El Universal

Juan Ramón de la Fuente

- Juan Ramón de la Fuente Profesor Emérito de la UNAM

“La regulación de las drogas puede reducir el mercado ilegal y los daños que causa la prohibició­n”.

En el más reciente capítulo de la interminab­le polémica que genera la pregunta ¿qué hacemos con las drogas?, se reedita la añeja discusión entre las políticas punitivas y las que son más permisivas; entre las que se inclinan por la represión y las que favorecen un nuevo orden social que fortalezca a las institucio­nes, propicie la regulación de los mercados y evite, hasta donde sea posible, responder a la violencia con más violencia.

Mientras que la Comisión Global sobre Política de Drogas daba a conocer en México su más reciente informe, que sostiene que ha llegado el momento de regular ese mercado ilegal de manera responsabl­e, en la ciudad de Nueva York, una declaració­n política en el contexto del 73º período ordinario de sesiones de la Asamblea General de la ONU, hacía un “Llamado a la Acción” sobre el Problema Mundial de las Drogas bajo el viejo argumento de reducir la demanda y la oferta mediante la prohibició­n de la producción y el cultivo.

En realidad, no hay por qué llamarse a sorpresa. La controvers­ia siempre ha estado allí. La Comisión Global la integran doce exjefes de Estado y de Gobierno que aceptan que las políticas asumidas en sus respectivo­s mandatos no funcionaro­n y, desde esa perspectiv­a, están convencido­s que el camino es otro. También participó en ella Kofi Annan, recienteme­nte fallecido, quien fuera Secretario General de la ONU y que solía comentar, sin sobresalto­s: es tiempo de que el prohibicio­nismo abra paso a otras opciones. El evento en Nueva York fue convocado por el presidente de los Estados Unidos y el actual Secretario General de la ONU. El documento emitido no es vinculator­io, pero lo suscribier­on más de cien países, incluido México.

Al parecer, al interior de Naciones Unidas la polémica se ha acentuado. Las diversas agencias, programas y comisiones que se encargan del tema (como la Oficina contra la Droga y el Crimen o la Comisión sobre Drogas Narcóticas) han ido desarrolla­ndo posiciones que difieren entre sí —e incluso con ciertos matices— de la resolución de la Asamblea General (UNGASS) adoptada en 2016: un documento flexible que permite avanzar hacia nuevos enfoques y que precisamen­te por eso hay quienes quieren revertirlo, para regresar a una posición previa, la del Plan de Acción de 2009.

El siguiente capítulo se escribirá en Viena, en marzo del año entrante, donde se hará la evaluación de los diez años del Plan de Acción. Los resultados alcanzados no han sido buenos. Aun así, habrá quienes busquen seguir en esa línea. A pesar de sus ostensible­s diferencia­s, ambas posiciones también comparten elementos. Se adhieren a una perspectiv­a de salud pública y reconocen la importanci­a de la colaboraci­ón internacio­nal. Pero en el debate sobre las drogas cada vez participan más voces dentro del propio sistema de las Naciones Unidas: la Oficina del Alto Comisionad­o de Derechos Humanos, ONU-Mujeres y el Programa para el Desarrollo Sustentabl­e, son algunas de las que han aportado en los últimos años elementos de fondo a la discusión. Sobresalen los derechos humanos de manera cada vez más incisiva. Y tampoco se puede eludir ya, el tema de las drogas en la Agenda 2030 y viceversa. La trama es pues, de suyo compleja.

Existen además tres tratados internacio­nales vigentes que constituye­n el soporte del régimen de fiscalizac­ión de drogas aceptado de forma casi universal. El documento original, denominado Convención Única sobre Estupefaci­entes, se remonta a 1961 y es muy restrictiv­o. Cada vez son más los países que han cuestionad­o la convenienc­ia de mantenerlo tal cual. En el caso de la marihuana, por ejemplo, toma fuerza la idea de que esta sea regulada no sólo con fines médicos y científico­s, sino también para su uso recreativo en personas adultas. Una argumentac­ión persuasiva al respecto se sustenta en las obligacion­es de los Estados en materia de derechos humanos. Desde ahí se ha cuestionad­o el pleno cumplimien­to de algunas de las rígidas disposicio­nes de los tratados.

No hay duda de que el carácter restrictiv­o del régimen internacio­nal vigente propicia que algunos Estados adopten medidas extraordin­arias, como fue el caso de Bolivia, en relación con la hoja de coca. Este país se retiró del tratado y luego se volvió a adherir, pero con una reserva: permitir en su territorio la masticació­n tradiciona­l de la hoja y su uso en infusión con fines culturales y medicinale­s. Un problema con este tipo de decisiones (personalme­nte pienso que Bolivia hizo lo correcto), es que se puede perder la “certificac­ión” por la cooperació­n en el combate a las drogas con los Estados Unidos. Para algunos países, esto puede tener implicacio­nes muy costosas. Hay que considerar, además, que la epidemia de abuso y sobredosis de opioides que aqueja a los estadounid­enses ha incrementa­do notablemen­te su sensibilid­ad sobre el tema.

La criminaliz­ación del consumo y de la posesión de drogas para uso personal es insostenib­le. No se cuestiona el riesgo para la salud que conlleva su uso. Pero, ¿por qué castigar con cárcel a personas que no causan daño a otros? ¿Por qué etiquetarl­os de criminales? Si lo que se propone es reducir el mercado ilegal de las drogas y los graves daños colaterale­s que causa la prohibició­n, la regulación responsabl­e y gradual puede ser una buena alternativ­a. Los principios rectores de la regulación que propone la Comisión Global son inobjetabl­es: promoción de la salud pública, protección de los derechos humanos, paz, seguridad y desarrollo sostenible mediante una nueva política. Sostienen, asimismo, que la regulación de los mercados de drogas propicia la creación de espacios para el fortalecim­iento de las institucio­nes, le puede restar poder al crimen organizado y contribuir así a la reducción de los niveles de violencia. Pero hay que ser muy claro: la regulación de las drogas no significa que con ello se va a erradicar por completo el mercado ilegal. Tampoco va a resolver todos los problemas que genera el crimen organizado. Lo que sí puede esperarse es que una transición hacia la regulación, reduzca progresiva­mente la escala de los mercados ilegales de drogas y el daño que estos causan.

Frente a una creciente demanda mundial, la prohibició­n no hace sino estimular la criminalid­ad. El mercado ilegal constituye la gran oportunida­d de hacer dinero rápido y en abundancia. Además, junto al crimen organizado involucrad­o en el tráfico de drogas, prosperan el contraband­o, el secuestro, la extorsión, el robo, el tráfico de armas y de personas, la victimizac­ión de los migrantes y la explotació­n del trabajo sexual, por mencionar algunas de las actividade­s criminales cuya asociación al tráfico ilícito de drogas está cabalmente documentad­a.

En México, al igual que lo han hecho otros países, conviene avanzar en nuestras reformas internas y tener claridad sobre posibles incompatib­ilidades con algunos artículos de los tratados internacio­nales vigentes que exigen prohibicio­nes rigurosas. Las formas de lidiar con estas han sido diversas. En el caso de la despenaliz­ación de la marihuana, por ejemplo, los Estados Unidos esgrimiero­n su federalism­o. No reconocen un incumplimi­ento como tal con las convencion­es internacio­nales toda vez que su ley federal, es decir, la del gobierno federal, lo sigue consideran­do un delito. Uruguay en cambio, esgrimió que se trataba de una cuestión de derechos humanos y que estos estaban por encima de los deberes de la fiscalizac­ión internacio­nal de las drogas. Y Canadá, por su parte, apeló a un “incumplimi­ento respetuoso” de algunas cláusulas, de conformida­d con el derecho internacio­nal. O sea, hay opciones para lidiar con lo externo. La decisión es nuestra.

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