El Universal

La Suprema Corte al banquillo

- Por MARIO MELGAR ADALID Ex consejero de la Judicatura Federal, autor de La Suprema Corte de Estados Unidos, claroscuro de la justicia

El Poder Judicial está de moda en Estados Unidos y lo estará en México. Allá debido al nombramien­to de Brett Kavanaugh, el próximo juez asociado (ministro) de la Suprema Corte, que agravó el encono político imperante. Acá, en razón de las dos vacantes que dejarán los ministros José Ramón Cossío y Margarita Luna Ramos, así como por la decisión que habrá de tomar el Tribunal, para designar al próximo presidente los siguientes cuatro años.

El nombramien­to de Kavanaugh ocupará un capítulo en la historia judicial y en las efemérides estadounid­enses. En la regla de las compensaci­ones, su designació­n afianzará por décadas la agenda conservado­ra, pero puede ser paradójica­mente el detonador de la victoria liberal, si los demócratas recuperan el Congreso en noviembre. Puedesigni­fi ca relimp ea ch mentdelp residente, del mismo juez recién confirmado y el derrumbe de los sueños de reelección.

En México no hay debate ideológico sino de procedenci­a. Tanto la ocupación de las vacantes como la designació­n de quien encabezará la Suprema Corte de Justicia los próximos cuatro años, están ligadas a una alternativ­a inevitable: ¿ministro de afuera o de adentro?

La Corte mexicana se divide, no por orientació­n ideológica, ni por un debate entre izquierdas y derechas, sino por el origen de sus integrante­s: unos son de adentro, los que pertenecen a la carrera judicial: magistrado­s de circuito que llegaron al pináculo judicial por sus méritos y experienci­a judicial, y otros, los de afuera: abogados, más bien políticos que juristas, salvo excepcione­s notables como la de José Ramón Cossío. Los de afuera no son bien vistos por los de adentro, se les mira como intrusos, atados a quien los llevó al alto sitial, forasteros de la cultura y la atmósfera judiciales, son en terminolog­ía de moda los fifís judiciales.

En EU la agenda conservado­ra avanzará irremediab­lemente. Lo que está en riesgo es la afectación del voto de las minorías, el derecho de los trabajador­es a mejores salarios y condicione­s de trabajo, la capacidad de los consumidor­es para defenderse de los conglomera­dos comerciale­s, el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo (aborto), el derecho a comprar y vender armas, incluyendo las de asalto, y nuevos criterios para perseguir a homosexual­es, lesbianas y transexual­es. Igualmente detener el avance de los matrimonio­s igualitari­os. En fin, la debacle liberal.

En la Suprema Corte de México no hay complicaci­ones ideológica­s sino preocupaci­ón por el control del poder. El gobierno que llegará tendrá como único freno institucio­nal al Poder Judicial de la Federación: la Suprema Corte, los tribunales de circuito y los jueces de distrito tienen a su cargo la vigilancia de la constituci­onalidad y legalidad de los actos de autoridad. Por ello la independen­cia de los juzgadores y la autonomía de los órganos jurisdicci­onales son la garantía del control del poder. Sin eso, técnicamen­te se habrá instaurado una autarquía.

Si el presidente de la Suprema Corte resulta ser de afuera habrá desasosieg­o en el Poder Judicial Federal y particular­mente entre los cinco ministros judiciales que quedarán: Piña Hernández, Pérez Dayán, Aguilar Morales, Pardo Rebolledo y Laynez. Además estarían en desventaja, pues es probable que AMLO proponga al Senado ternas con dedicatori­a que el Senado acepte sin chistar. Es previsible que vendrán dos ministras de afuera que se agregarían a Saldívar, Franco, Gutiérrez Ortiz Mena y Medina Mora, para conformar una mayoría de foráneos. Las ternas tendrán mujeres inevitable­mente pues la paridad de género así lo exige.

El nuevo juez asociado Ka van augh ha dicho que los jueces en Estados Unidos son como los ampayers del beis: deciden si lo que lanza el pitcher es bola o strike. En México me parece que los ministros tienen un papel todavía más relevante: decidir la constituci­onalidad y legalidad de los actos del gobierno. El nuevo régimen debe estar consciente que si bien contó con una mayoría apabullant­e de votos, también hay millones que temen un regreso al autoritari­smo que asoma en los múltiples desplantes de los arrogantes ganadores. La única defensa que por ahora existe en el juego del poder es lo que diga la Suprema Corte, si la dejan.

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