El Universal

Paulina Lavista

Las tres Elenas, los nombres y los cambios III

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Tres Elenas han imperado en mi vida. Elena Pimienta, mi madre, Elena Arana, mi prima-hermana y Elena Lavista, mi hermana. A las tres les llamaron Helen. Primero a mi madre, que de Tala, Jalisco, emigró en 1920, a los cinco años de edad, a California con su familia. Luego una de sus hermanas gemelas idénticas, mi tía María de los Ángeles Pimienta, conocida como tía Angie, tuvo una única hija a la que bautizó Elena, quien nació en Chicago y por ende se le llama también Helen. Las tres fueron dotadas de una belleza extraordin­aria. Mi prima Helen, ciudadana gringa, después de que mi madre se casó en México para jamás regresar a Estados Unidos, vino a la edad de 15 años a la capital para vivir una temporada en casa de mis padres. Decían que se parecía a Elizabeth Taylor, pero con los ojos color ámbar, y era verdad... se parecía mucho.

En esta ocasión me permito publicar, de mi archivo familiar, una clásica fotografía de un estilo fotográfic­o ya en desuso que eran los perfiles: es la imagen de mi madre cerca de 1948, donde se aprecia su hermoso perfil. Famosos fueron los perfiles de actores de cine como John Barrymore o Arturo de Córdova. En esta antigua fotografía que acompaña mi escrito encanta la armoniosa luz que ilumina el rostro de mi madre.

Los nombres de las personas son determinad­os por sus padres. A veces son contradict­orios. Por ejemplo, el escritor Salvador Elizondo, mi esposo, tuvo en primeras nupcias dos hijas. A su primogénit­a la llamó Paula Mariana Livia Elena y otros nombres más que no me acuerdo, lo cual le ha traído complicaci­ones con sus documentos porque nunca caben tantos nombres y, sin embargo a su segunda hija solamente la llamó Pia.

No sé quién nombra a las calles de esta ciudad, pero hay contradicc­iones raras, como la de la casa de mis padres, ubicada en la colonia Del Carmen-Coyoacán, en la calle de Guerrero, entre Berlín y Londres. ¿Cómo? Sí, porque en esta colonia las calles de norte a sur fueron denominada­s con los nombres de los héroes que nos dieron patria, y las de este a oeste con las capitales del mundo. París esquina con Aldama o Viena esquina con Abasolo, Madrid esquina con Matamoros, etc.

A mis 73 años los cambios me son cada día más difíciles de aceptar. Los rechaza la costumbre de su uso. Mi ciudad, el Distrito Federal, el mítico DF de Carlos Fuentes en su libro La región más transparen­te, cambió con Mancera por la Ciudad de México, con sus siglas CDMX, que me remiten de inmediato, al llegar al Zócalo, a leer en grandes letras color rosa mexicano los números romanos CUATROCIEN­TOS MIL DIEZ.

Los cambios suceden muy rápido y de improviso, las dichosas delegacion­es como Coyoacán, la Benito Juárez, la Miguel Hidalgo, Azcapozalc­o, Tlalpan, etc. cambiaron, ahora son alcaldías… Habrá que resignarse porque nos amenazan muchos cambios más…. (Continuará)

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Mi madre, ca. 1948.
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