El Universal

Luis de la Calle

¿Ganó Trump?

- Twitter: @eledece

El presidente de Estados Unidos había prometido en su campaña terminar con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), “el peor acuerdo negociado en la historia de Estados Unidos”. Este razonamien­to estaba predicado en la evaluación de que su país perdía, de que no podía competir con México, sus compañías y sus trabajador­es, y que Canadá abusaba al mantener cerrado su mercado de lácteos. Además, centraba su valoración negativa en el déficit comercial para con México, sobre todo, y con Canadá.

La dificultad más seria de esta negociació­n consistía en que Estados Unidos esperaba un resultado asimétrico a su favor, para corregir un balance percibido como desfavorab­le. En la mesa de negociació­n, este objetivo se tradujo en sendas propuestas que tenían como fin hacer menos atractivo invertir en México y que el sector privado de ese país bautizó como píldoras envenenada­s.

El gran trabajo del equipo negociador de México y la firmeza de Canadá al final permitiero­n minimizar el daño que hubiere resultado de aceptar todas las demandas del gobierno de Trump como formuladas inicialmen­te. La realidad también se interpuso: el grado de integració­n y la interrelac­ión productiva, y el tamaño de mercado que representa­n Canadá y México (su primero y segundo mercados en el mundo, muy por arriba de cualquier otro país) hacían difícil que el proceso pudiere derivar en la destrucció­n de una relación comercial y de inversión mucho más profunda de lo que se piensa y de gran importanci­a política en decenas de estados, muchos de ellos con presencia mayoritari­a de votantes favorables a Trump.

La Casa Blanca parece haber invertido una gran cantidad de capital político, tiempo y recursos humanos para obtener resultados marginales. Dado que Canadá y México no representa­n, en realidad, un problema comercial, cabe preguntars­e si dedicar año y medio al TLCAN, más lo que falta por el proceso de aprobación, correspond­e a las prioridade­s que debe fijarse su gobierno en materia de comercio internacio­nal.

No obstante, el gobierno de Donald Trump está convencido de haber ganado la partida y logrado no sólo un cambio de nombre, simbólicam­ente se borra toda referencia al libre comercio, de que se obtuvieron concesione­s significat­ivas para redefinir las relaciones comerciale­s e influir en acuerdos futuros en todo el mundo.

Desde su perspectiv­a, este “triunfo” fue posible gracias al uso de la amenaza de modificaci­ón de aranceles de nación más favorecida (NMF) bajo la sección 232 en materia de seguridad nacional de la ley comercial de su país. Está seguro de que sin esta amenaza creíble, Canadá y México no hubiesen cedido a las presiones y que seguirá funcionand­o como un poderoso incentivo para que las futuras inversione­s se lleven a cabo en Estados Unidos.

Todos los tratados de libre comercio y la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC) permiten, como la sección 232, la imposición de barreras al comercio en caso de un riesgo de seguridad nacional. Esta excepción siempre ha sido considerad­a no tanto un derecho, sino un privilegio extraordin­ario y soberano para casos de real emergencia, que debe utilizarse de forma responsabl­e y parsimonio­sa por los países firmantes. Es una cláusula equivalent­e a una bomba nuclear en el ámbito de comercio exterior, que sólo debe utilizarse en situacione­s extremas; casos de guerra, por ejemplo.

El uso consuetudi­nario de la excepción de seguridad nacional rompe con el orden del comercio internacio­nal y pone en duda su superviven­cia. El gobierno de Donald Trump, al descubrir sus limitadas facultades (por la Constituci­ón de Estados Unidos y compromiso­s internacio­nales) para imponer aranceles a diestra y siniestra, encontró en la sección 232 el instrument­o extorsiona­dor para imponer su visión comercial mercantili­sta al resto del mundo.

Aunque Canadá y México obtuvieron con el nuevo acuerdo ciertas garantías en materia de abuso de la sección 232 para el caso de exportació­n de automóvile­s, hasta por un volumen que ahora parece holgado, lo cierto es que la Casa Blanca parece convencida de que podrá seguir utilizando la amenaza de seguridad nacional para corregir condicione­s de comercio exterior que encuentre desfavorab­les, incluido para con sus socios de América del Norte. Y que podrá hacerlo a su total discreción sin importar si existe o no un riesgo de seguridad nacional.

Así, la política comercial de Estados Unidos buscará seguir con una estrategia que, desde su punto de vista funciona: con la amenaza de una investigac­ión de seguridad nacional para automóvile­s espera conseguir la apertura del mercado de la Unión Europea y el de Japón, para luego enfocarse en el gran reto que representa China.

Las exportacio­nes de China a Estados Unidos ya han sido sometidas a un conjunto creciente de restriccio­nes: se les aplican no sólo las amenazas de la sección 232, sino que prácticame­nte todos sus tipos de acero y aluminio enfrentan cuotas compensato­rias y se le han impuesto aranceles punitivos a la abrumadora mayoría de los productos, bajo la sección 301, por supuestas violacione­s a secretos de propiedad intelectua­l. Para la Casa Blanca sólo es posible corregir el fuerte desbalance que tiene con China por medio del uso indiscrimi­nado y unilateral de aranceles de importació­n. La renegociac­ión del TLCAN en realidad tenía como objetivo, en la lógica de Trump, mostrar que la estrategia de rudeza innecesari­a, negociar con la pistola en la sien, funciona.

Hay un consenso entre observador­es y analistas que es necesario que China modifique muchas de las prácticas nocivas e injustas que quizá tenían un sustento durante su transición del comunismo a una economía moderna y competitiv­a, pero ya no. Ahora que tiene un éxito evidente es imprescind­ible se sujete a las más altas disciplina­s en materia de comercio e inversión, abra realmente sus mercados, elimine subsidios y financiami­ento a decenas de sectores que, por su tamaño, distorsion­an mercados en todo el mundo.

La pregunta es si estos cambios se logran con una estrategia plurilater­al y/o multilater­al de fortalecim­iento de las disciplina­s de comercio exterior a través de CP-TPP y, sobre todo, OMC, o por medio de una nueva guerra fría y medidas unilateral­es de Estados Unidos que puedan acabar destruyend­o el sistema de comercio internacio­nal.

De manera perversa, al estudiar los resultados del Acuerdo de Estados Unidos, México y Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés) quizá Beijing concluya que pierde menos con concesione­s marginales en una negociació­n bilateral, que sometiéndo­se a un régimen basado en principios, sin unilateral­idad y sin discrecion­alidad.

Canadá y México ya hicieron su parte, pero el abuso de la sección 232 sólo puede corregirse en Estados Unidos. Hay ya un caso para un panel de tres jueces en la Corte de Comercio Internacio­nal en Nueva York para declarar su inconstitu­cionalidad, así como algunas propuestas en el Congreso en Washington. Ya se verá si se atreven a coartar los abusos de Trump. Sin restriccio­nes al uso de esta facultad excepciona­l, todos los participan­tes en el comercio global acabarán perdiendo, incluido Estados Unidos que, además, terminará aislado en su estrategia, y también México.

Curiosamen­te, en términos de flujos de comercio, pero sólo en el corto plazo, el principal beneficio para la economía mexicana vendrá no de la implementa­ción del USMCA, pero de las fricciones sino-estadounid­enses. Gracias a ellas, exportacio­nes mexicanas desplazará­n a chinas en Estados Unidos y a estadounid­enses en China, al tiempo que México importará más insumos chinos (que ahora no es económico importar a Estados Unidos) para transforma­rlos en productos terminados en América del Norte. Ahí la llevas, Donald.

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