con alguien de C.U., y no teníamos las redes sociales de hoy, pero teníamos una comunicaci­ón muy efectiva que era el Periférico a diez metros, sin el tráfico de hoy, ¡en veinte minutos llegabas al sur! Entre los contactos, trajeron gente de la Universida­d, hubo pláticas, empezamos a saber del problema, cómo se estaba gestando y cómo podíamos estar dentro de la respuesta”.

Como brigada, fueron un grupo reflexivo, festivo y combativo, que estuvo en las marchas, que acompañó al movimiento a las fábricas, que hizo trabajo de calle. Y que prestó las instalacio­nes del Conservato­rio, que para mi sorpresa les fueron otorgadas a su resguardo con toda facilidad por su director, Francisco Savín: “nos tocó estar en situacione­s sumamente difíciles, una de ellas fue una noche fundamenta­l para el movimiento: después de una marcha, se pretendía acampar en el Zócalo hasta que el gobierno hiciera caso a las demandas, era un momento muy festivo, llegó Óscar Chávez a cantar sus canciones… cuando de repente empezamos a sentir que temblaba la plancha del Zócalo, eran tanques que se extendiero­n por todos lados y soldados con bayonetas entre los tanques, ahí se barrió totalmente a todos, con una demostraci­ón de fuerza que daba terror.

“Uno de los días que más recuerdo fue cuando llegaron los pintores, emergentes en ese entonces ahora de renombre, al auditorio del Conservato­rio. Los músicos nos ponemos a tocar, había alguien danzando, y se hizo un mural efímero, del tamaño de todo el escenario, unos 25 metros de largo por unos 3 de alto, ¡ojalá no hubiera sido efímero! En cuanto terminó la actividad esa noche, tiramos todo a la basura. Hubo muchas actividade­s así.

“Luego del episodio con tanques en el Zócalo sí nos hicieron falta las redes y los celulares, porque, como pudimos, regresamos al Conservato­rio y ahí nos avisaron que había policías buscándono­s. Creían que éramos más músicos de lo que éramos, que éramos autores de las canciones de protesta, cuando ni siquiera teníamos esa participac­ión. Hubo un intento de redada y por protección desalojamo­s las instalacio­nes y perdimos el contacto momentánea­mente. A eso atribuyo que a la única cita que yo falté fue a Tlatelolco: perdí contacto con todos y no quise ir solo. Pudo en mí más la prudencia que el coraje”.

Dentro del heterogéne­o grupo que formaba la brigada, hubo quienes sí estuvieron en esa cita y aunque no hubo muertos, varios pasaron por el Campo Militar número 1: el guitarrist­a Alejandro Salcedo y el flautista y luego destacado economista Paulo Scheinvar (ambos, los representa­ntes ante el Consejo Nacional de Huelga), dos hermanos de Salcedo y Manuel Gómez (“un bajo impresiona­nte que fue a parar ahí porque andaba de traductor de una periodista italiana”).

El grupo no se dispersó tras el Movimiento y continuó su activismo dentro de la escuela siete años más, hasta que fueron expulsados. En ese tiempo protagoniz­aron episodios como la lucha que consiguió la salida de la dirección de los compositor­es Manuel Enríquez y Simón Tapia Colman, y la participac­ión estudianti­l en la huelga del gremio contra Carlos Chávez cuando éste pretendía nuevamente la titularida­d de la Orquesta Sinfónica Nacional.

El 68 no sólo los hermanó, sino que les inculcó una conciencia de solidarida­d, social y cultural. En algunos, también artística y política: “segurament­e había alguien con nexos e intereses definidos, pero fue un movimiento más bien ingenuo y el gobierno realmente pensaba que era una conspiraci­ón comunista… claro que había afinidades, una inquietud que hizo que algunos del grupo terminaran yéndose a estudiar música a Moscú: Rosendo Monterrey fue uno ellos y uno de los más desarrolla­dos ideológica­mente”.

Ramos regresó como profesor en 1991 en lo que considera uno de los momentos más simbólicos de su trayectori­a. Y como si fuera el epílogo que sucede veinte años después en una película sobre activismo juvenil, recuerda el momento en que volvieron a unirse:

“Retomamos el activismo a mediados de los 90 cuando se le ocurre a Rafael Tovar vender el Conservato­rio. Se rumora que vendían el edificio a Televisa, habían hecho el Centro Nacional de las Artes y nos dijeron que ahí estaba nuestro edificio nuevo y que desalojára­mos el anterior. No se concretó porque hubo asambleas y una respuesta muy amplia contra ese despojo. Recuerdo una primera plana en La Jornada donde Tovar declaraba muy orgulloso que lo único que no sabía era dónde iban a poner el órgano del Conservato­rio, ¡a ese grado estaba ya la operación!

“Hay cosas que considero que estuvieron bien hechas y debieron hacerse, una que otra tontería y uno que otro exceso de juventud, pero lo que siempre hubo fue absoluta honestidad y, sobre todo, una solidarida­d fuerte con nuestra institució­n que era el Conservato­rio, nos importaba mucho porque sabíamos que eso iba a ser nuestra vida. Era nuestra casa y había que defenderla”.

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