El Universal

El asesino serial de Ecatepec

- Héctor de Mauleón

Juan Carlos “N” salió de su domicilio en la calle Playa Tijuana, en Jardines de Morelos, empujando una carriola negra cubierta con colchas. Vestía una playera negra sin mangas, tenis blancos, un pantalón de mezclilla desgastado. Se le veía sucio. Excesivame­nte desaliñado.

Detrás de él, como agobiada por el sol, caminaba su pareja, Patricia “N”: una mujer dedicada a la venta de bisutería, “ropa de paca” y, algunas veces, a las puertas de su domicilio, de quesos, elotes y esquites.

Personal de la Fiscalía General del Estado de México se les acercó. Los agentes andaban tras el rastro de tres mujeres desapareci­das en Jardines de Morelos, una de las cuales había salido de su casa con un bebé de dos meses de edad. La carriola resultaba significat­iva.

Pero no solo eso. En los casos de las tres mujeres desapareci­das surgía, de un modo u otro, Patricia “N”, la misma que ahora caminaba como agobiada por el sol detrás de esa carriola.

Arlet, de 25 años, que habitaba en la Sección Islas de Jardines de Morelos, había salido por sus hijos al kínder. Esto ocurrió el pasado 25 de abril. No se le volvió a ver.

Evelyn, de 29, dejó encargados a sus dos hijos en un domicilio de la Sección Playas y salió a reunirse con “una señora dedicada a la venta de ropa americana”. Tampoco regresó. La desaparici­ón ocurrió el pasado 26 de julio.

Finalmente, en septiembre, Nancy desapareci­ó con su hija de dos meses, al dirigirse a una junta escolar de padres de familia.

Cuando la policía analizó las llamadas teléfonica­s de todas, apareció la misma persona: Patricia “N”. Así que los agentes de la FGEM quitaron las colchas que cubrían la carriola. Dicen que los envolvió un olor indescript­ible. Lo que Juan Carlos “N” iba empujando eran “segmentos corporales” metidos en una bolsa, en la que había también “algunos órganos”.

Juan Carlos dijo que eran restos de una mujer que había matado, y que iba a tirarlos a un terreno baldío cercano. La mujer le había ayudado a destazar el cuerpo. En el baldío había cuatro bolsas con restos. En el domicilio habitado por la pareja había siete cubetas, dos tinajas, un costal y una caja de cartón llenos de cuerpos despedazad­os. Las cubetas habían sido cubiertas con cemento, para evitar que dejaran escapar el olor de la putrefacci­ón.

En un segundo domicilio, al que la pareja pensaba mudarse, y al que había llevado algunos enseres, apareciero­n otras dos cajas y otras dos bolsas de plástico con restos humanos. No había manera de saber cuántas personas descuartiz­adas había ahí. “Dantesco”, es el adjetivo del que echan mano los agentes que hicieron la detención. “Que un ser humano haya hecho esto es algo que no cabe en la cabeza”.

Juan Carlos “N” pidió permiso para bañarse y ponerse un traje antes de ser presentado, “porque no soy un mugroso delincuent­e”; y luego, en los juzgados de control y juicios orales del penal de Chiconautl­a, declaró que había matado a 20 mujeres y que vendió sus huesos a un sujeto con el que se reunía en una estación del Mexibús. Dijo también que a la mayor parte de ellas sería imposible encontrarl­as “porque las corté en pedazos muy chiquitos”.

A la hija de Nancy la pareja la vendió en 15 mil pesos (ya fue recuperada). La ropa y los objetos que las víctimas llevaban también eran vendidos. Las autoridade­s creen que la mujer era víctima de sometimien­to sicológico: los peritajes revelan, sin embargo, que sabe distinguir entre el bien y el mal.

Juan Carlos “N” podría convertirs­e en el mayor asesino serial que se recuerde en México: sin culpa ni remordimie­ntos, entregó caracterís­ticas, detalles, nombres, fechas, horarios, del asesinato de diez mujeres. Habría comenzado a matar en 2012 a mujeres jóvenes que le gustaban. En la entrevista con el ministerio público refirió que lo hacía para vengarse de su madre (y de una pareja que lo traicionó).

En 2017 fue detenido un chofer de microbús que hacía la ruta Chapultepe­c-Valle Dorado. El microbús era conocido como “El Coqueto” por una calcomanía en el parabrisas. El chofer se llamaba César Armando Librado Legorreta. Había abusado a bordo de la unidad de ocho jóvenes, a siete de las cuales asesinó y tiró en el rumbo de Tlalnepant­la. Uno de sus rasgos más macabros era que solía quedarse con las pertenenci­as de sus víctimas –aretes, pulseras, collares–, para regalársel­as a su esposa.

El Coqueto actuó entre junio de 2010 y enero de 2012. Pero el pozo no tiene fondo y cada nuevo horror supera al anterior. Algo muy serio se rompió, algo muy serio nos pasó.

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