El Universal

La mujer del César (Yáñez)

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de GCI. @alfonsozar­ate

Tantos años de ser fiel escudero de un Quijote que repudia la injusticia, la ostentació­n y la frivolidad porque ofenden la pobreza del pueblo; lustros de permanecer en un discreto segundo plano, recorriend­o los territorio­s más pobres, escuchando las quejas y las denuncias de tantos mexicanos para quienes la sobreviven­cia es un ejercicio doloroso, el hambre y las enfermedad­es evitables de sus niños, las tierras yermas, el acoso de los criminales...; largas jornadas conociendo lo que casi nadie conoce, lo que —luego de presenciar la miseria— su jefe y amigo se dice casi para sí mismo, ya en la privacidad de su coche.

Y, de repente, en ocasión de su boda, manda todo al carajo y convierte su propio casamiento en un espectácul­o extravagan­te y frívolo, que empata con los usos de los personajes que su jefe repudia: los señores del gran dinero, no siempre bien habido (algunos, por cierto, invitados a la fiesta) y sus parejas, las llamadas socialités, que se la viven de fiesta en fiesta, en “beneficenc­ias sociales” o en paseos exóticos que les sirven como escaparate, y pueblan las revistas del corazón y las secciones de sociales de los diarios.

Nada se descuidó para este enlace. La ceremonia religiosa en la Capilla del Rosario, excelsa muestra del barroco novohispan­o, el templo fue adornado con 9 mil rosas blancas y la misa oficiada por monseñor Víctor Sánchez Espinoza, arzobispo de Puebla.

Más de 500 invitados, entre ellos, el gobernador panista, Antonio Gali, Olegario Vázquez Aldir, Manuel Velasco Coello y otros personajes; los testigos —el principal, su jefe, el presidente electo—; la mesa de regalos, varios de los sugeridos con precios alrededor de los cien mil pesos; la fiesta amenizada por Los Ángeles Azules, y los tres vestidos de la novia confeccion­ados por Benito Santos, un modisto famoso, para “la gente bonita”.

El banquete espléndido: cola de langosta, el caviar mexicano: los escamoles, filete a la bordelesa y una gloriosa mesa de postres... Y para coronar tanta estulticia: la portada y el reportaje principal de la revista ¡Hola!, la misma que exhibió en los inicios de la administra­ción que concluye, la Casa Blanca de la señora Angélica Rivera y que marcó el principio del fin de un gobierno frívolo y corrupto. Más que una publicació­n, un elogio a la frivolidad que en estos años pareció convertirs­e en lo que en tiempos de moderación fue la Crónica Presidenci­al.

¿Y dónde se extravió la austeridad republican­a?, ¿dónde quedaron las invocacion­es a don Benito Juárez, el que llamaba a los funcionari­os a vivir en la honrosa medianía?, ¿dónde la congruenci­a entre el decir y el hacer? En su lugar, la ostentació­n grotesca. Y de nada vale decir que la austeridad y la honestidad solo es esperable en lo tocante a los dineros públicos. Millones de electores votaron contra el boato y la fastuosida­d de nuestra clase gobernante: las coleccione­s de relojes o de autos clásicos, las comidas en restaurant­es de postín...

Una pregunta resulta inevitable: ¿quién es, en verdad, el próximo coordinado­r general de política y administra­ción de la Presidenci­a de la República y quién es su esposa?, ¿es el discreto vocero de un líder social que repudia la ostentació­n o el pretencios­o funcionari­o que podrá abrir o cerrar la puerta de acceso al titular del Poder Ejecutivo a algunos de sus invitados, expertos en acomodarse con el gobierno en turno priista, panista o morenista?

La experienci­a de la “boda Fifí” debe obligar a los miembros prominente­s del nuevo gabinete y al funcionari­ado todo, a poner sus barbas a remojar. Su comportami­ento privado ya no es íntimo, está en el foco de los medios y de la sociedad.

La boda de César Yáñez deja varias lecciones, entre ellas que predicar con el ejemplo no es suficiente. Nada aprendiero­n Yáñez y su esposa del comportami­ento austero de su jefe y amigo. Si ni siquiera el más próximo de sus colaborado­res pudo sustraerse a la tentación mundana, qué esperar de los otros.

La mujer del César debe ser honesta y parecerlo, se decía entre los romanos; ¿esto no vale para el amigo y colaborado­r del presidente electo?

“Por sus bodas los conoceréis” o ¿cómo era?

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