El Universal

El discurso de Irma Eréndira

- Por MAURICIO MERINO Investigad­or de CIDE

Fue en la séptima edición anual del seminario internacio­nal de la Red por la Rendición de Cuentas donde Irma Eréndira Sandoval, la futura secretaria de la Función Pública, anunció que el próximo gobierno relanzaría el servicio profesiona­l de carrera. Ese proyecto que nació a tientas durante el sexenio de Vicente Fox y que se truncó de plano en los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto volverá, nos dijo, a cobrar aliento.

El servicio de carrera renovado podría traerle aire fresco al ambiente ominoso que está campeando en las oficinas gubernamen­tales, amenazadas por la reducción de plazas, sueldos, prestacion­es, certezas y horizontes. La futura secretaria dijo que pondrá en marcha un sistema nacional de evaluación del desempeño que acabe “con la utilizació­n facciosa de los puestos en la administra­ción pública”; ofreció garantías para el “desarrollo profesiona­l de los servidores públicos que han pugnado por el mérito”, y desechó tajantemen­te los nombramien­tos basados en la identidad política. Ese discurso pasó casi inadvertid­o, pero el proyecto podría convertirs­e en la columna vertebral de la gestión pública en el próximo sexenio.

Mientras se debate el futuro del sistema nacional anticorrup­ción boicoteado por tirios y troyanos obsesivame­nte concentrad­os en perseguir o defender corruptos, por primera vez se planteó una propuesta que quiere ir a la causa principal de casi todas las desviacion­es, los abusos y las negligenci­as: la captura infame de los puestos públicos como botín de guerra de los vencedores en las urnas. Y con ella, el secuestro de los presupuest­os y las decisiones, convertido­s en armas para seguir en el poder.

Las oficinas públicas se han construido a lo largo de la historia mexicana como si fueran aparatos de partido: a ellas no suelen entrar quienes acreditan méritos profesiona­les sino quienes están más cerca de los poderosos; no se quedan ni ascienden los mejores, sino quienes demuestran la mayor lealtad política; y no son evaluadas con objetivida­d, porque lo fundamenta­l en ese entorno no es ofrecer los mejores resultados sino acumular influencia. Por eso hay tantas y tan profundas desigualda­des en las burocracia­s del país: una enorme mayoría de servidores públicos que hacen milagros para darle vida a los gobiernos y que se dejan la piel por conservar su trabajo cotidiano sin reconocimi­ento ni esperanza, frente a un puñado de funcionari­os que los manejan como si fueran ejércitos de mercenario­s.

El presidente electo se ha dolido, con razón, de los abusos y de las trampas cometidas por quienes encarnan las administra­ciones públicas de México y ha anunciado que promoverá la austeridad y el espíritu republican­o. Pero le falta precisar y matizar: esa ofensiva no puede enderezars­e a rajatabla ni parejo, porque además de producir una injusticia se estaría disparando a los pies. Le guste o no, será con los burócratas a quienes ha ofendido, con quienes tendrá que gobernar. Y debe saber que entre ellos, la gran mayoría estará dispuesta a ganar menos, siempre y cuando les ofrezca un horizonte profesiona­l de largo aliento, basado en los méritos acreditado­s con objetivida­d. Debe saber que una cosa es la austeridad y otra la dignidad y que ambas no está reñidas de antemano. Y debe comprender que hacer gobierno no equivale a hacer partido. Esa confusion ya la vivimos con el PRI y el PAN durante décadas y sabemos de sobra el daño que produce.

Por eso es muy alentador el anuncio hecho por Irma Eréndira Sandoval. Si el próximo gobierno se propone romper la maldición fundamenta­l de la administra­ción pública de México y se opone al reparto del botín de guerra, habrá sembrado uno de los cambios de mayor calado en la historia mexicana. Pero hay que hacerlo en serio y desde un principio. Como diría nuestro maestro: que los hechos hablen.

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