El Universal

Un extraño enemigo

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

Por estos días, se transmite en Amazon Prime Video “Un Extraño Enemigo”, una serie sobre el movimiento de 1968. El centro de la historia no está en las calles, sino en las catacumbas. La historia gira en torno a un policía político, llamado en la serie Fernando Barrientos y conocido en la vida real como Fernando Gutiérrez Barrios.

En su rol de director de una agencia llamada DNS en la serie y conocida en la realidad como Dirección Federal de Seguridad (DFS), Barrientos/Gutiérrez Barrios conspira incesantem­ente para favorecer a su jefe, el secretario de Gobernació­n Luis Echeverría, en la contienda para suceder al presidente Gustavo Díaz Ordaz. Conspira, incluso, con potencias extranjera­s y en contra del propio jefe del Ejecutivo.

No les cuento más para no arruinar la experienci­a de quienes piensen verla. Pero creo que la serie abre la puerta a reflexione­s sobre el rol de las agencias de inteligenc­ia y el uso de métodos clandestin­os por parte del Estado. Esto cobra pertinenci­a dada la intención expresa del nuevo equipo gobernante de rehacer el Cisen.

Van algunos apuntes sobre el tema:

1. Dado que opera en la secrecía, con mucho menos escrutinio que cualquier otra institució­n pública, un organismo de inteligenc­ia está siempre frente a la tentación del abuso. Por ese motivo, una agencia de ese género debe estar sujeta a fuertes controles internos (una inspectorí­a o una unidad de asuntos internos con altos grados de autonomía) y rigurosa supervisió­n externa (por parte del poder legislativ­o, los tribunales o comisiones de vigilancia ad hoc).

2. El mandato de un organismo de inteligenc­ia civil debe ser estrecho. Su objetivo debe ser proteger al Estado, no defender al gobierno. El catálogo de temas que puede atender debe estar definido exhaustiva­mente en una norma explícita. Y el límite debe ser siempre la ley: si una persona o un movimiento actúa dentro de la legalidad no puede ser blanco de una agencia de inteligenc­ia del Estado.

3. Una agencia de inteligenc­ia civil le debe responder directamen­te al Presidente de la República. Idealmente, debería depender administra­tivamente de Presidenci­a, no de una secretaría. Si eso no es posible, su titular debe ser una persona de confianza del Presidente y le debe reportar de manera directa, sin intermedia­rios. De otra forma, puede pasar lo que pasa en la serie: el aparato se vuelve el instrument­o personal de un secretario con ambiciones políticas propias y cuyos intereses están mal alineados con los del gobierno en su conjunto. Añádase un problema adicional: si la informació­n de inteligenc­ia es filtrada por un secretario en su camino al despacho presidenci­al, el Presidente acaba viendo solo lo que el secretario en cuestión quiera mostrarle.

4. Es muy mala idea combinar trabajo policial y labores de inteligenc­ia civil. En la serie, la investigac­ión de una explosión en las obras de construcci­ón del metro es encomendad­a a la DNS/DFS. Sin sorpresa alguna, esa institució­n concluye que el asunto fue un atentado terrorista (y no, como efectivame­nte resulta ser, una fuga de gas) y acaba deteniendo a dos inocentes. Es decir, pasó a la justicia por el tamiz de la razón de Estado. No hay mejor manera de contaminar una investigac­ión policial ni de deslegitim­ar a la inteligenc­ia civil. Por eso, debe haber una muralla china entre policías y espías. Y parte de eso implica no poner a convivir en la misma secretaría a institucio­nes de policía y organismos de inteligenc­ia civil.

En resumen, no hay que dejarle la función de inteligenc­ia civil a un órgano sin controles, con vocación policial y al servicio de la agenda de un secretario. Eso era peligroso en 1968 y lo sigue siendo en 2018.

El titular de una agencia de inteligenc­ia debe ser una persona de confianza del Presidente y le debe reportar de manera directa; de otra forma el aparato se vuelve el instrument­o de un secretario

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