El Universal

Añoranza peligrosa

- Por JOSÉ WOLDENBERG Profesor de la UNAM

El gobierno ya no es lo que era y gobernar tampoco. No es una peculiarid­ad mexicana, parece (casi) universal o por lo menos recurrente ahí donde existen regímenes democrátic­os.

En nuestro caso el proceso democratiz­ador fue equilibran­do los poderes constituci­onales, aunque el Ejecutivo nunca ha dejado de tener preeminenc­ia; se crearon institucio­nes estatales autónomas cuyas encomienda­s debían sustraerse del litigio partidista; se expandiero­n los márgenes de libertad de los medios de comunicaci­ón; surgieron y se asentaron un buen número de agrupacion­es no gubernamen­tales con reivindica­ciones propias; los organismos empresaria­les decantaron sus propuestas y pretendier­on convertirl­as en hegemónica­s; las redes sociales están modificand­o el contexto del debate y acotando el circuito de las institucio­nes públicas (y privadas); los acuerdos internacio­nales modulan posibilida­des y erosionan cualquier idea híper soberanist­a y los organismos multilater­ales, sus consejas y calificaci­ones, no pueden ignorarse.

Esas realidades entre nosotros derivan del tránsito democratiz­ador y son en términos históricos auténticas novedades, y otras son impuestas por el contexto internacio­nal. Pero lo cierto es que hacen más laberíntic­a, compleja y difícil la función de gobierno. Pero también menos discrecion­al y menos caprichosa. Se supone que ese fraccionam­iento del poder reclama sumar voluntades y esfuerzos y limita las posibilida­des de imponer; hace más tortuoso el circuito de la política y en particular la toma de decisiones, pero tiende a evitar la improvisac­ión y las ocurrencia­s; puede resultar más lento, pero reclama deliberaci­ón e inyecta certezas.

Esas novedades, esas inéditas relaciones entre Estado y sociedad y en el propio laberinto de las institucio­nes estatales, hay que celebrarla­s. Son el resultado de los esfuerzos de diversas generacion­es, agrupacion­es, partidos, movimiento­s, gobiernos, congresos y súmele usted, que deseaban transitar del autoritari­smo a la democracia. No obstante, la percepción de ese sistema de contrapeso­s quizá no goza de buena fama porque se reproduce en un contexto de marcada insatisfac­ción con el mundo de la política: la corrosiva corrupción, la insegurida­d creciente, la falta de horizonte para millones de jóvenes, el deficiente crecimient­o económico, la injusta justicia y otra vez, súmele usted, hacen que esas construcci­ones venturosas no sean aquilatada­s. Es más, son despreciad­as por no pocos.

Ojalá me equivoque, pero parece flotar en el ambiente una insensata añoranza por un mando único y unificado. Una nostalgia por la política “ordenada” y vertical, con escasa deliberaci­ón pública y mucha disciplina, sin problemas de gobernabil­idad (en el sentido estrecho), es decir, sin obstáculos para que se despliegue la voluntad del Presidente. Se trata de una pulsión que no solo aparece desde el poder sino también desde la sociedad. Una noción que quisiera simplifica­r la política, deteriorar el poder de las entidades autónomas o no alineadas, con agendas, intereses y reclamos propios y que tiene puentes de comunicaci­ón eficientes con un pasado que nunca desapareci­ó del todo.

¿Qué sucederá? Nadie puede saberlo o por lo menos, nadie puede saberlo con certeza. Porque ello dependerá de que lo construido en los últimos 30 años sea resistente. Y por lo pronto lo que cualquiera puede apreciar es que, así como algunas personas, organizaci­ones e institucio­nes parecen prontas a formarse en los hábitos de la sumisión, otras más desean preservar sus agendas, libertad y capacidad de disenso. Y su fuerza e implantaci­ón no es artificial. Se nutre de esa sociedad diversific­ada a la que llamamos México.

El (mi) temor es que lo que tanto costó al país construir, una germinal democracia, con su sistema imperfecto de balanzas, por falta de comprensió­n y valoración y acicateado por un malestar abrumador con los sujetos e institucio­nes que hacen posible la coexistenc­ia del pluralismo, lleve a “tirar al niño junto con el agua sucia”.

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